La calma es uno de los tesoros más preciados para nuestro equilibrio mental pero también uno de los más elusivos, sobre todo en una sociedad que aboga por la inmediatez y donde reina la hiperestimulación.
La calma es un estado de tranquilidad y serenidad. No implica que los problemas hayan desaparecido sino que no nos afectan, son simplemente como las nubes en el horizonte: sabemos que existen pero también somos conscientes de que tarde o temprano desaparecerán.
La calma nos permite responder con ecuanimidad ante las provocaciones y nos ayuda a mantener el control en medio de la tormenta, de manera que podamos tomar las mejores decisiones posible y aprendamos a responder en vez de limitarnos a reaccionar.
Por eso, no es extraño que la calma desempeñe un rol protagónico en el budismo. Esta propuesta filosófica no se refiere únicamente a la calma ambiental sino fundamentalmente a la calma mental. Se refiere a aquietar la mente, de manera que las emociones y los pensamientos no desaten tormentas interiores.
Nuestra mente no es fija, es más bien un proceso; una corriente mental. Si la mente permaneciera siempre en un pensamiento, se atascaría. Estaría congelado. La mente siempre se está moviendo porque es dinámica. El problema es que a medida que los pensamientos pasan por nuestra mente, se aseguran la continuidad. Por eso la mente no educada salta continuamente de una preocupación a otra. Ese flujo de pensamientos negativos no termina
Esos hábitos mentales nos sumen en un estado de confusión y agitación muy alejados de la calma. Este hábito es muy, muy fuerte. Nuestra mente es inquiera y es uno de nuestros principales impedimentos para alcanzar la paz interior.
Este “problema” se resuelve entrenando la mente en la tranquilidad.
Se llama calma: El poema de Dalai Lama
Esta oda de Dalai Lama a la calma nos ayudará a darle el lugar que merece en nuestra vida:
Se llama calma y me costó muchas tormentas.
Se llama calma y cuando desaparece…. salgo otra vez a su búsqueda.
Se llama calma y me enseña a respirar, a pensar y repensar.
Se llama calma y cuando la locura la tienta se desatan vientos bravos que cuestan dominar.
Se llama calma y llega con los años cuando la ambición de joven, la lengua suelta y la panza fría dan lugar a más silencios y más sabiduría.
Se llama calma cuando se aprende bien a amar, cuando el egoísmo da lugar al dar y el inconformismo se desvanece para abrir corazón y alma entregándose enteros a quien quiera recibir y dar.
Se llama calma cuando la amistad es tan sincera que se caen todas las máscaras y todo se puede contar.
Se llama calma y el mundo la evade, la ignora, inventando guerras que nunca nadie va a ganar.
Se llama calma cuando el silencio se disfruta, cuando los ruidos no son solo música y locura sino el viento, los pájaros, la buena compañía o el ruido del mar.
Se llama calma y con nada se paga, no hay moneda de ningún color que pueda cubrir su valor cuando se hace realidad.
Se llama calma y me costó muchas tormentas y las transitaría mil veces más hasta volverla a encontrar.
Se llama calma, la disfruto, la respeto y no la quiero soltar…
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