La autoestima se ha convertido en palabra de orden. Y para muchos también en la solución a todos los males. De hecho, cada vez más personas se presentan a las consultas psicológicas con una petición clara: aumentar su autoestima.
Sin embargo, la autoestima no se eleva a golpe de frases positivas y pensamientos optimistas. De esa forma solo logramos crear una burbuja que, antes o después, explotará dejando tras de sí una estela de confusión, frustración y decepción.
¿Qué es la autoestima inflada?
La palabra estima proviene del latín aestĭmus y aestimatio (del verbo aestimo), que significaba valorar, tasar, juzgar, considerar o apreciar en lenguaje popular, pero también «digno de ser apreciado», según un estudio etimológico realizado en la Università degli Studi di Firenze.
Por tanto, la autoestima es la medida en que nos valoramos, consideramos o apreciamos. En términos psicológicos, se refiere a las percepciones, sentimientos y pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos, nuestra personalidad y recursos, tanto psicológicos como físicos.
La autoestima, por ende, parte del autoconcepto, que es la percepción que tenemos de nosotros mismos y se construye en base a nuestras experiencias con los demás, teniendo en cuenta las las atribuciones que hacemos de nuestra conducta, logros y fracasos. Por ende, si realizamos una valoración positiva de nuestro autoconcepto, se acompañará de sentimientos de valía personal y autoaceptación, pero si esa valoración es negativa generará sentimientos de rechazo y minusvalía.
Como resultado, podemos desarrollar:
- Autoestima baja, cuando creemos que no valemos lo suficiente y no apreciamos en su justa medida nuestros logros y cualidades.
- Autoestima sana, cuando somos conscientes de nuestras cualidades y defectos, de manera que nos valoramos equilibradamente y nos apreciamos por lo que somos.
- Autoestima inflada, cuando realizamos una valoración excesiva de nosotros mismos que no se corresponde con nuestros logros y habilidades reales, generalmente ignorando nuestras deficiencias y puntos débiles.
De hecho, muchas personas confunden una autoestima sana con aquella que ha sido elevada artificialmente.
Cerrar los ojos ante la evidencia
La autoestima es un concepto multidimensional que no solo incluye los aspectos positivos y más deseables de la persona, sino también aquellas características menos valorables o los “defectos”. La autoestima sana no es una autoafirmación incondicional, sino que nace de un autoconcepto maduro y una visión realista de nuestras potencialidades y limitaciones.
De hecho, la autoestima se desarrolla a partir de las relaciones que mantenemos y se retroalimenta de los resultados que obtenemos en nuestro día a día. Se va retroalimentando de los pequeños logros, reconocimientos y éxitos, pero también toma nota de los retrocesos, las críticas y el fracaso.
En cambio, la persona con una autoestima artificialmente elevada suele basarse en un “yo ideal”. La valoración que hace de sí misma no se fundamenta en un análisis profundo de quién es, sino en una imagen idealizada, lo cual las lleva a exagerar sus cualidades y logros haciendo caso omiso a sus sombras o fallos.
En este sentido, un estudio llevado a cabo en la Universidad de Michigan reveló que las personas con una autoestima inflada tienen la tendencia a sobrevalorar lo que saben. Y aunque se les demuestre que no saben tanto como creen, siguen pensando que sus opiniones son más objetivas y válidas que las de los demás.
¿Cómo es posible?
Porque suelen elegir información sesgada que respalde sus creencias. Y lo hacen conscientemente, lo cual significa que prefieren mantener la imagen que se han formado de sí mismas antes que experimentar la incomodidad que generan los datos que ponen en entredicho su sentido del “yo”.
Las características de las personas con una autoestima inflada
El autoconcepto se va forjando desde que somos niños, de manera que las personas que desarrollan una autoestima inflada generalmente:
- Tenían unos padres permisivos que no ponían límites y normas claras.
- Fueron educadas con una actitud excesivamente complaciente y sobreprotectora.
- Tenían unos padres helicóptero que intentaron evitarles todo tipo de frustraciones.
- Su opinión era ley o sus necesidades prevalecían siempre sobre las de los demás.
- Les transmitieron la idea de que puede lograr todo lo que se propusieran, simplemente porque “se lo merecían”.
Como resultado, no es extraño que estas personas hayan terminado desarrollando una autoestima artificialmente elevada que las lleva a sobrevalorar sus habilidades, atributos y destrezas, volviéndose exageradas y atribuyéndose más derechos que los demás. Una autoestima inflada conduce a:
- Pensar que pueden hacerlo todo, y que no hay nadie mejor que ellos.
- Creen tener siempre la razón y que nunca se equivocan.
- Tienen un exceso de confianza, por lo que no ven los riesgos que implican sus decisiones.
- Creen que todas las personas deben reconocer su “excepcionalidad” y elogiarlas.
- Son excesivamente positivas, hasta el punto de desarrollar un optimismo tóxico.
- Se ensimisman tanto en su mundo que creen tener más derechos que los demás.
Podemos negar la realidad durante un tiempo, pero no toda la vida
La popularización del pensamiento positivo a ultranza y la creencia en que todo es posible – basta con desearlo intensamente – alimenta una actitud naïve que también conduce a muchas personas a dar la espalda a la realidad e incluso a sí mismas – al menos mientras puedan.
Por supuesto, nadie pone en duda que si logramos mantener una buena autoestima podremos resistir mejor las críticas, asumiremos una actitud más abierta hacia los demás, nos atreveremos a asumir más riesgos para luchar por nuestros sueños y, en general, viviremos de manera más satisfactoria.
Sin embargo, dado que la autoestima artificialmente elevada no hace las cuentas con la realidad, estas personas corren el riesgo de car en un círculo vicioso que se autoalimenta, negándose oportunidades de crecimiento.
Si una persona cree que es perfecta y no necesita cambiar nada, se vuelve ciega ante sus faltas y no puede seguir aprendiendo y evolucionando. A fin de cuentas, ser capaces de detectar nuestros puntos débiles y reconocer nuestros errores es fundamental para lograr un cambio transformador que nos convierta en personas más maduras y asertivas.
Por tanto, una autoestima inflada es una condena al inmovilismo psicológico, muchas veces seguida por un estado de insatisfacción crónica cuando finalmente la realidad obliga a mirarse al espejo. En esos casos, de una autoestima por las nubes se pasa a una autoestima por el suelo. No suele haber términos medios.
Por consiguiente, el camino para aumentar la autoestima no es fijarse únicamente en nuestros logros y repetirnos que somos los mejores, sino hacer cuentas con lo que tenemos para desarrollar una mentalidad de crecimiento.
Una autoestima sana nos empuja a lograr nuestros sueños, pero también nos detiene cuando es demasiado arriesgado. Una autoestima sana no nos mantiene en un estado de euforia permanente pensando que podemos comernos el mundo sino en un estado de ecuanimidad y equilibrio marcado por la autoconfianza en unas capacidades que ya hemos puesto a prueba.
Referencias Bibliográficas:
Hall, M. P. & Raimi, K. T. (2018) Is belief superiority justified by superior knowledge? Journal of Experimental Social Psychology; 76: 290-306.
Milanese, E. (2011) A proposito di Æstimum e dell’origine della parola estimo. Aestimun; 58: 81-86.
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