Ya sabemos que expresar o verbalizar las emociones, sobre todo aquellas de impronta negativa, reduce su impacto e intensidad pero… ¿por qué?
En la UCLA se estudiaron un total de 30 personas, 18 mujeres y 12 hombres de edades comprendidas entre los 18 y los 36 años. La esencia del experimento consistía en mostrar a los participantes fotografías de rostros que expresaban emociones. Debajo de las imágenes se mostraban palabras como: «enfadado» o «asustado»; los voluntarios debían escoger cual de las dos emociones se expresaban en los rostros. En otras imágenes se mostraban dos nombres: «Harry» y «Sally» y los voluntarios debían escoger cual de los dos nombres les parecían más certeros respecto al género del rostro observado.
Mientras las personas desarrollaban esta tarea se les realizaba una resonancia magnética funcional que reveló que cuando los voluntarios debían asignar las emociones la amígdala presentaba una activación menor en comparación con las situaciones en las que debían atribuir los nombres propios.
En la prueba relacionada con la atribución de emociones se activó solamente la corteza prefrontal ventrolateral derecha.
¿Qué nos indica esto?
Repasemos sumariamente las funciones de ambas zonas cerebrales: la amígdala tiene como función esencial mediar las reacciones de alarma y activa la prevención corporal en situaciones de peligro. El área de la corteza prefrontal ventrolateral derecha está implicada en la elaboración de las emociones y la inhibición del comportamiento.
Así, se establecería una correlación inversa: mientras más se active la zona encargada de inhibir el comportamiento y elaborar las emociones, menos respuestas ansiosas presentaríamos ante las mismas. En otras palabras, cuanto más capaces seamos de de analizar las emociones y verbalizarlas, menor será su impacto negativo. Si a las personas se les pide que denominen o clasifiquen sus emociones se sentirán menos molestas, ansiosas o tristes debido a que las áreas cerebrales que se activan opacan o inhiben el funcionamiento del resto.
Es la confirmación de la creencia popular que hablar sobre cualquier cosa que nos preocupa mejora nuestro estado de ánimo. Incluso hay algunos psicólogos que aseveran que precisamente en esta máxima radica el poder curativo de la psicoterapia, independientemente de la orientación psicológica o de las técnicas que se utilizan.
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