El duelo es una de las experiencias más dolorosas que atravesamos en la vida. Perder a una persona querida, ya sea porque ha fallecido o se ha roto definitivamente la relación, puede llegar a provocar un dolor lacerante que es difícil de superar. Aceptar la nueva realidad lleva tiempo y esfuerzo. A algunas personas les cuesta más que a otras, y hay quienes se quedan atrapados en un duelo no elaborado.
¿Qué es el duelo no elaborado?
Como regla general, cuando afrontamos una pérdida atravesamos una serie de etapas que nos ayudan a superar el duelo. Pasamos de una primera fase de negación que nos permite amortiguar el dolor de la noticia a experimentar una gran ira por la pérdida y sumirnos en la tristeza más profunda para finalmente llegar a la aceptación.
En los duelos no resueltos no llegamos a atravesar todas esas etapas, nos quedamos atascados en una de ellas, de manera que no terminamos de aceptar la pérdida. Nuestro mundo interior no se reestructura para aceptar la realidad porque no logramos despojarnos de los pensamientos recurrentes sobre la persona que nos abandonó, lo cual nos impide retomar nuestra vida.
Las señales de un duelo no resuelto
Una investigación realizada en la Universidad de Columbia comprobó que la mayoría de las personas terminan aceptando la pérdida y elaborando el duelo de forma más o menos saludable, de manera que pueden seguir avanzando en la vida. El tiempo medio que necesitan para superar la pérdida suele oscilar entre uno y dos años. Sin embargo, un 7% de las personas se quedan atascadas en la negación, la rabia o la tristeza, sin llegar a la necesaria aceptación.
1. Negación de la pérdida
Uno de los síntomas del duelo no elaborado es la negación de lo ocurrido. La persona se niega a aceptar emocionalmente la pérdida. Aunque es consciente de que el otro ya no está, su mente ha puesto en marcha mecanismos de defensa para protegerse de un dolor demasiado grande.
Estas personas generalmente rechazan hablar de lo ocurrido y no expresan sentimientos de dolor, tristeza o rabia. Si les preguntamos cómo están, responderán con un parco «bien» y cambiarán de tema. El estado afectivo que predomina es la anestesia emocional, casi todo les resulta indiferente y viven en piloto automático.
2. Hipersensibilidad
Perder a una persona querida nos deja maltrechos y vulnerables. No cabe duda. Durante los primeros tiempos, es normal que su recuerdo desate emociones muy intensas y difíciles de gestionar. Sin embargo, a medida que va pasando el tiempo nos acostumbramos a la nueva realidad y nuestra sensibilidad disminuye. La tristeza deja paso a la nostalgia y el dolor al agradecimiento por lo que fue.
En un duelo no resuelto la persona puede permanecer en ese estado de hipersensibilidad durante años. Se quedan con los nervios a flor de piel. Esa sensibilidad extrema no se manifiesta únicamente cuando se habla de la pérdida, sino en diferentes ámbitos de la vida. Como sus recursos de afrontamiento emocional han mermado considerablemente, cualquier pequeño contratiempo le parece un desafío insuperable. Todo le supera, de manera que se irrita, frustra o desmorona ante el más mínimo problema.
3. Culpabilización
Una de las señales más habituales de un duelo no resuelto es la sensación de culpa. Cuando sufrimos una pérdida, es normal que cuestionemos nuestro papel en lo sucedido porque sentimos una necesidad imperiosa de dar sentido a las cosas. Sin embargo, podemos correr el riesgo de quedarnos atrapados en lo que se conoce como la “etapa de negociación”.
Alimentamos la fantasía de que hubiésemos podido hacer algo para cambiar los hechos. Nos quedamos atrapados en preguntas como: ¿Qué hubiese pasado si…? ¿Podría haber hecho algo para que cambiar lo ocurrido? De esta manera, no es difícil que terminemos culpándonos – por lo que hicimos o dejamos de hacer – cayendo en un bucle tóxico de reproches en el que la razón nos abandona y se instaura la culpa y el remordimiento.
4. Somatizaciones
Las emociones y el estrés se reflejan en el cuerpo. Cuando se atraviesa un duelo no elaborado, es normal que esas tensiones y angustias terminen haciendo diana en el organismo, expresándose a través de diferentes síntomas, que varían de una persona a otra.
De hecho, se ha apreciado que durante el duelo el umbral del dolor disminuye, lo que provoca que experimentemos más molestias de las habituales. Un estudio realizado en la Universidad Semmelweis comprobó que las personas que pasan por un duelo no elaborado experimentan más síntomas somáticos, la mayoría relacionados con la ansiedad y la depresión. Podemos experimentar desde dolores musculares hasta alteraciones digestivas, insomnio, cefaleas y problemas en la piel. En esos casos, las emociones hablan a través del cuerpo.
5. Pérdida de sentido
“El duelo resulta ser un lugar que ninguno de nosotros conoce hasta que lo alcanzamos… La ausencia interminable que sigue, el vacío, todo lo contrario del significado, la incesante sucesión de momentos durante los cuales confrontar la experiencia del sinsentido en sí mismo”, escribió la periodista Joan Didion.
Un síntoma habitual del duelo no resuelto es la pérdida de sentido, sobre todo si la vida orbitaba alrededor de esa persona o se trataba de alguien significativo que nos brindaba felicidad y confort. Cuando no elaboramos el duelo, no logramos seguir adelante. Todo nos parece gris y anodino, nada nos entusiasma, ilusiona o motiva porque somos incapaces de mirar al futuro y trazar planes. Simplemente nos limitamos a a sobrevivir en un día a día rutinario.
La difícil misión de superar el duelo
Desde hace tiempo muchos psicólogos han defendido la idea de que para superar el duelo es necesario pasar por varias fases o etapas. No obstante, el psicólogo estadounidense J. William Worden piensa que ese planteamiento nos coloca en una posición pasiva respecto al dolor y el sufrimiento, como si no pudiésemos hacer nada más que sentarnos a esperar a que el tiempo cure la herida.
En su lugar, propone el concepto de “tareas del duelo”, lo cual nos permite asumir una postura más activa en la elaboración de la pérdida. Una de esas tareas consiste precisamente en reelaborar el lugar emocional que ocupa la persona que nos ha abandonado. No se trata de olvidarla, sino de conferirle un nuevo espacio en nuestra vida emocional.
Necesitamos encontrar un lugar para la persona que se ha ido, de manera que sigamos vinculada a ella, pero ese vínculo no nos impida seguir adelante. Para ello, necesitamos encontrar nuevas maneras de recordarle que no nos causen un profundo dolor sino que generen ese sentimiento de nostalgia y gratitud por lo que fue.
Fuentes:
Vedia, V. (2016) Duelo patológico: Factores de riesgo y protección. Revista Digital de Medicina Psicosomática y Psicoterapia; 6(2): 12-34.
Shear, M. K. et. Al. (2014) Bereavement and Complicated Grief. Curr Psychiatry Rep; 15(11).
Konkolÿ, B. et. Al. (2012) Mediators between bereavement and somatic symptoms. BMC Fam Pract; 13: 59.
Shear, M. K. & Mulhare, E. (2008) Complicated Grief. Psychiatric Annals; 38(10).
Worden, J. W. et. Al. (2006) Considerations in Conceptualizing Complicated Grief. Omega; 52(1): 81-85.
Deja una respuesta