Algunos lo llaman cambio, otros progreso e incluso hay quienes le llaman adaptación. Algunas personas desarrollan prácticamente una fobia al cambio mientras que otras son casi adictas a la novedad que estos implican. Las primeras prefieren la regularidad, la previsibilidad y las cosas a la antigua. Los adictos a los cambios aman la novedad, lo diferente y la incertidumbre.
En cualquier caso, la vida en sí misma es un cambio. Ya lo había dicho Schopenhauer: «El cambio es la única cosa inmutable». Por eso, es fundamental desarrollar un nivel de tolerancia al cambio que nos permita lidiar con las transformaciones sin que estas afecten demasiado nuestro equilibrio psicológico.
¿Qué es la resistencia al cambio individual?
El concepto de resistencia al cambio en las organizaciones es muy conocido, pero la resistencia al cambio personal es una idea menos popular, si bien no deja de ser muy importante.
En Psicología el concepto de resistencia al cambio se refiere a las personas que experimentan una angustia emocional provocada por la perspectiva de una transformación o por el cambio que se está produciendo.
Durante los primeros años de la Psicología, la resistencia al cambio individual se analizaba simplemente como un problema de motivación. Por tanto, se pensaba que para eliminar esa resistencia, bastaba conseguir que la persona se motivara.
Sin embargo, ahora sabemos que cuando alguien se resiste al cambio es porque existen diferentes áreas problemáticas, ya sea debido a características de personalidad, su historia de vida o su situación actual. Desde esta perspectiva, la resistencia al cambio personal es una increíble oportunidad para bucear en nuestro interior.
De hecho, podemos sentirnos motivados por el cambio pero si algo nos retiene, como el miedo, la motivación no será suficiente para vencer la resistencia. Por eso un cambio siempre es una oportunidad de autodescubrimiento.
El ciclo de la resistencia al cambio personal
Kubler-Ross propuso un ciclo emocional que las personas siguen en los casos de duelo pero que se aplica perfectamente a cualquier otro tipo de cambio en la vida que nos neguemos a aceptar.
- Etapa de choque. Es el estado de parálisis por análisis o bloqueo emocional inicial cuando nos exponemos por primera vez a la perspectiva del cambio. En ese estado no solemos reaccionar, por lo que otras personas pueden pensar que hemos aceptado de buena gana la transformación pero en realidad lo que sucede es que nuestro sistema emocional está “congelado”. Nuestra mente racional aún no ha procesado el cambio y lo que este significa. A medida que lo asumimos, podemos sufrir una crisis de ansiedad o ir presentando otras reacciones físicas.
- Etapa de negación. En esta fase negamos el cambio, implica un poco cerrar los ojos ante la realidad y cualquier evidencia de que la transformación es necesaria o está ocurriendo. Lo normal es que sigamos con nuestra vida, como si nada hubiera pasado, con la ingenua pretensión de que la necesidad de cambiar desaparezca. Esto sucede porque al aferrarnos a las rutinas cotidianas, recuperamos la sensación de control.
- Etapa de la ira. Cuando no podemos seguir negando el cambio, lo usual es responder con rabia, frustración e ira. En esta fase salen a relucir todos los sentimientos que se reprimieron durante las etapas anteriores. También es común que nos preguntemos por qué tiene que pasarnos algo así.
- Etapa de negociación. Es una fase en la que intentaremos encontrar una salida, aunque normalmente es en vano ya que en realidad aún estamos resistiéndonos al cambio. En esta etapa aún no hemos aceptado el cambio sino que intentamos encontrar una «solución» para evitarlo.
- Etapa de depresión.En esta etapa finalmente aceptamos que el cambio es inevitable. Sin embargo, no lo aceptamos de buen grado y podemos reaccionar deprimiéndonos o irritándonos.
- Etapa de prueba.Es una fase en la que la resistencia al cambio finalmente va desapareciendo porque nos damos cuenta de que necesitamos reaccionar. Entonces comenzamos a buscar soluciones realistas y buscamos nuevos patrones de afrontamiento que se adapten a la realidad. En esta fase comenzamos a hacer pequeños experimentos que nos acercan al cambio y nos permitan mirarlo desde nuevas perspectivas.
- Etapa de aceptación. Es la última fase donde volvemos a encontrar el equilibrio que se había roto con el cambio. Encontramos y ponemos en práctica nuevos patrones de comportamiento adaptativos que nos ayudan a reconstruir nuestra identidad bajo las nuevas circunstancias.
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Somos conscientes de que el cambio es la única constante de la vida. Sin embargo, queremos cambiar y a la vez seguir siendo los mismos o haciendo las mismas cosas. Esa dicotomía genera una resistencia, a menudo a nivel inconsciente.
- No comprender que el cambio es necesario. En algunas circunstancias podemos no tener muy claro que es necesario cambiar, sobre todo si nos sentimos relativamente seguros y cómodos en nuestra zona de confort. Si pensamos que las cosas que hemos hecho así durante tantos años seguirán funcionando y no hay motivos para cambiar, nos resistiremos a cualquier transformación.
- Miedo a lo desconocido. El miedo a lo que no se conoce y a la incertidumbre es una de las principales razones de la resistencia al cambio. Como norma, solo nos lanzamos a lo desconocido si creemos que lo que nos espera vale la pena pero si no estamos seguros de qué encontraremos, nos resultará muy difícil abandonar nuestra posición, donde nos sentimos seguros y tenemos todo relativamente bajo control.
- Falta de competencia y temor al fracaso. Se trata de un factor de resistencia al cambio que muy pocas personas admiten pero que se encuentra en la base de ese temor. Cuando creemos que no tenemos las habilidades, competencias o fuerzas necesarias para enfrentar la transformación, muchas veces no lo reconocemos pero reaccionamos resistiéndonos a la transición.
- Apego a los hábitos. Si hemos hecho determinadas cosas de cierta forma durante mucho tiempo, será muy difícil cambiar esos patrones. No solo se trata de hábitos de comportamiento sino también de maneras de relacionarnos, pensar o sentir. Esto se debe, entre otros factores, a que en nuestro cerebro ya existen “autopistas neuronales” por las que esos hábitos discurren rápidamente, por lo que cambiarlos requeriría construir otras, y nuestro cerebro suele tender siempre a aplicar la ley del mínimo esfuerzo.
- Imposición. Cuando percibimos que el cambio es impuesto por alguien y que no tenemos voz ni voto, la primera reacción suele ser el rechazo. A la mayoría de las personas no les gustan los cambios impuestos, por lo que si no se les consulta, la disposición al cambio es mínima.
- Agotamiento y saturación. En muchos casos la resistencia al cambio está provocada porque se sobrepasó precisamente el nivel de tolerancia al cambio; es decir, la persona ha estado sometida a tantas transformaciones que ha desarrollado un rechazo a estas, como resultado del agotamiento y la saturación.
- Disonancia cognitiva. En algunos casos el cambio representa un punto de ruptura con algunas de nuestras creencias u opiniones, lo cual genera una disonancia cognitiva que no estamos dispuestos a asumir.
- Escasa motivación. Todo cambio siempre demanda movilizar determinados recursos, por lo que si no tenemos la motivación suficiente, o si no se trata de una motivación intrínseca, nos resistiremos a esa transformación.
- Mal momento. En muchas ocasiones la resistencia al cambio está provocada porque la transformación llega en un mal momento de la vida. Puede ser que esa persona esté atravesando una situación difícil o que tenga otros proyectos y no esté preparada para hacerle frente a otro cambio.
- Predisposición personal ante el cambio. Existen personalidades con una mayor disposición al cambio mientras que otras se apegan más a lo conocido. Las personalidades con rasgos neuróticos, con un locus de control interno y con una escasa tolerancia a la ambigüedad son más resistentes al cambio.
Fuentes:
Oreg, S. (2003) Resistance to change: Developing an individual differences measure. Journal of Applied Psychology; 88(4): 680–693.
Dent, E. B. & Galloway, S. (1999) Challenging “Resistance to Change”. Journal of Applied Behavioral Science, 35 (1), 25-41.
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