Nietzsche tenía 35 años cuando sus constantes dolores de cabeza y de estómago lo indujeron a abandonar su cátedra en la Universidad de Basilea para iniciar una vida errante y solitaria, buscando en invierno las costas soleadas del Mediterráneo y en verano las serenas alturas de los Alpes suizos. Mientras dejaba atrás su etapa académica, su pensamiento filosófico se hacía más original. Afilado. Desafiante. Irreverente.
Como resultado, veía tendencias en la sociedad que escapaban a los demás. En “Aurora”, Nietzsche escribió: “se echa a perder a un joven con toda seguridad cuando se le enseña a apreciar más a los que piensan como él que a los que piensan lo contrario”. Sus palabras de finales del siglo XIX resuenan hoy más que nunca.
Vivimos en peligrosas cámaras de eco que se retroalimentan
La tecnología ha amplificado una tendencia muy humana: el sesgo de confirmación. Las redes sociales y los buscadores refuerzan constantemente los gustos y preferencias de sus usuarios. Sus algoritmos siguen una idea muy sencilla: si algo te ha gustado, es probable que algo similar también te guste.
Como resultado, la supuesta «inteligencia» artificial nos muestra contenidos similares a los que ya hemos consumido. Nos propone productos parecidos a los que hemos comprado y noticias afines a las que hemos leído. La idea no tendría nada de malo, si no fuera porque crea a nuestro alrededor de una cámara de eco que se retroalimenta continuamente.
Esos algoritmos refuerzan nuestra tendencia a buscar la confirmación de nuestras creencias, ideas, estereotipos y valores. Nos encierran en una burbuja de contenidos que se refuerzan mutuamente y nos muestran fundamentalmente los mensajes con los que estamos de acuerdo.
En práctica, recibimos una palmadita en la espalda continuamente que nos hace creer que vamos por el buen camino. Esa retroalimentación positiva constante es agradable. ¡Por supuesto! Pero tiene un lado oscuro: nos hace caer fácilmente en la complacencia y la autoindulgencia. Nos hace creer que tenemos la RAZÓN.
Al mismo tiempo, esas cámaras de eco nos alejan de los pensamientos diferentes. Borran la disidencia. Y refuerzan nuestra visión del mundo. Como resultado, podemos terminar convirtiéndonos en personas más intolerantes y rígidas. Personas incapaces de lidiar con lo diferente. Escuchar puntos de vista distintos y nuevas formas de comprender la vida.
De hecho, esas cámaras de eco terminan alimentando posiciones extremas que rayan en el fanatismo. Los “túneles de realidad” que crean son tan angostos que no hay espacio para la diferencia y ni siquiera para el diálogo. Nos conducen a cerrarnos sobre lo mismo y rechazar lo diferente.
La idea de Nietzsche para desarrollar un pensamiento propio
Nietzsche entendió que vivir en esas cámaras de eco era muy peligroso pues estaba en juego nuestra propia identidad y la expresión de la creatividad. Si dejamos que los jóvenes se guíen por las tendencias ampliamente aceptadas por la sociedad, que hoy serían el equivalente a los likes o los trending topics, podríamos presenciar la muerte del pensamiento crítico y de la propia individualidad.
En “Schopenhauer como educador”, Nietzsche criticó la terrible tiranía de la opinión pública, que da lugar a “pseudo hombres dominados por la opinión pública”. El filósofo criticaba a las personas que se ocultaban perezosamente “detrás de costumbres y opiniones”, cediendo a la “demanda de convencionalidad” por “temor al prójimo, que exige la convención y en ella se oculta”. Quienes se pliegan de esa manera a la opinión general, parecían a Nietzsche más “productos fabricados en serie” que personas.
En la actualidad, la globalización, el consumismo, la serialización y el intento de imponer ciertas verdades incuestionables han creado una masa iterada que se parece mucho a aquella que inquietaba a Nietzsche en su tiempo.
La opinión pública y las redes sociales pueden llegar a “secuestrar” el pensamiento. De hecho, Nietzsche pensaba que “la forma acabada de esos sistemas atrae quizá a la juventud e impresiona a los inexpertos, pero no deslumbra a las personas cultivadas”.
El pensamiento que no es desafiado suele volverse perezoso, como afirmaba el filósofo. Por eso, consideraba que para crecer necesitamos buenos “enemigos”, entendidos como personas que nos reten. Interlocutores que desafíen nuestras creencias y puntos de vista para que nos obliguen a repensar aquello en lo que creemos e incluso lo que queremos.
El propio Nietzsche pensaba que “toda convicción es una cárcel”, de manera que se puso esta regla: “oblígate a ti mismo a nunca ocultar o suprimir algo que va en contra de tus propios pensamientos… Este es el requisito esencial del pensamiento honesto”.
En la actualidad, con los algoritmos de Internet estrechando continuamente nuestras miras y los medios de comunicación fabricando ideas y realidades, necesitamos hacer un esfuerzo consciente por salir de ese bucle y buscar ideas nuevas. Ideas que nos hagan reflexionar y nos animen a considerar otros puntos de vista. Tenemos que “luchar para no ser absorbidos por la tribu”.
Se trata, en definitiva, de desintoxicar la mente del virus de la opinión generalizada. Alejarnos de las ideas fabricadas en serie e impedir que el pensamiento siga perezosamente por su camino. Así no solo podremos evitar la cultura del rebaño, sino que también encontraremos nuestros propios significados. Y ese es un viaje que vale la pena porque “ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”, como dijera Nietzsche.
Fuentes:
Hara, L. A. (2022) Por qué Nietzsche puede ayudarnos a eludir la cámara de ecos y el baldío intelectual del internet. En: PijamaSurf.
Nietzsche, F. (1999) Shopenhauer como educador. Madrid: Valdemar.
Nietzsche, F. (1994) Aurora. Madrid: M. E, Editores.
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