La burocracia… Un trámite aparentemente simple se alarga hasta lo indecible. Un documento genera la necesidad de producir mil más. Vas de una oficina a otra. Preguntas. Obtienes respuestas a medias. El tiempo corre… Nadie se responsabiliza. La empatía brilla por su ausencia. Todos cumplen órdenes, aplican leyes, siguen protocolos… Se lavan las manos. Y mientras tanto, tu frustración crece. La sensación de impotencia te supera. Tu equilibrio mental se resiente.
La burocracia, que parece extenderse cual hidra de mil cabezas por todos los niveles y áreas imaginables, tiene un impacto considerable en nuestra salud mental y termina configurando la respuesta de toda la sociedad, aunque no se suele hablar de ello. De hecho, es un problema estructural de la Edad Moderna que se ha acelerado durante el último siglo y que no solo contribuye a la epidemia de trastornos mentales que sufrimos en la actualidad sino que también alimenta el creciente malestar social.
El dominio de Nadie donde se diluye la responsabilidad de todos
En el pasado, desde Jean Bodin en la Francia del siglo XVI hasta Thomas Hobbes en la Inglaterra del siglo XVII, sin olvidar a los filósofos griegos, todos coincidían en que todas las formas de gobierno son “el dominio del hombre sobre el hombre”, ya sea de unos pocos, como en el caso de las monarquías y las oligarquías o de un grupo más nutrido, como en las aristocracias y las democracias. Sin embargo, la filósofa Hannah Arendt añadió lo que consideraba la última y más eficaz forma de dominio: la burocracia.
“La burocracia es el dominio de un complejo de oficinas”, explicaba Arendt. De hecho, el propio término proviene del del francés bureaucratie, compuesto por bureau que significa “escritorio” y cratie, que procede del griego krátos e indica “poder” y “dominación”. Por tanto, la burocracia implica traspasar el poder a un complejo entramado de escritorios donde cada persona no es más que un engranaje ajeno al siguiente engranaje.
Lo peculiar del sistema burocrático es que “no cabe hacer responsables a los hombres, ni a uno ni a los mejores, ni a pocos ni a muchos, de manera que podría ser adecuadamente definida como el dominio de Nadie”, explicaba la filósofa.
En el pasado, podíamos “identificar la tiranía como el Gobierno que no está obligado a dar cuenta de sí mismo, pero el dominio de Nadie es claramente el más tiránico de todos, pues no existe precisamente nadie al que pueda preguntarse por lo que se está haciendo”.
“Es ese estado de cosas, que hace imposible la localización de la responsabilidad y la identificación del enemigo”, según Arendt. Esa es una de las principales consecuencias de la burocracia: su capacidad para diluir la responsabilidad de todos, de manera que no hay “culpables” a quienes podamos apuntar o pedir explicaciones.
Nos vemos sumergidos dentro de un laberinto de normas, leyes, protocolos, ritos y códigos ajenos a nosotros mismos sin nadie que pueda guiarnos adecuadamente porque cada persona que encontramos a lo largo del camino se lava las manos trasladando la responsabilidad al siguiente nivel o achacando la culpa al empleado anterior o a un fantasmático “sistema”.
Al mismo tiempo, esa falta de responsabilidad evita que las personas se comprometan y se sientan identificadas con sus trabajos, lo cual conduce a un estado de alienación constante. Esa falta de sentido y de conexión con lo que hacemos día a día, terminará pasando factura a nuestra salud mental ya que es el caldo de cultivo perfecto para la insatisfacción crónica. Por eso, no es extraño que respondamos con ansiedad y depresión, precisamente los dos trastornos mentales que más han crecido en las últimas décadas.
Los largos tentáculos de la burocracia
Arendt estaba convencida de que la falta de responsabilidad que genera la burocracia se convierte en “una de las causas más poderosas de la actual y rebelde intranquilidad difundida por todo el mundo, de su caótica naturaleza y de su peligrosa tendencia a escapar a todo control”, lo cual puede conducir al “enloquecimiento”.
Arendt, quien fue encarcelada en la Alemania nazi y logró escapar a Estados Unidos, donde escribió sobre la absoluta falta de responsabilidad y la ausencia de conciencia de los burócratas que se “limitaban” a cumplir órdenes, creía que “cuanto más grande sea la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción de la violencia”, precisamente porque nadie se siente responsable.
“En una burocracia completamente desarrollada, no hay nadie con quien discutir, a quien presentar agravios o sobre quien puedan ejercerse las presiones de poder. La burocracia es la forma de Gobierno en la que todo el mundo está privado de libertad política y del poder de actuar, donde el dominio de Nadie no es la ausencia de dominio, sino que todos carecen igualmente de poder, por lo que se trata de una tiranía sin tirano”.
Esa es una de las razones por las cuales una de las principales reivindicaciones de los movimientos sociales actuales son la libertad de expresión y de pensamiento. Como apuntara Max Weber, el avance universal de las formas burocráticas de organización social y política no deja espacio para la actividad espontánea, auténtica y creativa, por lo que pone en peligro la libertad individual.
Cuando sentimos que un mecanismo carente de empatía nos engulle, que no podemos hablar con nadie y que las normas y leyes más que protegernos nos cercenan, es normal que seamos víctima de la frustración, nos asentemos en un estado de indefensión aprendida y crezca la depresión.
En otros casos, la presión que ejerce la burocracia se manifiesta a través de ansiedad y violencia, que no son más que el intento de recuperar esa libertad perdida. Cuando no podemos encontrar culpables, los buscamos en las figuras que nos resultan más antipáticas o amenazantes, según la teoría del chivo expiatorio, por lo que no es extraño que terminemos responsabilizando a quienes nos rodean de nuestro malestar, creando así un bucle de negatividad y descontento que termina manifestándose como un todos contra todos solo para descargar la profunda sensación de impotencia que genera un sistema en el que nos sentimos atrapados, la burocracia.
Fuente:
Arendt, H. (2005) Sobre la violencia. Alianza Editorial: Madrid.
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