En “El gran dictador”, Hynkel, el personaje interpretado por Charles Chaplin, habla Grammelot, un lenguaje compuesto por sonidos, palabras y rumores privo de sentido que, sin embargo, los demás parecen entender.
En la novela “1984”, George Orwell hizo referencia a una “neolengua” al servicio del sistema de control en la cual se han eliminado todas aquellas palabras consideradas “peligrosas” para el régimen. El lema del Partido es: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza”.
En realidad, ese lenguaje carente de sentido, ese hablar mucho sin decir nada, se ha extendido entre nosotros a una velocidad vertiginosa, como una auténtica epidemia. El filólogo Igor Sibaldi lo denominó “rumorese”. Y es importante ser capaces de detectarlo porque – sin darnos cuenta y de manera subrepticia – puede terminar restringiendo nuestro pensamiento y, por ende, limitando nuestras decisiones de vida.
¿Qué es el rumorese?
El rumorese es hablar mucho sin decir nada, la “habilidad” para juntar una palabra tras otra, rápidamente, sin preocuparse porque el mensaje sea coherente, tenga significado o aporte valor. Un discurso en rumorese está compuesto por palabras vacías o términos demasiado ambiguos que a menudo son contradictorios entre sí.
El rumorese es, por tanto, el lenguaje de todos aquellos que quieren sobresalir, pero no tienen nada importante que aportar al mundo. También es el lenguaje de quienes quieren ejercer el control sin recurrir a la razón o al entendimiento. Es un lenguaje donde priman los sonidos y se obvia el significado.
Vivir en la sociedad de la locuacidad
En los tiempos en que cuenta más la cantidad que la calidad, no debe extrañarnos que hablar mucho sin decir nada se haya convertido en la norma. Como dijera Thoreau, “tal parece que lo importante es hablar con rapidez y no con sentido común”.
Quien no aprende este lenguaje, sino que habla de manera sensata, puede ser visto con desconfianza por los demás. Su discurso será catalogado como demasiado complicado y raro porque demanda una capacidad de atención y reflexión que se ha perdido.
Así los discursos razonables, lógicos y coherentes se convierten en incomprensibles para la mayoría, una mayoría que ha sido convenientemente lobotomizada gracias a una sistemática educación a la locuacidad.
De hecho, para desenvolverse en ciertos contextos sociales y tener “éxito” muchas personas se ven obligadas a aprender a hablar más y decir menos. Quien no lo hace se siente perdido, como un pez fuera del agua, como si fuera el único cuerdo en un manicomio, siendo testigo de una escena absurda que se desenvuelve con extraordinaria normalidad. Quien no habla este lenguaje termina, por tanto, sintiéndose marginado, excluido y raro.
El rumorese crea el absurdo que nos lobotomiza
“Estamos listos para realizar las modificaciones necesarias, desde una justicia de parte del ciudadano, aplicando reformas que no modifiquen el proceso en curso…”
Estas palabras, tomadas de un periódico, pueden sonarnos familiares ya que forman parte del rumorese político, si bien es cierto que existen muchas otras variantes de ese hablar mucho sin decir nada que se extienden a diferentes ámbitos de nuestra vida.
En ese ejemplo, aunque el lector pueda sentirse contento porque se aplicarán las “reformas necesarias”, en realidad estas “no modificarán el proceso en curso”, lo cual significa que cambiará todo para que no cambie nada. A esto se le suma que el hecho de que la justicia esté de parte del ciudadano es un contrasentido ya que la justicia no debería estar de ninguna parte sino ser imparcial.
El rumorese, por ende, solo sirve para generar confusión y crear expectativas que jamás serán satisfechas, por lo que termina creando frustración. Las contradicciones flagrantes y el absurdo que generan hace que una parte de nuestro cerebro se apague, cansado de buscar una lógica inexistente. Y es precisamente esa especie de lobotomización auto infligida la que conviene a todos aquellos que hacen palanca en el rumorese para lograr sus objetivos.
A esto se le suma que, dado que el rumorese no tiene un sentido en sí mismo, suele ser más creíble aquel que tiene mayor autoridad. Si no entendemos dos discursos antagónicos, tendremos la tendencia a dar razón y creer en el discurso institucionalizado y canonizado. El poder del referente obra su magia allí donde no existe el hábito del pensamiento libre.
Y eso significa que no prima la razón ni el diálogo sino el poder. Como advirtiera Thoreau, “el hombre acepta no lo que es verdaderamente respetable sino lo respetado”.
La reflexión como arma contra las palabras vacías
El rumorese está compuesto por una serie de ideas diseñadas para ser creídas, independientemente de su veracidad o racionalidad. Generalmente se trata de especulaciones o tergiversaciones que se difunden porque hacen mella en nuestras emociones más atávicas.
De hecho, el rumorese se difunde de manera extremadamente eficaz y es una herramienta de manipulación perfecta porque solemos ajustar nuestra visión del mundo a la percepción que tienen los demás. Pensamos que tantas mentes no pueden estar equivocadas ergo quien me equivoco soy yo.
El mejor antídoto para contener ese hablar vacío es la razón. Necesitamos pasar todo por el tamiz de nuestro pensamiento. No importa de dónde vengan las palabras ni quién las haya dicho, tenemos que cuestionarlas, ponerlas en duda y, si es preciso, rebatirlas. Es en ese acto de deconstrucción de lo dicho encontramos nuestra verdad y nos hacemos libres.
Raul dice
Yo he amado su texto pero lo sinto por no existir referencias para pesquisa complementar. Gracias por compartir tu conocimiento.