“La historia del mundo está llena de hombres que llegaron al liderazgo a golpe de autoconfianza, valentía y tenacidad”, dijo Mahatma Gandhi, uno de los líderes más inspiradores de todos los tiempos.
Hoy existen programas académicos que enseñan los tipos de liderazgo y las técnicas más eficaces para dirigir desde un pequeño equipo de trabajo hasta una gran empresa. Pero los auténticos líderes, esos que movilizan a las personas para lograr resultados extraordinarios, tienen algo más: un profundo conocimiento de la psiquis humana. Un buen líder no solo sabe encauzar los comportamientos de quienes le siguen, sino que también comprende las fuerzas psicológicas que los originan para lidiar con los obstáculos que suelen representar.
Las principales dificultades del líder a lo largo del camino
1. Desmotivación
La motivación se encuentra en la base de nuestros comportamientos. En sentido general, estamos programados para evitar aquello que nos causa dolor y nos resulta desagradable y buscar aquellas cosas que nos generan alegría y nos hacen sentir bien.
Sin embargo, a veces lo mejor de nosotros sale a la luz cuando decidimos hacer sacrificios por un bien mayor. Cuando decidimos obviar las recompensas inmediatas y empujarnos al límite para alcanzar un sueño.
Un buen líder debe conocer ese complejo mecanismo motivacional. Debe ser consciente de lo que motiva a las personas para saber hasta dónde son capaces de llegar para alcanzar una meta común.
De hecho, unos experimentos muy interesantes realizados con trabajadores de la India y Estados Unidos revelaron un fenómeno aparentemente contradictorio: una mayor recompensa económica suele tener un efecto negativo sobre el rendimiento. La explicación es sencilla: trabajar únicamente por la remuneración económica hace que las personas pierdan la motivación y dejen de disfrutar el trabajo. Se sienten como piezas de una maquinaria y se alienan, de manera que el trabajo pierde su significatividad.
En cambio, un buen líder ayuda a las personas a sentirse comprometidas con lo que hacen. Les motiva y les ayuda a encontrar el sentido. Así pueden enfrentar con determinación y pasión los obstáculos que aparecerán en el camino.
2. Resistencia al cambio
El mundo cambia continuamente. Eso genera una sensación de inseguridad e incertidumbre con las que es difícil lidiar. Un buen líder, sin embargo, comprende esos estados emocionales y los gestiona de la manera más adecuada para que no se conviertan en una espada de doble filo.
Los líderes saben que la única certeza que existe es el cambio, de manera que están preparados para afrontar la resistencia al cambio que se suele originar como respuesta ante situaciones de incertidumbre extrema.
Cuando el futuro es incierto, tenemos la tendencia a volver atrás y aferrarnos a lo que conocemos. Lo familiar se convierte en una fuente de seguridad que nos brinda cierta confianza mientras que el cambio se percibe como una amenaza.
En esos casos, el principal riesgo es la parálisis. Cuando las personas deben tomar decisiones en situaciones demasiado ambiguas, generalmente prefieren no hacer nada. En esos casos, el miedo al cambio es tan grande que simplemente les impide avanzar.
Cuando eso ocurre, los líderes son capaces de convertirse en un ancla. Parafraseando a Publilio Siro, son capaces de sostener el timón cuando el mar está agitado, no solo cuando está en calma. Transmiten la seguridad y confianza necesaria para seguir navegando por las aguas turbulentas del cambio. Ayudan a las personas a concentrarse en lo que pueden ganar, en vez de fijarse únicamente en lo que están perdiendo por ese cambio. Así la organización o la sociedad puede seguir adelante.
3. Pesimismo
Todo proyecto suele llegar a un punto en el que se estanca o aparecen obstáculos que parecen insuperables. Después de un gran esfuerzo en el que se ha invertido tiempo, energía y recursos sin ver los resultados, muchas personas tiran la toalla. El pesimismo se instaura dejando a su paso un velo de derrotismo.
Los buenos líderes son capaces de empatizar con esas emociones. En vez de ignorarlas o minimizarlas, las validan y animan a las personas a seguir adelante. Son conscientes de ese sesgo pesimista que habita en todos nosotros y que nos lleva a sobreestimar las probabilidades de que ocurran eventos negativos mientras subestimamos las probabilidades de que se produzcan sucesos positivos.
Comprenden que el pesimismo hace que nos centremos en los detalles y resaltemos todo lo que ha salido mal. En esas circunstancias oscuras, los líderes custodian la esperanza. Son capaces de mantener una visión global y transmitir su idea de futuro para contagiar a los demás con su optimismo, un optimismo que nunca es ingenuo sino realista.
En resumen, los buenos líderes son capaces de ver lo que otros pasan por alto. Conectan con las emociones de las personas, pero también mantienen esa perspectiva global que les permite ayudarles a tomar decisiones más inteligentes para alcanzar grandes metas comunes. Como dijera Napoleón, “un líder es un repartidor de esperanza”.
Fuente:
Ariely, D. et. Al. (2005) Large Stakes and Big Mistakes. Review of Economic Studies; 76: 5-11.
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