La vida puede llegar a ser abrumadora, especialmente cuando parece que todo va mal. La manera en que respondamos a esos contratiempos, dificultades y problemas depende de numerosos factores, entre ellos la tolerancia a la frustración.
Las personas que tienen una baja tolerancia a la frustración suelen reaccionar mal cuando las cosas no salen según lo planeado. Pueden enfadarse mucho, venirse abajo emocionalmente o experimentar una gran ansiedad. Obviamente, esas reacciones no las ayudan a afrontar mejor la adversidad, sino que suelen causar aún más problemas.
¿Qué es la baja tolerancia a la frustración?
El concepto de baja tolerancia a la frustración fue desarrollado originalmente por Albert Ellis. Se refiere a una incapacidad para gestionar los eventos inesperados de la vida o las emociones desagradables. También conocida como “hedonismo a corto plazo”, este constructo describe la incapacidad para soportar sentimientos desagradables o situaciones estresantes que no corresponden con las expectativas.
La frustración implica un estado de tensión interna que surge cuando nuestras metas, deseos o expectativas se ven frustradas. De hecho, todos nos hemos sentido frustrados en más de una ocasión por diferentes motivos. Sin embargo, cuando tenemos un nivel de tolerancia bajo, basta poco para que esa frustración se dispare y la experimentamos con gran intensidad.
De cierta forma, la baja tolerancia a la frustración nace de la idea de que cuando las cosas se vuelven difíciles o incómodas, son “intolerables”. El problema de esta creencia es que cada vez nos volveremos menos tolerantes a la incomodidad, aunque sepamos que ese sacrificio puede aportarnos beneficios futuros.
Cuanto más nos digamos que no podemos soportar ciertas cosas, más nos afectarán y más restringiremos nuestro margen de acción, lo cual nos impedirá crecer como personas. Además, esa frustración nos convertirá en auténticas bombas de tiempo emocionales.
Baja tolerancia a la frustración: causas y origen más allá del “soy así”
La poca tolerancia a la frustración surge de la idea de que la realidad debe ser tal y como uno desea. Se asienta en la creencia de que el mundo debe amoldarse a nuestras expectativas, metas y deseos. Por tanto, implica rechazar la idea de que las cosas puedan ir en otra dirección.
De cierta forma, las personas con baja tolerancia a la frustración se creen “con derecho” a que las cosas salgan como desean. Tienen una perspectiva profundamente egocéntrica y piensan que el mundo debe girar a su alrededor. Cuando constatan que no es así, se frustran.
La baja tolerancia a la frustración también se asienta en la idea de que los problemas y conflictos se deben resolver rápidamente para borrar las emociones desagradables que desencadenan. Por tanto, está íntimamente vinculada a la evitación experiencial, que consiste en evitar todas aquellas situaciones que puedan generar estados afectivos que no sabemos gestionar.
Según Ellis, esas creencias irracionales y la evitación de situaciones estresantes terminan generando problemas emocionales y de comportamiento. De hecho, las personas con poca tolerancia a la frustración experimentan trastornos emocionales cuando no logran resolver rápidamente sus problemas. Paradójicamente, los comportamientos dirigidos a evitar las situaciones frustrantes terminan conduciendo a un mayor nivel de frustración e incluso añaden más estrés.
Por supuesto, también existe un componente individual ya que algunas personas son más reactivas fisiológicamente ante los desafíos emocionales – tienen la “piel más fina” – mientras otras de “piel más gruesa” soportan mejor la adversidad sin reaccionar de forma exagerada.
No obstante, la crianza es fundamental para atenuar esas características fisiológicas. Por eso, una de las principales causas de la baja tolerancia a la frustración se encuentra en nuestra infancia y adolescencia, en especial si nuestros padres nos ahorraron gran parte de los retos, errores, equivocaciones y problemas propios de esa etapa del desarrollo o si se apresuraban a satisfacer todos nuestros deseos para evitar que nos enfurruñáramos o reaccionáramos con una rabieta.
También se ha apreciado que la dificultad para dejar ir la ira por eventos pasados contribuye a la rumiación, un diálogo interior que se enfoca en agravios pasados, incluidas las respuestas alternativas que podríamos haber dado, así como los actos de represalia. Esos pensamientos negativos en bucle pueden impedirnos desarrollar una tolerancia a la frustración adecuada.
En cualquier caso, lo más importante es comprender que la baja tolerancia a la frustración no es simplemente un defecto de carácter que tenemos que arrastrar durante toda la vida. En realidad, indica una ausencia de habilidades que nos permitan lidiar de manera más efectiva con los problemas y las emociones negativas que experimentamos.
¿Cómo reconocer la baja tolerancia a la frustración en adultos, adolescentes y niños?
Reconocer que existe un problema con la frustración no siempre es fácil ya que generalmente se trata de un patrón de respuesta muy arraigado en la personalidad. No obstante, algunos síntomas de la baja tolerancia a la frustración son:
- Te irritas o enojas con facilidad cuando las cosas no salen como quieres o habías planeado.
- Te vienes abajo ante el menor obstáculo y piensas que no podrás lograrlo.
- Eres rígido e inflexible con los planes o la manera de hacer las cosas.
- Pierdes la paciencia fácilmente con los demás e incluso contigo mismo.
- Eres impaciente y cuando quieres algo, lo quieres ¡ya!
- Te cuesta retrasar las gratificaciones, aunque sepas que es lo más inteligente y conveniente.
- Tienes dificultades para aceptar la realidad cuando no va en la dirección que deseas.
Trabajar la tolerancia a la frustración
Albert Ellis dijo que existen muchos caminos hacia la tolerancia, incluida la autoaceptación incondicional, la aceptación incondicional de los demás y la aceptación incondicional de la vida. Sin duda, para tolerar mejor la frustración necesitamos desarrollar una aceptación radical.
No se trata de resignarse y asumir una actitud pasiva ante la vida, sino de aprender a dejar espacio para la incertidumbre, el caos y lo desconocido. En la vida, todo puede pasar. Así que es mejor que estemos preparados para el cambio y contemos con un plan B, C y D, por si falla el plan A.
Un estudio desarrollado en la Universidad de Boston también comprobó que la práctica de la meditación mindfulness puede ayudarnos a soportar mejor los eventos estresantes porque aumenta la tolerancia a la frustración y en general a todas las emociones negativas.
Estos psicólogos constataron que las personas que practicaban mindfulness eran más persistentes en los desafíos y la adversidad, reaccionaban con menos intensidad y no sentían una necesidad tan imperiosa de escapar de esas experiencias porque comprendían su valor y sabían que eran estados emocionales pasajeros.
Para trabajar la tolerancia a la frustración también conviene entrenar la paciencia. Debemos ser conscientes de que en la vida, todo llega y todo pasa. Nada es eterno, solo el cambio es inmutable. Por tanto, de poco sirve impacientarse.
Por último, es importante salir de la zona de confort y exponernos a situaciones nuevas, muchas de las cuales escapan de nuestro control total. Así aprenderemos a caernos y levantarnos. A lidiar con los reveses y contratiempos, así como con esas emociones desagradables que solemos evitar. Así aprendemos, en definitiva, a ser más resilientes, flexibles y tolerantes.
Fuentes:
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Harrington, Neil (2005) It’s too difficult! Frustration intolerance beliefs and procrastination. Personality and Individual Differences; 39(5): 873–883.
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