La Inteligencia Emocional es importante, todos lo sabemos. Y todos queremos desarrollarla. Sabemos que si somos conscientes de nuestras emociones, que si comprendemos su causa y somos capaces de captar esas primeras y sutiles señales antes de perder el control, podremos gestionarlas mejor e incluso utilizarlas a nuestro favor.
Sin embargo, a menudo no sabemos por dónde comenzar o podemos sentirnos abrumados por todos los cambios que necesitamos hacer. Como resultado, simplemente no hacemos nada, nos quedamos estancados en nuestra zona de confort. Por eso, es importante atreverse a dar el primer paso, aunque sea pequeño. De hecho, ese primer paso no te llevará a donde quieras llegar, pero te permitirá salir de donde estás.
Las habilidades básicas de la Inteligencia Emocional
En primer lugar, es importante saber que la Inteligencia Emocional es un concepto complejo que implica diferentes competencias:
– Conciencia emocional. Comprender cómo nuestras emociones y sentimientos influyen en nuestros comportamientos, actitudes, expectativas y decisiones.
– Autorregulación emocional. Reflexionar y gestionar nuestros sentimientos y emociones, para no actuar de manera irreflexiva e impulsiva. No significa obviar las emociones en la toma de decisión, sino darles su justo peso, ni más ni menos.
– Automotivación. Saber enfocar las emociones hacia nuestros objetivos, utilizándolas a nuestro favor para mantenernos motivados y sortear los obstáculos que encontraremos a lo largo del camino. Implica, de cierta forma, mantenerse positivos y desarrollar una actitud proactiva ante la vida.
– Empatía. No significa únicamente comprender los puntos de vista de los demás y sus decisiones sino también compartir sus emociones y ser capaces de captar los estados emocionales de los demás a partir de pequeñas señales extraverbales, de manera que podamos establecer un vínculo más estrecho.
Como podrás suponer, desarrollar la Inteligencia Emocional implica mucho trabajo. Sin embargo, existe un pequeño “atajo”, un buen punto de partida que te permitirá catapultar estas competencias. Se trata de un secreto muy sencillo: hacer una pausa.
Fácil en teoría, difícil en la práctica
Hacer una pausa, a veces de tan solo unos segundos, puede marcar una gran diferencia en nuestras reacciones. Se trata de un consejo muy sencillo, pero resulta muy difícil de ponerlo en práctica. De hecho, incluso a las personas que más han avanzado en el autocontrol emocional puede resultarles complicado inhibir sus respuestas cuando han tenido un mal día, no han descansado lo suficiente o simplemente les han tocado una fibra sensible.
No obstante, los beneficios de hacer una pausa antes de responder son enormes. De hecho, esas fracciones de segundos son más que suficientes para permitir que tu cerebro racional tome el mando, de manera que podrás pensar antes de reaccionar. Así evitarás que se produzca un secuestro emocional en toda regla, del que después podrías arrepentirte.
Lo más interesante es que hacer una pausa no solo es una buena estrategia para lidiar con las situaciones que te molestan, irritan o enfadan sino también ante aquellas que, aparentemente, parecen buenas oportunidades. De hecho, responder positivamente de forma apresurada, dejándote llevar por la alegría o el entusiasmo del momento, es uno de los peores errores que cometemos a menudo y en diferentes situaciones, desde “aprovechar” ese descuento en la tienda que parece tan bueno pero que después no lo es, hasta decir que sí a un proyecto del que no podemos encargarnos solo porque en ese momento nos sentimos halagados.
Hacer una pausa te permitirá reenfocar el asunto. Considera que la primera reacción emocional siempre estará centrada en nosotros, en lo que sentimos respecto a la situación en la que nos encontramos. De hecho, se trata de un mecanismo de análisis muy primitivo que tiene lugar en nuestro cerebro emocional, gracias al cual, evaluamos en cuestión de milisegundos cómo nos hace sentir determinada situación. Sin embargo, hacer una pausa nos permitirá pasar al siguiente nivel y dar una respuesta razonada, más centrada en los demás, mucho más neutral y, probablemente, más conciliadora.
Los 3 pasos imprescindibles para hacer una pausa
Cuando te enfrentes a cualquier tipo de situación, ya sea una de esas que te molestan o aquellas que te entusiasman, lo mejor es que hagas una pequeña pausa antes de responder o decidir.
1. Reconocer. El primer paso consiste en aprender a reconocer esas señales internas que indican que las emociones están tomando el control. Cada persona es diferente, por lo que debe aprender a distinguir esas pequeñas pistas que le brinda su cuerpo. Por ejemplo, hay quienes sienten la ira como una llama que sube por su pecho, mientras que la alegría es una sensación que les inunda.
2. Detener. Resiste la tentación de actuar inmediatamente, de decir lo primero que te pasa por la mente. Sé consciente de ese impulso y toma la decisión de detenerlo. Desde el mismo momento en que decides detener ese impulso, le cedes el mando al cerebro racional.
3. Respirar. Para detener el impulso, te ayudará tomar un respiro profundo y largo. Toma el aire por la nariz, retenlo durante unos segundos, céntrate en el movimiento del pecho y el abdomen y después, suéltalo lo más lentamente que puedas por la boca.
En este punto, es probable que ya estés listo para responder. Si no es así, al menos estarás en condiciones de comprender que no es el mejor momento para actuar o tomar una decisión. En ese caso, da un paseo, establecer una distancia física y caminar para despejar la mente te permitirá reaccionar mejor.
Fuente:
Goleman, D. (1996) Inteligencia emocional. Madrid: Kairos.
Anónimo dice
Muy buenos consejos, y sí como lo mencionas suenan fáciles, pero tienen su grado de complejidad al aplicarlos. más cuando se van adaptando a nuestra cotidianidad alcanzaremos una inteligencia emocional muy alta. Gracias.
Jennifer Delgado dice
De hecho, creo que normalmente las cosas más sencillas (al menos en apariencia) suelen ser las más eficaces. Somos nosotros quienes lo complicamos todo :-s