Propaganda. Parece una palabra anticuada. Propia de otros tiempos. De otra generación. Y, sin embargo, la propaganda nunca ha desaparecido. De hecho, hoy está más activa que nunca. Su principal punto fuerte es precisamente que casi nadie la nota, de manera que puede cumplir perfectamente con los objetivos para los cuales ha sido diseñada. Como dijera el psicólogo Noam Shpancer: “si no escuchas hablar mucho sobre la propaganda, eso es lo que estás escuchando”.
El lejano origen de la propaganda
La propaganda siempre ha existido, desde la Antigua Grecia. Sin embargo, el término en sí se remonta al siglo XVII cuando la Iglesia Católica se esforzó por propagar sus puntos de vista y concepción del mundo para frenar el auge del protestantismo.
De hecho, el primer documento histórico en el que aparece la palabra “propaganda” data de 1622, cuando el papa Gregorio XV estableció la Sacra Congregatio de Propaganda Fide o “sacra congregación para la propagación de la fe de la Iglesia católica y romana”. Entonces se estableció una oficina pontificia de propaganda para coordinar los esfuerzos de la Contrarreforma contra el luteranismo.
Mucho tiempo ha pasado desde entonces. Tras haber pasado por la propaganda nazi de Joseph Goebbels y la propaganda de los dos bandos de la Guerra Fría, este concepto se ha ido revistiendo de un halo negativo que se refiere fundamentalmente a mentiras interesadas, generalmente promocionadas por determinados sistemas de control social para intentar manipular la opinión pública.
¿Qué es la propaganda exactamente?
El Instituto de Análisis de Propaganda de Estados Unidos la definió como “la expresión de una opinión o acción por parte de individuos o grupos deliberadamente diseñada para influir en las opiniones o acciones de otros individuos o grupos con referencia a fines predeterminados”.
Por tanto, la propaganda radica en la difusión de información de naturaleza sesgada o engañosa que se utiliza para promover o publicitar una causa o punto de vista político en particular con el objetivo de influir sobre la opinión pública y de los individuos en particular.
La propaganda tiene un doble objetivo. Por una parte, intenta configurar la visión de las personas respecto a determinado tema ofreciendo una interpretación sesgada y, por otra, intenta empujar a esas mismas personas a la acción para que cambien su mundo y apoyen ciertas ideas.
Los maquiavélicos principios de la propaganda
La Asociación de Psicología Americana indica que la “propaganda usa poco las técnicas que ayudan a las personas a gestionar de manera inteligente su conducta y apuesta más por aquellas que inducen al individuo a seguir sus impulsos emocionales y no racionales”.
Indica los cuatro principios de la propaganda que se usan para manipular la opinión pública:
- Apela a las emociones, nunca discutas
- Enfoca la propaganda en el patrón de “nosotros” contra un “enemigo”
- Alcanza a grupos y a personas
- Esconde la propaganda tanto como sea posible.
De hecho, la propaganda más eficaz es aquella que apunta a un público no consciente de que están usando con ellos ese tipo de información manipulada. Por eso, la propaganda no es un espectáculo de magia sino más bien una estafa en toda regla. Una mente que no está entrenada para detectar y neutralizar la propaganda es una mente crédula y fácilmente manipulable.
En este sentido, no es ningún secreto que la propaganda fue una herramienta eficaz utilizada tanto por Alemania como por los Estados Unidos para influir en la opinión de sus respectivas poblaciones para “explicarles” cómo debían ver al bando opuesto. A través de carteles, películas, radio y otros medios, los gobiernos influyeron en la población para que apoyaran su causa.
Tras la exposición repetitiva a ese tipo de propaganda, un fenómeno que se conoce como “priming de repetición”, la gente empezó a creer y defender lo que cada gobierno les había contado. Para ellos, la propaganda se convirtió en la verdad.
¿Cómo la propaganda desactiva nuestra capacidad crítica?
El psicólogo E. Bruce Goldstein cree que la propaganda actúa a través del priming, que “se produce cuando la presentación de un estímulo cambia la forma en que una persona responde a otro estímulo”. De hecho, la ciencia ha confirmado que cuando nos exponemos a afirmaciones que hemos leído o escuchado con anterioridad, es más probable que las califiquemos como verdaderas. Es lo que se conoce como “efecto de verdad inducido por repetición”.
En realidad, cuando escuchamos una historia o punto de vista que se alinea con nuestras creencias, es menos probable que lo cuestionemos. No hay disonancia cognitiva. Incluso es probable que nos sintamos bien porque tenemos la confirmación de lo que pensábamos. Como resultado, no comprobamos esa información porque creemos que ya es “correcta”.
Esa trampa en la que caemos se produce debido a un proceso complejo a nivel cerebral. Nuestro cerebro cuenta con una “red de control ejecutivo” que es la principal responsable de nuestra actitud crítica y del pensamiento. Sin embargo, una investigación realizada en la Harvard Medical School reveló que el miedo, como el temor a los extranjeros, inmigrantes o quienes son diferentes a nosotros, puede desactivar esa red.
En otras palabras, el miedo hace que a nuestro cerebro le resulte más difícil pensar de manera crítica y objetiva, por lo que cuando se activa esta emoción – una de las preferidas de la propaganda – es más difícil detectar información falsa y somos más vulnerables a las mentiras o manipulaciones.
Propaganda participativa en la era de las redes sociales
Antes, la propaganda estaba dominada fundamentalmente por el sistema de poder, que ejercía la censura sobre medios como los diarios, radio y televisión. En la actualidad, Internet y las redes sociales han cambiado ese férreo control convirtiéndose en un megáfono para que se escuchen más voces discordantes.
En ese contexto ha surgido una nueva forma de manipular la opinión pública, la propaganda participativa o propaganda entre pares. Es un universo en el que cada persona replica el mensaje propagandístico en sus redes, involucrándose aún más con el mismo, sintiéndose más identificados con esas ideas y, obviamente, contribuyendo a afirmarlas como verdad, ejerciendo a su vez presión sobre las personas que les siguen en esas redes sociales.
“La propaganda participativa busca ofrecer una nueva forma de restaurar la soberanía del estado sobre las personas en un nuevo entorno de información y reconstruir los muros que han sido demolidos por las redes horizontales globales de comunicación. Su objetivo es mitigar la capacidad de esas redes para desafirar la soberanía del Estado. Si el estado no puede controlar el flujo de información y comunicación, se enfoca en la forma en que se interpreta y analiza esta información.
“La propaganda participativa restaura la soberanía estatal desde dentro. Pretende construir muros en los espacios interiores de la persona configurando categorías de percepción del entorno. Primero, construye el objeto de un conflicto que puede dividir potencialmente a las personas y luego le da los intrusmentos tecnológicos para que esa idea propagandística siga su curso”, escribió el académico y periodista Gregory Asmolov para el Instituto de Tecnología de Massachusetts.
La propaganda, sobre todo en las redes sociales, se convierte en un instrumento para la polarización y la desconexión. Genera una socialización del conflicto. Excluye al que piense diferente y crea burbujas que ratifican una visión de los hechos. Como resultado, se rompe el diálogo. Desaparece el pensamiento lógico. Vence la propaganda.
Pensar libremente bajo el asedio de la propaganda
La propaganda no solo acalla nuestro pensamiento crítico, sino que rompe los puentes del entendimiento con el otro y, lo que es aún peor, nos condena al oscurantismo alimentando una visión sesgada y a menudo extremadamente simplificada de problemas complejos y multideterminados. Como resultado, nos convertimos en piezas fácilmente manipulables dispuestas a seguir ciegamente ciertas doctrinas.
Para escapar de la propaganda necesitamos activar nuestro pensamiento crítico y desactivar nuestros miedos. Asumir que cualquier medio podría estar difundiendo propaganda. Cada vez que alguien nos diga qué pensar y de qué lado estar, debería activarse una alarma. Cada vez que el discurso público se vuelca en un único sentido, deberíamos sospechar. Y sobre todo, para escapar de la propaganda no debemos pensar que somos inmunes a ella.
Fuentes:
Asmolov, G. (2019) The Effects of Participatory Propaganda: From Socialization to Internalization of Conflicts. JoDS; 6: 10.21428.
Nierenberg, A. (2018) Why Does Propaganda Work? Fear-Induced Repression of the Executive Control Brain Network. Psychiatric Annals; 48(7): 315.
Goldstein, E. B. (2015) Cognitive Psychology: Connecting Mind, Research, and Everyday Experience (4th Ed.). S.l.: Wadsworth.
Biddle, W. W. (1931). A psychological definition of propaganda. The Journal of Abnormal and Social Psychology; 26(3): 283–295.
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