“Amar sin saber amar hiere a la persona que amamos”, dijo el monje budista zen Thích Nhất Hạnh. Su perspectiva sobre el amor puede causar cierta perplejidad, sobre todo en un mundo donde el amor es algo que nos sucede pasivamente y casi por casualidad. Un mundo en el que el amor es un valor supremo e indiscutible, siempre rodeado de un halo positivo.
Sin embargo, para Erich Fromm amar es una habilidad que se aprende, aunque no es precisamente una de las que más hemos desarrollado porque requiere una gran dosis de esfuerzo y otra tanta de introspección. Como resultado, una persona inmadura no sabe amar, de manera que puede hacerse mucho daño cuando «ama» y causar un daño proporcional al objeto de su amor.
El mayor error que cometemos al buscar el amor
En su libro “El arte de amar”, Fromm escribió: “el amor no es un sentimiento que cualquiera pueda permitirse fácilmente, independientemente del nivel de madurez alcanzado […] Todos tus intentos de amor están destinados al fracaso, a menos que desarrolles más activamente tu personalidad total”.
“Para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dignos de amor”.
Esta mentalidad nos lleva a transferir el amor fuera de nosotros, en vez de desarrollar la capacidad de amar plenamente. Amar no consiste simplemente en encontrar el objeto adecuado y ser correspondido sino en desarrollar un “yo” maduro capaz de sentir y expresar esos sentimientos de manera plena y auténtica.
“La gente cree que amar es sencillo y lo difícil encontrar un objeto apropiado para amar – o para ser amado por él”, escribía Fromm. Esta concepción se gestó fundamentalmente en el último siglo, cuando los matrimonios dejaron de ser un convenio entre las familias y las personas comenzaron a aspirar a encontrar a su “media naranja”. En ese momento, el amor comenzó a ser visto más como una suerte y un flechazo que como una habilidad que se desarrolla.
Imbuidos en la cultura consumista actual que prioriza el éxito material, Fromm creía que ese patrón se ha trasladado a las relaciones, de forma que el amor también se ha convertido en un objeto de intercambio, como si de una mercancía se tratase.
Si “quiero hacer un buen negocio, el objeto debe ser deseable desde el punto de vista de su valor social y, al mismo tiempo, debo resultarle deseable, teniendo en cuenta mis valores y potencialidades manifiestas y ocultas. De ese modo, dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado, dentro de los límites impuestos por sus propios valores de intercambio”, escribió Fromm.
A menudo, esa concepción del amor nos lleva a encadenar una relación tras otra, las cuales se acaban tan pronto como se extingue el enamoramiento o aparece el primer obstáculo importante. De esta forma, no logramos establecer vínculos realmente significativos y desarrolladores, simplemente porque no sabemos amar y nos preocupamos fundamentalmente por desarrollar las cualidades que creemos que nos harán dignos de ser amados.
El amor maduro como vía de crecimiento personal
“El primer paso a dar consiste en tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte el vivir”, escribía Fromm. Por tanto, requiere cuatro acciones básicas: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Dado que estas cualidades son raras en la sociedad moderna, también hacen que “la capacidad de amar siga siendo un logro poco común”.
Fromm propone desarrollar un “amor maduro”, que consiste en “una unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad”. El amor es un principio indivisible que conecta a las personas con el propio ser, de manera que si queremos ser amados, primero debemos preocuparnos por desarrollar la capacidad de amar – y eso comienza por amarnos a nosotros mismos.
No se trata de un amor egoísta ya que una persona inmadura no sabe amar, sino más bien de un poder activo que nos brinda fuerzas y capacita para ser nosotros mismos. De hecho, Fromm advierte que “la condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo”.
Por consiguiente, para desarrollar plenamente la capacidad de amar debemos deshacernos de ese ego que nos lastra y comenzar a experimentar el amor como un sentimiento que nos permite descubrir y crecer – ya sea solos o acompañados.
Mientras el amor inmaduro y posesivo se basa en el principio: “te amo porque te necesito”, el amor maduro es un “te necesito porque te amo”. La diferencia no es meramente terminológica, sino que implica un cambio de actitud. Ya no buscamos al otro para completarnos sino que, sintiéndonos completos, buscamos al otro para compartir ese camino de crecimiento.
“Amar a alguien es la realización y concentración del poder de amar”, escribía Fromm. Por tanto, deberíamos preocuparnos menos por encontrar a alguien que nos ame y enfocarnos más en desarrollar nuestra capacidad de amar en 360 grados. Así nos aseguraremos de aportar verdadero valor a esa relación, en vez de absorber valor con actitudes inmaduras y demandantes.
Fuente:
Fromm, E. (2016) El arte de amar. Ediciones Paidós: Barcelona.
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