Salir de la zona de confort no es coser y cantar. Las rutinas y los hábitos pueden llegar a ser muy reconfortantes ya que nos generan una agradable sensación de estabilidad y seguridad, pero también pueden volverse obsoletos y limitados con el paso del tiempo. Los muros que construimos a nuestro alrededor para protegernos y dar cierto orden y estructura a nuestra vida pueden terminar asfixiándonos y cercenando nuestro potencial, impidiéndonos crecer y vivir nuevas experiencias.
Los beneficios de salir de la zona de confort son enormes. Las vivencias nuevas no solo nos revitalizan, sino que nos ayudan a desarrollar una mayor apertura mental y nos permiten enfrentar mejor los tiempos de cambio e incertidumbre. También nos ayudan a abrirnos a nuevas posibilidades e incluso nos permiten descubrir cosas de nosotros mismos que, de otra manera, no hubiéramos descubierto. A pesar de ello, escapar de la rutina es complicado, sobre todo cuando lleva años tejiendo su red a nuestro alrededor. De hecho, no lograremos hacerlo si no implementamos un cambio radical en nuestra manera de comprender la vida.
Cinco consejos para salir de la zona de confort y crecer de verdad
1. Enfrentar los miedos para que no terminen arrinconándonos
El miedo a salir de la zona de confort es la principal barrera que debemos vencer. Ese miedo suele ser la expresión de temores mucho más profundos y paralizantes, como el miedo a fracasar, a perder el control sobre los acontecimientos, el miedo a quedarnos vulnerables y expuestos o incluso el miedo al rechazo de los demás.
Cada vez que imaginamos algo nuevo que nos entusiasma, el miedo asoma la cabeza y genera una resistencia al cambio. Esa resistencia será mayor cuanto más intensos sean nuestros temores. La buena noticia es que cuando la mayoría de las personas dan el salto, se dan cuenta de que el miedo anticipatorio era mucho mayor que el miedo real. No debemos olvidar que a nuestro cerebro le encantan los patrones y hábitos porque así ahorra energía, de manera que no escatimará en trucos para que nos mantengamos en nuestra zona de confort.
Aun así, no es buena idea fingir que el miedo y la incertidumbre no existen. Al salir de la zona de confort estamos afrontando ciertos riesgos de manera controlada y nos desafiamos a nosotros mismos, de manera que experimentar cierta ansiedad y temor es algo perfectamente comprensible. La clave, por tanto, radica en reconocer esos miedos y sentirnos cómodos con ellos. No se trata de ignorarlos sino de superarlos.
2. Elegir cosas que realmente nos entusiasmen y valgan la pena
“Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”, dijo Nietzsche. Quizá la pregunta más importante no es “cómo salir de la zona de confort” sino “por qué salir de la zona de confort”. Tener un buen motivo es un poderoso aliciente para enfrentar nuestros miedos y atrevernos a hacer lo que nunca hemos hecho.
Vivir experiencias nuevas es alucinante, pero si el paracaidismo no es lo nuestro, no tiene mucho sentido agobiarnos hasta el punto del infarto para tirarnos de un avión en un paracaídas solo para salir de nuestra zona de confort. Tiene mucho más sentido encontrar tareas que nos planteen un reto, pero que también nos entusiasmen hasta el punto de brindarnos el empujón que necesitamos para vencer las dudas y miedos.
Quizá para ti, vivir experiencias nuevas significa pasar un año sabático en un país exótico o simplemente realizar un cambio de vida en tu propio entorno. Salir de la zona de confort no es una excusa para hacer locuras, es cometer una locura para cumplir un sueño.
No obstante, también debemos mantenernos alertas porque a menudo el inconsciente nos juega malas pasadas ayudándonos a estructurar nuestra vida de manera tal que podamos evitar las cosas que nos asustan. Por tanto, debemos deslindar el grano de la paja hasta encontrar aquello que nos asusta e ilusiona a partes iguales. Es probable que eso se convierta en una excelente razón e incentivo para salir de la zona de confort.
3. Vernos en permanente cambio, construcción y evolución
La zona de confort se afianza en todas nuestras certezas y seguridades. No solo está compuesta por nuestros hábitos y rutinas sino también por nuestra narrativa del mundo y de nosotros mismos. Todas las etiquetas que nos ponemos nos condicionan y nos limitan dentro de la zona de confort.
Si creemos que somos tímidos, estructuraremos nuestra vida en torno a esa etiqueta, evitando aquellas situaciones que nos obliguen a salir de la zona de confort. En cambio, comenzar a percibirnos como personas en cambio permanente, personas llenas de potencialidades por explorar, marcará una diferencia sustancial que nos ayudará a desarrollar una mentalidad de crecimiento.
El secreto consiste en ser capaces de separar el “yo pasado” del “yo presente”. El pasado puede habernos marcado, pero no tiene por qué convertirse en una lápida sobre nuestro futuro. De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Edimburgo demostró que no somos la misma persona a los 14 que a los 77 años.
Los cambios que experimenta nuestra personalidad a lo largo del tiempo son tan grandes que nos vamos convirtiendo en personas diferentes. Por tanto, no tiene sentido aferrarnos a las cosas que nos han definido.
4. Ir paso a paso, a nuestro ritmo y respetando nuestro tempo
“Un viaje de mil millas comienza con un primer paso”, dijo Lao-Tsé. Está bien dar pasos grandes y audaces. Pero también está bien dar pequeños pasos metódicos. Salir de la zona de confort no significa dejar de lado cualquier forma de precaución y actuar con imprudencia. Cada paso adelante es un progreso, por pequeño que nos parezca.
Precipitarnos en algunas decisiones, sobre todo aquellas importantes, suele abocarnos al arrepentimiento. Fomentar la autoconciencia mientras evaluamos nuestros límites y pensamos en el próximo paso es la forma más segura de salir de la zona de confort y la mejor manera para reducir la ansiedad que ello genera.
Muchas veces, sin una hoja de ruta clara, no tenemos forma de aprovechar las experiencias anteriores y la sabiduría que hemos acumulado. Eso puede generar una gran ansiedad porque sentimos que andamos a ciegas. Por tanto, cuando decidamos salir de nuestra zona de confort, será mejor respetar nuestro ritmo.
5. No tenemos que vivir indefinidamente fuera de la zona de confort
La zona de confort es un estado de comportamiento dentro del cual operamos con un nivel de ansiedad neutral, utilizando un conjunto limitado de comportamientos para alcanzar un nivel constante de desempeño, generalmente sin una sensación de riesgo inminente.
Plantearnos vivir eternamente fuera de esa zona de confort puede generar tanto miedo y ansiedad que ni siquiera lo intentaremos. De hecho, tampoco es saludable ya que nos expondríamos constantemente a niveles de ansiedad relativamente altos, estaríamos más expuestos a desequilibrios y disonancias, como reveló un estudio de la Universidad de Waikato y nuestro desempeño caería en picado.
Quedarse en la zona de confort de vez en cuando no es tan malo. Nos ayuda a reponer energía, nos permite hacer un alto para evaluar hasta dónde hemos llegado y nos brinda la ecuanimidad y la paz necesaria para planificar nuestro futuro.
Como todo en la vida, necesitamos encontrar un equilibrio que nos permita crecer y seguir explorando mientras nos sentimos relativamente cómodos y desarrollamos ciertas habilidades. De hecho, tras un periodo de aprendizaje se crea una nueva zona de confort, más amplia que la anterior, en la que volvemos a sentirnos a gusto.
Por supuesto, existen diferentes ejercicios para salir de la zona de confort, pero emprenderlos sin respaldarlos con un cambio de mentalidad profundo a menudo solo suele generar ansiedad. El secreto no consiste en cambiar una zona de confort por otra, sino ampliar tanto nuestra zona de confort que dé cabida a lo nuevo, lo incierto y lo desafiante.
Fuentes:
Harris, M. A. et. Al. (2016) Personality Stability From Age 14 to Age 77 Years. Psychol Aging; 31(8): 862–874.
Brown, M. (2008) Comfort Zone: Model or metaphor? Journal of Outdoor and Environmental Education; 12: 3–12.
Yerkes, R & Dodson, J. (1907) The Dancing Mouse, A Study in Animal Behavior. Journal of Comparative Neurology & Psychology; 18: 459–482.
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