“La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte”, dijo Immanuel Kant. Sin embargo, siglos antes, muchos filósofos ya habían alabado la virtud y los beneficios de la paciencia, una de las cualidades que más se ha resentido en la sociedad moderna, donde todo gira a ritmo de vértigo y los cambios se suceden unos tras otros, sin darnos tiempo a consolidar las nuevas habilidades que adquirimos.
La vida líquida no contempla la paciencia
El sociólogo Zygmunt Bauman se refirió a los tiempos modernos catalogándolos como una “vida líquida”. Esa vida se caracteriza por no mantener un rumbo determinado ya que, al ser líquida no mantiene durante mucho tiempo la misma forma. En principio, la posibilidad de cambiar y adaptarse al entorno no es algo negativo. Todo lo contrario.
Sin embargo, el problema es que un nivel tan elevado de “liquidez” termina produciendo precariedad e incertidumbre. Estamos obsesionados con no perder el tren de la actualización, aunque esa adaptación sea superficial y circunstancial, el objetivo es que no nos aparten por habernos quedado “obsoletos”. Mientras tanto, se produce una pérdida de referentes claros y sólidos, por lo que caminamos a ciegas.
En ese movimiento vertiginoso las rutinas cambian antes que las anteriores puedan consolidarse, los activos se convierten en pasivos y las capacidades en discapacidades en un abrir y cerrar de ojos. Esa visión del mundo hace que las personas “exitosas y triunfadoras” sean las más ágiles, ligeras y volátiles que consideran la novedad como una buena noticia, la precariedad como un valor y la inestabilidad como motivación.
En esa sociedad líquida no hay espacio para la paciencia. El “lo quiero” se debe transformar inmediatamente en “lo tengo”. La profunda necesidad de inmediatez en muchas ocasiones nos impide tolerar la frustración e incluso aplazar ciertas recompensas para obtener mayores beneficios. Entonces nos entregamos gustosamente al estrés, la ansiedad y la frustración.
Esta dinámica nos destruye ya que, al fin y al cabo, por mucho que queramos, no podemos acelerar el ritmo con el que las cosas llegan a nuestra vida, ese ritmo natural tiene sus propios tiempos y no podemos violentarlo demasiado. Ir más deprisa significa a menudo frustrarse y sufrir, esforzarse perdiendo una energía psicológica valiosísima, mientras nos olvidamos de disfrutar de las cosas que ya tenemos y hemos logrado. Así nos convertimos en cobayas corriendo dentro de un laberinto, aturdidos por su propia velocidad.
Lo bueno siempre tarda, porque lo que fácil llega, fácil se va
La inmediatez nos hace tomar decisiones precipitadas de las que después podemos arrepentirnos porque, centrados únicamente en la recompensa, nos olvidamos de calcular todos los factores y prever las consecuencias.
En las filosofías orientales como el budismo y el taoísmo, la paciencia es una de las virtudes más alabadas. De hecho, uno de los conceptos más poderosos del taoísmo es el “Wu Wei”, que significa, literalmente, inacción o no acción. No implica quedarse de brazos cruzados sino dejar que la vida fluya e irnos preparando para aprovechar las oportunidades cuando estas toquen a nuestra puerta.
Pensemos, por ejemplo, en una flor, que crece de forma natural. Sin embargo, si esa flor desarrollara una conciencia parecida a la nuestra, es probable que comenzara a preocuparse por el proceso de floración. Quizá se pregunte de qué color serán sus hojas, cómo podría acelerar el proceso usando fertilizante, cuánto cuesta y si puede pagarlo. También se preguntará si será más bella y más grande que la flor que crece a su lado. Así, lo que es un proceso natural, podría convertirse en un auténtico trauma.
En muchos casos, todo lo que debemos hacer es dejar que la vida fluya. Se trata de despojarse de esa obsesión por la inmediatez y ampliar nuestra conciencia, pasando del presentismo a asumir una perspectiva más amplia y abierta que nos permita ver el cuadro en su conjunto, comprendiendo las conexiones existentes. Debemos ser plenamente conscientes de que, entre el “plantar y cosechar” existe un periodo dedicado al “regar y esperar”.
Recuerda que la paciencia no es la capacidad de esperar, sino la habilidad de mantener una buena actitud mientras esperas. Este corto de Michale Warren y Katelyn Hagen titulado «The Counting Sheep» nos muestra precisamente la importancia de esperar pacientemente, no tomando decisiones permanentes por culpa de emociones temporales.
Es un corto perfecto para transmitir la importancia de la paciencia a los niños y evitar que construyan una vida líquida cuando sean adultos. Es probable que sus autores se hayan inspirado en el libro “El rebaño”, de Margarita del Mazo, que nos deja una estupenda lección de diversidad, libertad individual y respeto al prójimo.En este caso, la historia versa sobre una oveja diferente, a la que simplemente no le apetecía saltar la valla porque estaba cansada de hacer siempre lo mismo y seguir un guión que no la motivaba y en el que no tenía ningún poder de decisión. A pesar de que es un libro dirigido al público infantil, es probable que más de un adulto se sienta identificado con la protagonista, ya que suscita reflexiones muy interesantes sobre la vida que llevamos.
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