El amor, cuando es del bueno, no hace daño. El cariño es imprescindible en todo proceso de crianza. El amor hace que los niños se sientan queridos y protegidos, por lo que es el terreno donde florece una autoestima sana y una autoconfianza a prueba de balas. Sin embargo, hay quienes lo interpretan como debilidad y otros lo confunden con permisividad.
La permisividad genera niños malcriados
Por desgracia, todavía hay quien sigue pensando que abrazar demasiado a los niños, mostrarles afecto o atender a sus reclamos los convertirá en pequeños tiranos. Por eso aplican una educación espartana cuanto antes. Recomiendan “dejarles llorar para que se calmen solos” o “no consolarles para que se vuelvan fuertes”. Piensan que el amor malcría.
Muchas de esas creencias populares provienen de las viejas generaciones y cometen el error de confundir las muestras de amor con la permisividad y el libertinaje. Sin embargo, amar no implica permitirlo todo. Así como establecer reglas y hacer cumplir las normas no significa no amar.
La permisividad es el terreno donde crecen niños malcriados que dominan a sus padres, nitos que tienen tantas dificultades para seguir las reglas que terminan teniendo problemas en sus relaciones interpersonales y en la vida, adoptando muchas veces una actitud egocéntrica, egoísta y hasta narcisista.
La permisividad consiste en la ausencia de límites. Unos padres permisivos no ponen reglas o no las hacen cumplir. Cuando los padres no ponen reglas en casa, justifican las faltas de respeto de sus hijos o dejan pasar sus majaderías y rabietas porque piensan que “son cosas de niños” o que “ya aprenderán cuando crezcan”, están favoreciendo la consolidación de comportamientos inadecuados.
Como resultado, esos padres no desarrollan suficiente autoridad sobre sus hijos. Existen grandes probabilidades de que esos hijos terminen siendo maleducados, desafiantes y de difícil convivencia. La autoridad, cabe aclarar, no se consigue a través del castigo, los gritos, la violencia verbal o el maltrato. La verdadera autoridad no se basa en el miedo sino en el respeto.
Un padre tiene autoridad sobre sus hijos cuando gana prestigio ante sus ojos. Cuando se convierte en un referente positivo. Cuando es una fuente de amor y seguridad. Entonces ese niño respeta sus palabras, presta atención a sus comportamientos y sigue las reglas de convivencia.
La necesidad de poner límites y establecer reglas claras para no malcriar a los hijos
Todos sabemos que los niños son exigentes. Demandan atención, quieren reconocimiento y a menudo desafían los límites que ponen los adultos. Es algo perfectamente normal. Sin embargo, en todos esos casos el cariño sigue siendo la herramienta clave.
Los niños, sobre todo durante los primeros años de vida, necesitan desarrollar un apego seguro con sus padres para establecer un vínculo sólido que los acompañará durante toda la vida. La base de ese apego consiste en mostrarse emocionalmente disponibles, de manera que cuando un bebé llora debe ser atendido y cuando un niño pregunta algo, debe recibir una respuesta.
Si no atendemos al llanto y no respondemos a sus preguntas, el niño intentará llamar nuestra atención de mil formas diferentes. Es probable que se comporte mal porque se da cuenta que es la única manera de atraer la atención de sus padres. Por esa razón, la negligencia emocional también suele estar en la base de la mala educación y los comportamientos negativos infantiles.
Asimismo, hay padres que para ahorrar tiempo y evitar lágrimas o berrinches elijen la “salida más fácil”: ceder. En esos casos, los niños comprenden rápidamente que no existen normas porque pueden extender los límites cuanto deseen a golpe de enfados o lágrimas. Si eso sucede, es importante recordar que la “salida más rápida” no siempre es la más conveniente, sobre todo a largo plazo.
En cambio, los niños necesitan unas reglas claras y límites firmes que los ayuden a orientarse en el mundo y se conviertan en anclas seguras para su desarrollo. Esas normas deben ser pocas y razonables, pero inamovibles. De hecho, sirven para enseñar a los más pequeños que no siempre podrán obtener lo que se desean y que es necesario respetar los derechos de los demás. También los mantienen seguros, además de disciplinarlos y enseñarles a lidiar con sentimientos desagradables.
Así los padres educarán la tolerancia a la frustración de sus hijos, de manera que el día de mañana esos niños no serán adolescentes ingobernables o jóvenes mimados sino personas maduras, resilientes y seguras de sí.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de Rochester con niños de primer y segundo grado demostró que poner límites no socava la motivación intrínseca ni afecta el disfrute, ni siquiera en las tareas creativas, siempre que sean de naturaleza informativa.
Eso significa que nuestros hijos necesitan hábitos coherentes y un apego firme y constructivo. Necesitan un espacio donde se sientan seguros para descubrir el mundo de nuestra mano. El cariño sabio reconoce los aciertos del niño, pero también establece límites y recurre a la disciplina positiva para corregir los errores.
Así se logra educar a una persona más segura de sí misma, con menos frustración y mayor autoestima. Una persona que se siente querida y respetada, pero que también es consciente de que debe respetar a los otros. El amor que se ofrece desde el corazón, con sabiduría y de manera incondicional nunca hará que un niño se malcríe.
Fuente:
Koestner, R. et. Al. (1984) Setting limits on children’s behavior: The differential effects of controlling vs. informational styles on intrinsic motivation and creativity. Journal of Personality; 52(3): 233–248.
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