La procrastinación es un mal hábito que todos en algún que otro momento de nuestra vida hemos exhibido. Si no: ¡quien esté libre de culpas que tire la primera piedra!
No obstante, a pesar de que la procrastinación es un comportamiento tan antiguo casi como el hombre mismo y tan real que se puede palpar en la cotidianidad, aún no existe una única teoría para explicar por qué procrastinamos.
Por qué procrastinamos, según la ciencia
Los neurocientíficos afirman que todo es cuestión de los niveles de dopamina. Según ellos, apreciamos que el premio está tan lejano que no nos motivamos a enfrentar una actividad. En otras palabras, nuestro cerebro no encuentra la motivación adecuada para movilizar sus recursos.
Por otra parte, hay psicólogos que afirman que la procrastinación está estrechamente vinculada a las características de personalidad. De esta forma, estaríamos más o menos condenados de por vida a ser procrastinadores.
Afortunadamente, existen otras teorías para explicar por qué procrastinamos y están estrechamente vinculadas con lo que podríamos denominar: los tipos de procrastinación.
Los tipos de procrastinación que ponemos en práctica
En primer lugar encontraríamos a las personas que utilizan la procrastinación como una estrategia para sentirse bien consigo mismo. Es decir, cuando experimentan los sentimientos de displacer asociados con una tarea simplemente, dan un paso atrás y optan por postergar la actividad.
En segundo lugar encontramos los procrastinadores indecisos. Es el caso de las personas que no deciden conscientemente postergar la tarea sino que toman tanto tiempo en decidir si hacerla o no, que al final, terminan postergándola porque el tiempo que tenía asignado para la misma se agotó. Obviamente, esta no es una de las estrategias de procrastinación más felices.
Finalmente, en tercer lugar, puede hablarse de los procrastinadores por excitación. Son las personas que afirman que trabajan mejor bajo presión, por ende, con la excusa de “aumentar” su desempeño, terminan postergando buena parte de las tareas. En este caso baste citar un estudio desarrollado por investigadores de la Universidad de Korea del Sur donde se demostró que en realidad los procrastinadores no tienden a ser más eficaces ni a tener mayores insight en comparación con las personas que no procrastinan.
Independientemente del tipo de procrastinación, en la base de este comportamiento siempre se encuentra la anticipación de un sentimiento negativo asociado a la tarea. Es decir, procrastinamos porque creemos que la tarea que debemos enfrentar va a ser demasiado engorrosa, poco motivante, extenuante… Sin embargo, en este punto es válido recordar que normalmente la anticipación de una situación es peor que vivir la situación en sí misma. Por eso se ha demostrado que quienes establecen compromisos de implementación, tienden a procrastinar mucho menos que quienes dejan las tareas al azar.
En esencia, procrastinamos por varias razones:
1. Existe una actividad con un plazo de entrega en la cual, si se hace bien se obtiene una recompensa, si no, se recibe un castigo (que puede ser en el plano moral o incluso impuesto por nosotros mismos).
2. Se comprende la tarea como algo aburrido, confuso y que provoca displacer.
3. Se magnifican los efectos negativos de la tarea y se minimizan los incentivos.
4. Para evitar el sentimiento de incomodidad (e incluso el sentido de culpa), se emprende otra tarea.
5. Nos convencemos de que realizaremos la tarea mañana.
Fuentes:
Steel, P. (2007) The Nature of Procrastination: A Meta-analytic and Theoretical Review of Quintessential Self-Regulatory Failure. Psychological Bulletin; 133(1): 65–94.
Lee, E. (1993) Multidimensional perfectionism and academic procrastination: relationships with depression in university students. Psychological Reports; 73(3): 863-871.
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