Tristeza e Ira llegaron a un estanque maravilloso de aguas cristalinas. Ambas decidieron darse un baño, se despojaron de su ropa y se sumergieron en el estanque.
La ira, apurada como siempre, urgida sin saber muy bien por qué, se bañó rápidamente y más rápido aún salió del agua. Sin embargo, como la ira es ciega, o no distingue claramente la realidad, desnuda y apurada, se vistió con la primera ropa que encontró…
No era la suya, sino la de la tristeza… Y así, vestida de tristeza, la ira se fue.
Con la parsimonia que caracteriza a la tristeza, esta terminó de bañarse sin apuro, o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo, y salió con pereza del estanque. Descubrió que su ropa ya no estaba.
Dado que a la tristeza le avergüenza quedarse al desnudo, se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la ira.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la ira, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si miramos bien encontramos que es tan solo un disfraz tras el cual está escondida la tristeza.
Esta preciosa historia de Jorge Bucay se refiere a cómo a veces tristeza e ira se entremezclan y confunden, no solo para los demás sino también para nosotros mismos. Saber diferenciarlas es fundamental o no podremos gestionarlas asertivamente y terminarán afectando nuestro equilibrio emocional.
Tristeza e ira: Dos emociones básicas y necesarias entrelazadas por la frustración
La tristeza y la ira son emociones básicas, generalmente percibidas de manera negativas y censuradas socialmente, hasta tal punto que hemos olvidado que se trata de emociones sanas, normales e incluso necesarias. Es perfectamente comprensible que vivamos con tristeza la pérdida de una persona querida o que nos enfademos cuando somos víctimas o testigos de una injusticia.
Por desgracia, nos han educado para censurar y reprimir las emociones y sentimientos «negativos», en vez de enseñarnos a comprender su mensaje y gestionarlas. Como resultado, nos sentimos aún peor cuando las experimentamos y, en el intento de esconderlas a nosotros mismos, negamos su existencia, dejando que ejerzan su influjo desde el inconsciente. Por eso, no es extraño que muchas veces tristeza e ira se confundan.
En muchos casos la línea que une ambas emociones es la frustración. Cuando nos sentimos tristes por algo que nos ha ocurrido pero que no podemos remediar, como puede ser la pérdida de algo o alguien valioso, es normal que sobrevenga la frustración. Nos sentimos frustrados porque no podemos hacer nada, y es fácil que esa frustración se transforme en ira.
Por eso, tristeza e ira suelen ser dos caras de una misma moneda, una aparece ocultando a la otra, entramos en una para evitar la otra. No queremos estar tristes y nos “anestesiamos” alimentando la ira, enfadándonos con el mundo.
En otros casos sucede justo lo contrario, nos tragamos la ira pues hemos asumido que se trata de una emoción “negativa” indeseada y la escondemos detrás de la tristeza, una tristeza que también surge de esa sensación de frustración por no poder expresar abiertamente lo que sentimos.
Por supuesto, estos mecanismos ocurren por debajo del nivel de nuestra conciencia, pero si desarrollamos la granularidad emocional podremos aprender a reconocer cada emoción, el primer paso para gestionarla mejor.
Aprender a diferenciar la tristeza de la ira también nos permitirá ser más asertivos en nuestras relaciones interpersonales. Podremos mirar más allá del disfraz y darnos cuenta, por ejemplo, de que las respuestas de enfado de una persona en realidad son una máscara para esconder su tristeza o su miedo.
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