El contexto importa. Por mucho que nos guste pensar que podemos comernos el mundo, debemos hacer las cuentas con los factores de ese mundo o corremos el riesgo de sufrir una indigestión. En ese sentido, Peter Drucker afirmaba que “el mayor peligro en tiempos de turbulencias no son las turbulencias en sí mismas, sino actuar con la lógica de ayer”.
Cuando no tenemos en cuenta las circunstancias cambiantes, podemos quedarnos anclados en el pasado o mirando miopemente al futuro, de manera que nuestras decisiones y actos quedan desfasados. La inteligencia contextual, en cambio, es la habilidad que nos permite seguirle el paso a los tiempos para actuar en consecuencia.
¿Qué es la inteligencia contextual?
La inteligencia contextual es la capacidad de comprender los límites de nuestro conocimiento para adaptarlo a un entorno diferente de aquel en el que se desarrolló. A finales de la década de 1980, Robert J. Sternberg la mencionó equiparándola con su concepto de inteligencia práctica. La describió como la capacidad de actuar con inteligencia considerando los antecedentes sociales, culturales e históricos.
Básicamente, es la habilidad para reconocer las variables inherentes a un evento o circunstancia, en aras de poder ajustar nuestro comportamiento para responder lo mejor posible, ya sea sacando provecho o evitando un daño. Por tanto, implica ser capaces de interpretar lo que está ocurriendo, justo cuando se produce, antes de que sea demasiado tarde.
Pero ni siquiera basta con saber reconocer el cambio, es necesario comprender qué lo ha provocado para actuar con conocimiento de causa, en vez de dejarnos llevar por la impulsividad o movidos únicamente por las circunstancias, sin considerar lo que más nos conviene. Por tanto, se trata de una habilidad compleja en la que se integran nuestra experiencia pasada con la capacidad para tomarle la temperatura al presente y la posibilidad de buscar soluciones viables de cara al futuro.
Ser capaces de ver y entender el contexto
Vivimos en un mundo fluido, dinámico e impredecible. Nuestra realidad cambia continuamente. De la noche a la mañana aparecen problemas imprevistos, pero también oportunidades inesperadas. Si asumimos ese entorno en continua transformación con la mentalidad de ayer o nos obsesionamos con el futuro que deseamos, es probable que gastemos una enorme cantidad de energía inútilmente.
La inteligencia es la capacidad para transformar datos e información del medio o de nosotros mismos en conocimiento útil que nos permita encontrar soluciones o desplegar comportamientos adaptativos. Sin embargo, los conocimientos y la experiencia no bastan, debemos ser capaces de adaptarlos a la realidad. ¿Cómo lo logramos?
Gracias al contexto.
El contexto engloba las interacciones entre las diferentes dimensiones: externas, internas, inter e intrapersonales (tanto de la persona como del mundo que la rodea). La inteligencia contextual es lo que nos permite percibir todos esos factores y unirlos o entretejerlos para comprender lo que está sucediendo más allá de lo que se aprecia a simple vista. Es lo que nos ayuda a encajar todas las piezas de un rompecabezas para poder verlo en toda su magnitud.
Los 3 componentes clave de la inteligencia contextual
Dentro de los diferentes tipos de inteligencia que existen, la inteligencia contextual nos permite detectar y comprender los cambios que se producen en nuestro entorno, pero también en nosotros mismos, para poder elegir el camino más corto, viable y eficaz posible.
Para lograrlo, requiere un pensamiento en 3D:
1. Comprensión intuitiva de los eventos pasados relevantes
Los estudios indican que los procedimientos formalizados y lógicos a menudo dificultan la toma de decisiones en etapas de cambios rápidos. En contraposición, la intuición es especialmente útil en entornos turbulentos porque nuestra precisión disminuye a menudo que todo se vuelve más caótico o que tenemos menos tiempo para decidir.
Por tanto, la inteligencia contextual incluye la capacidad para comprender cómo los cambios pasados están determinando nuestro presente. Es la intuición que nos guía en la toma de decisiones futuras empujándonos en una u otra dirección en base a lo que ya hemos vivido y experimentado.
2. Conocimiento profundo de las variables contextuales presentes
Para tomar buenas decisiones, no basta con comprender lo que sucedió en el pasado, también es crucial leer la situación actual con precisión. Este componente de la inteligencia contextual implica la habilidad para identificar y evaluar los factores presentes que nos afectan, desde las personas significativas en nuestra vida hasta las limitaciones, oportunidades y posibles riesgos.
Curiosamente, las investigaciones sugieren que nuestra capacidad para procesar grandes cantidades de información contextual, aunque limitada conscientemente, mejora con la práctica. O sea, cuanto más detalles analicemos, mejor veremos el cuadro global. Así logramos desarrollar una “percepción holística” que nos permita navegar de manera más eficiente por escenarios complejos, sobre todo cuando estamos en entornos cambiantes.
3. Conocimiento del futuro preferido
Pasado y presente son tan solo dos variables de la ecuación. No podríamos actuar de manera inteligente si no fuésemos capaces de proyectarnos al futuro. Por ese motivo, el tercer componente de la inteligencia contextual es la capacidad de proyectar escenarios futuros y tener claro cuáles son los resultados deseables. Se trata de un proceso estrechamente ligado a lo que se conoce como “visión de futuro” o “pensamiento anticipatorio”.
En este sentido, los neurocientíficos han comprobado que nuestro cerebro está especialmente diseñado para predecir lo que podría ocurrir. Sin embargo, esas predicciones suelen estar fuertemente influenciadas por nuestras expectativas. La inteligencia contextual implica tanto ser capaces de tomar nota de nuestros deseos como diseñar un plan objetivo y viable que nos ayude a llegar con seguridad al punto deseado.
El truco, por tanto, se encuentra en ser lo suficientemente flexible como para ajustar nuestras estrategias y visión cuando las circunstancias cambian. En entornos inciertos, es cuando la inteligencia contextual brilla, encargándose de mantener un equilibrio entre la realidad inmediata y la aspiración a largo plazo, sin perder de vista el presente.
Mientras desarrollamos esa habilidad, debemos comprender que para encontrar la respuesta correcta no siempre podemos seguir un proceso lineal. En un mundo incierto y rico en contextos, A+B no siempre = C. Hoy por hoy, lo que sabemos y cómo lo hemos aprendido es mucho menos importante que la capacidad de seguir aprendiendo.
Referencias Bibliográficas:
Khanna, T. (2014) Contextual Intelligence. Harvard Business Review; 92(9): 58–68.
Kutz, M. (2011) Contextual intelligence: Overcoming hindrances to performing well in times of change. Development and Learning in Organizations; 25(3): 8-11.
Sternberg, R. J. (1985) Beyond IQ: A Triarchic Theory of Intelligence. Cambridge: Cambridge University Press.
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