La crianza es una tarea complicada en la que a menudo las líneas entre lo que está bien o mal se difuminan, sobre todo cuando los valores que pretendemos inculcar a los niños chocan contra el muro de la realidad. Tal es el caso de la verdad y la mentira.
Decimos a los niños que no deben mentir y los reprendemos cuando lo hacen, pero a menudo enviamos señales inconsistentes que terminan confundiéndolos, sobre todo cuando nuestros hijos son demasiado sinceros en situaciones sociales en las que preferiríamos que no lo fueran, como cuando demuestran que no les ha gustado un regalo o no quieren pasar tiempo con una persona que no les agrada. En otras ocasiones, les pedimos que sean sinceros, pero nosotros no lo somos.
Los niños que dicen verdades contundentes son vistos de manera más negativa
Psicólogos de la Universidad Estatal de Texas realizaron un estudio en el que analizaron cómo los adultos perciben a los niños que mienten y aquellos que dicen la verdad. Curiosamente, a pesar de que decir la verdad generalmente se considera un valor positivo en nuestra sociedad, en realidad los adultos prefieren a los niños que mienten educadamente a aquellos que dicen la verdad sin rodeos.
El equipo reclutó a 438 adultos, 142 de los cuales eran padres. Las personas vieron ocho vídeos que mostraban diferentes escenas en las que un niño decía una mentira contundente, como que la interpretación musical de su hermano era la mejor que había escuchado en su vida, a pesar de ser terrible.
En otras escenas ese niño decía sin rodeos lo que pensaba, afirmando que la interpretación del hermano era horrible, por ejemplo. También había escenas en las que el niño decía una mentira piadosa afirmando que la interpretación era bastante buena o se decantaba por una verdad a medias, indicando que la interpretación no era muy buena.
En algunos casos el niño mentía para ser amable y en otros para proteger a alguien de las consecuencias desagradables de su comportamiento, como mentir a los padres sobre el paradero de un hermano para que no lo castigasen.
Tras ver cada vídeo, los adultos debían evaluar al niño teniendo en cuenta características como la confianza, amabilidad e inteligencia. También debían indicar si era creíble y hasta qué punto lo castigarían o recompensarían si fueran sus padres.
Cuando los niños mentían para proteger a su hermano, por ejemplo, los adultos solían juzgarlos de manera más negativa en comparación con quienes eran honestos. Los mentirosos también tenían más probabilidades de ser castigados que los que decían la verdad.
Sin embargo, los niños que dijeron verdades contundentes recibieron una calificación más negativa que aquellos que dijeron verdades a medias, aunque también se les consideró más dignos de confianza.
Cuando mentir está mal, pero decir la verdad también
Mentir es un intento intencional de crear una creencia falsa en otra persona y, a pesar de que muchos adultos lo hacen a diario, ya sea por motivos egoístas o para proteger a los demás, generalmente enseñamos a los niños que mentir está mal. De hecho, ¿sabías que la mayoría de los adultos dicen un par de mentiras cada día? En cambio, como muchos niños aún no se han apropiado de las reglas sociales, pueden llegar a ser brutalmente honestos, para consternación de muchos padres.
Dicho estudio reveló que la motivación detrás de la mentira es un detalle importante que inclina la balanza en el juicio de los adultos. Eso significa que solemos juzgar de manera más positiva a los niños que mienten para ser amables que a aquellos que dicen la verdad sin rodeos.
En general, aplicamos un enfoque inconsistente en la educación de los niños sobre la verdad y la mentira pues lo que más valoramos son sus motivaciones. Si un niño miente para ser amable, se le ve de manera más positiva y es más probable que sea recompensado, pero si miente para proteger a un hermano, es probable que reciba un castigo.
Esa inconsistencia educativa envía mensajes contradictorios a los niños sobre la necesidad de decir la verdad. Y es que, aunque nuestra sociedad suele juzgar negativamente a los mentirosos, establece una distinción en la aceptabilidad de las mentiras teniendo en cuenta una amplia gama de factores contextuales, como quién miente a quién, con qué objetivo o por qué lo hace.
Para evitar castigos y reprimendas por ser excesivamente sinceros, los niños aprenden rápido. Se ha apreciado que con tan solo 2 o 3 años ya son capaces de mentir, generalmente para protegerse o beneficiarse, aunque muy pronto también comienzan a decir mentiras prosociales para evitar dañar los sentimientos de los demás.
¿Cómo enseñar a los niños a decir la verdad sin herir a los otros?
Los niños van desarrollando su sistema de valores, la empatía y la conducta moral en las interacciones con los demás, en especial con sus padres. De hecho, se ha apreciado que los padres que brindan a sus hijos explicaciones morales y los animan a razonar sobre sus comportamientos suelen criar a hijos con tendencias más altruistas.
Los padres tienen un rol decisivo a la hora de moldear la manera en que los niños mienten o dicen la verdad, sobre todo a medida que su sistema cognitivo se desarrolla. Podrían enseñar a sus hijos a reformular verdades duras o mentir abiertamente. Muchas veces ese proceso ocurre de manera inconsciente, a través de las reacciones de los padres cuando los niños comienzan a adentrarse en el terreno de la mentira.
Los padres pueden reaccionar ante las mentiras viéndolas como violaciones morales y enfocarse en el daño que causan o elogiar a los niños y animarlos a decir mentiras piadosas para quedar bien con los demás. También podrían desincentivar las verdades contundentes con frases como “eso no se dice” o “si no puedes decir nada agradable, no hables”.
Por supuesto, cabría pensar que enseñar a los niños a decir mentiras piadosas o verdades a medias les ayudaría a tener más éxito social, pero otro estudio desarrollado en la Universidad Tecnológica de Nanyang pone en duda esa idea.
Estos psicólogos comprobaron que los efectos de las mentiras piadosas se ven a largo plazo. Los adultos a los que les mentían más cuando eran niños, también mentían más en la adultez. Además, reconocieron tener más dificultades para lidiar con los retos sociales y psicológicos en su vida. Específicamente, tenían más problemas de adaptación, experimentaban más sentimientos de culpabilidad y vergüenza o desarrollaban un carácter más egoísta y manipulador.
“Cuando los padres dicen a los niños que ‘la honestidad es el mejor camino’, pero mienten, ese comportamiento puede enviar mensajes contradictorios a sus hijos. Eventualmente, la deshonestidad de los padres puede erosionar la confianza y promover la deshonestidad en los niños”, advirtieron estos psicólogos.
Por tanto, los padres deben ayudar a sus hijos a expresar lo que sienten y piensan, sin dañar a los demás pero manteniéndose fieles a su verdad. Podrías ayudar a tu hijo a reformular frases que podrían ser hirientes, de manera que pueda expresar su punto de vista sin dañar a los demás.
Entre “¡ese regalo es horrible, no me gusta!” y un parco “gracias por el regalo” hay un buen trecho. No debemos enseñar a los niños a mentir, sino a expresarse sin dañar a los demás, siendo fieles a lo que sienten y teniendo en cuenta los sentimientos del otro. Aunque quizá, esa todavía sea una de las asignaturas pendientes de los adultos.
Fuentes:
Brimbal, L. & Crossman, A. M. (2022) Inconvenient truth-tellers: Perceptions of children’s blunt honesty. Journal of Moral Education; 10.1080.
Serota, K. B. et. Al. (2022) Unpacking variation in lie prevalence: Prolific liars, bad lie days, or both? Communication Monographs; 89(3): 307-331.
Setoh, P. et. Al. (2019) Parenting by lying in childhood is associated with negative developmental outcomes in adulthood. Journal of Experimental Child Psychology; 189: 104680
Zahn-Waxler, C. et. Al. (1979) Child rearing and children’s prosocial initiations toward victims of distress. Child Development; 50(2): 319–330.
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