La resiliencia es una capacidad esencial para la vida ya que nos protege del impacto de la adversidad y nos ayuda a levantarnos tras una caída. Ser resilientes no significa convertirnos en personas invulnerables sino ser capaces de encajar mejor los golpes e incluso usarlos para crecer. De hecho, Viktor Frankl, psiquiatra superviviente de los campos de exterminio nazis, estaba convencido de que “el hombre que se levanta, es aún más fuerte que el que no ha caído”.
¿Qué significa “resiliencia”?
En 1992 la psicóloga estadounidense Emmy Werner se encontraba en Kauai, una de las islas del archipiélago de Hawái, cuando le llamó la atención una capacidad especial que parecían tener solo algunas personas. Analizó a más de 600 niños que habían nacido en la pobreza, una tercera parte de los cuales habían tenido una infancia particularmente difícil porque vivían en familias disfuncionales marcadas por la violencia, el alcoholismo y la enfermedad mental.
No es de extrañar que al cabo de 30 años muchos de estos niños presentaran problemas psicológicos y/o sociales, pero algunos desafiaron las probabilidades en su contra y se convirtieron en personas con relaciones de pareja estables, un buen equilibrio mental y trabajos en los que se sentían a gusto.
Werner llamó a esos niños “invulnerables” porque creía que la adversidad no había hecho mella en ellos, pero luego se dio cuenta de que no era que los problemas no les afectaran, sino que los usaban como trampolín para superarse. Entonces surgió el concepto de resiliencia.
La resiliencia en la Psicología es un préstamo lingüístico de la ingeniería. En ingeniería, la resiliencia es la capacidad que tienen algunos materiales para recuperar su forma original tras haber sido sometidos a una presión deformadora. En Psicología, la resiliencia es la capacidad para afrontar eventos estresantes y/o traumáticos, superarlos y reorganizar positivamente la vida para seguir creciendo y mirar al futuro.
Por tanto, el significado de la resiliencia implica mucho más que regresar al estado anterior de equilibrio. No implica simplemente una recuperación de la normalidad, sino que encierra un cambio transformador que conduce a un aprendizaje o crecimiento. La persona resiliente encuentra su fuerza en la adversidad.
Por otra parte, la resiliencia también encierra la capacidad para mantener cierto equilibrio emocional en medio de la tormenta. La persona resiliente no es inmune al sufrimiento, pero puede afrontarlo sin venirse abajo emocionalmente, manteniendo un nivel basal de funcionamiento en su vida cotidiana.
Por consiguiente, “la resiliencia es la capacidad humana natural de navegar bien por la vida. Es algo que todo ser humano tiene: sabiduría y sentido común. Significa llegar a saber cómo piensas, quién eres espiritualmente, de dónde vienes y hacia dónde vas. La clave es aprender a utilizar la resiliencia innata, que tiene todo ser humano desde su nacimiento. Implica comprender nuestro espíritu interior y encontrar un sentido de dirección”, como escribiera la psicóloga Iris Heavy Runner.
¿Para qué sirve la resiliencia?
La resiliencia no es un blindaje contra el sufrimiento y el dolor. Ser resilientes no es sinónimo de inmunidad o invulnerabilidad. Los problemas, las pérdidas o las enfermedades suelen generar un profundo malestar en todas las personas.
Sin embargo, la resiliencia nos asegura la supervivencia en tiempos difíciles porque apuntala nuestra autoconfianza y nos ayuda a recomponer los pedazos rotos para poder seguir adelante. La resiliencia nos permite dar un significado más constructivo a lo que nos sucede, de manera que podamos usar ese dolor o sufrimiento como ladrillos para crecer.
La resiliencia nos protege de los efectos devastadores del estrés porque nos permite asumir la adversidad con mayor ecuanimidad, previniendo además la aparición de trastornos como la ansiedad generalizada o la depresión. De hecho, podemos comprender mejor el concepto de resiliencia a través de las diferentes trayectorias que podemos seguir cuando afrontamos un evento adverso o un trauma.
Obviamente, la resiliencia no solo es importante a nivel emocional sino también físico. Un estudio realizado en la Universidad de Stanford con personas que habían sido diagnosticadas con cáncer reveló que, ante condiciones clínicas iniciales similares, aquellas que enfrentaban la enfermedad con una actitud combativa y resiliente presentaban un mejor ajuste que quienes la asumían con desesperación, impotencia y fatalismo.
Otras investigaciones han revelado que la resiliencia ayuda a las personas a recuperarse tras una lesión en la médula espinal. Las personas que se identifican a sí mismas como resilientes también reportaron sentirse más felices y experimentar una mayo conexión espiritual, lo cual les ayuda a lidiar con las consecuencias de la enfermedad y a recuperarse en la medida de lo posible.
Por tanto, la resiliencia no solo nos ayuda a enfrentar la adversidad manteniendo cierto grado de control y hasta equidistancia para encontrar la mejor solución al problema, sino que también protege nuestra salud o nos ayuda a afrontar mejor la enfermedad.
Tres ejemplos de resiliencia inspiradores
Los ejemplos de resiliencia en la historia son innumerables. Se trata de historias de vida marcadas por la adversidad y de personas que encontraron la fuerza para batir todas las probabilidades en su contra para crecer en condiciones desfavorables que habrían vencido a los demás.
1. Hellen Keller, la niña que lo tuvo todo en contra
Quizá uno de los ejemplos de resiliencia más famosos es el de Hellen Keller, que a los 19 meses sufrió una enfermedad que la marcaría de por vida privándola de la vista y la audición, de manera que tampoco aprendería a hablar.
En 1880 aquel nivel de discapacidad era prácticamente una condena. Sin embargo, Hellen se dio cuenta de que podía descubrir el mundo con sus otros sentidos y a los 7 años ya había inventado más de 60 señales para comunicarse con su familia.
Sin embargo, esa inteligencia se volvió en su contra porque también le hacía notar sus limitaciones. La frustración no tardó en aparecer y Hellen la expresó en forma de agresividad. Sus padres comprendieron que necesitaba ayuda y contrataron a una tutora privada, Anne Sullivan.
Con su ayuda, Hellen no solo aprendió a leer y escribir en Braille, sino que también pudo leer los labios de las personas tocándolos con los dedos para percibir el movimiento y las vibraciones.
En 1904, Hellen se graduó con título de honor y escribió el libro “La historia de mi vida”, el primero de una larga serie de obras. Dedicó su vida a ayudar a otras personas con discapacidades y dio conferencias en diferentes países inspirando libros y películas sobre la resiliencia.
2. Beethoven, el genio al que arrebataron su don
Otro gran ejemplo de resiliencia fue la vida de Ludovicus van Beethoven. De niño, recibió una educación muy estricta. El padre, que era alcohólico, solía despertarlo a medianoche para que tocara frente a sus amigos y le impedía jugar durante el día para que se dedicase a estudiar música. Como resultado, no pudo disfrutar de su infancia.
La presión familiar era tan insoportable que a los 17 años Beethoven se marchó a la capital austriaca. Muy pronto tuvo que regresar para despedirse de su madre, que murió de tuberculosis. Meses después, el padre sufrió una profunda depresión, su alcoholismo se agravó y terminó en la cárcel.
El joven Beethoven tuvo que hacerse cargo de sus hermanos más pequeños, de manera que pasó cinco años dando clases de piano y tocando el violín en una orquesta local para sostener económicamente a su familia. Sin embargo, justo cuando empezaba a brillar como compositor, poro tiempo después de haber creado su Primera Sinfonía, comenzó a notar los primeros síntomas de una enfermedad terrible para cualquier músico: la sordera.
Aquel problema, lejos de apartarle de su pasión, le dio nuevas fuerzas y se dedicó a componer febrilmente. Se dice que podía hacerlo directamente sobre el papel porque escuchaba las notas en su cabeza. De hecho, el compositor no tenía piano en la sala donde componía porque prefería no tocar la pieza pues le habría sonado mal.
Al final de su vida, había perdido casi por completo la audición. Sin embargo, mientras más avanzaba su sordera, más evolucionaba su música, probablemente porque se decantó más
por las notas bajas y medias pues no escuchaba bien las agudas.
3. Frida Kahlo, la pintura que nació del dolor
Otro ejemplo de resiliencia fue la vida de Frida Kahlo. Aunque nació en una familia de artistas, durante sus primeros años no mostró un interés especial por el arte o la pintura. A los seis años, contrajo la poliomielitis que le dejaría la pierna derecha más corta, lo cual se convirtió en un motivo de burlas entre los niños.
Sin embargo, ello no impidió que fuese una niña y adolescente inquieta, interesada en las prácticas deportivas que la mantuvieran en movimiento para compensar aquel problema físico. A los 18 años todo cambiaría como resultado de un trágico accidente.
El autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía. Las consecuencias fueron graves: fractura de varios huesos y lesiones en la espina dorsal. Todo ello le acarreó un enorme sufrimiento a lo largo de su vida. Frida se sometió a 32 operaciones a lo largo de los años, algunas con consecuencias desastrosas, largas convalescencias y secuelas graves, y usó unos 25 corsés diferentes para corregir la postura
Fue durante ese periodo, debido a la inmovilidad a la que se vio sometida, que comenzó a pintar. Sus famosos cuadros representan el sufrimiento, el dolor y la muerte, pero también el amor y la pasión por la vida. De hecho, aunque se suele encajar su obra en la pintura surrealista, Frida afirmó que ella no pintaba sus sueños, sino su realidad.
Tuvo tres embarazos que acabaron en abortos y su relación de amor/odio con Diego Rivera tampoco fue de ayuda para lograr una vida más apacible emocionalmente.
En los últimos años, los dolores se agudizaron e incluso tuvieron que amputarle una parte de la pierna derecha, debajo de la rodilla, amenazada por la gangrena. Sin embargo, Frida encontró en la pintura una vía de sobrevivencia y expresión. De hecho, su última obra, que tituló “¡Viva la vida!” y firmó ocho días antes de morir, es una alegoría a la propia existencia.
Fuentes:
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