En las relaciones interpersonales, es probable que a veces asumas sin ser plenamente consciente de ello un rol pasivo que termine jugando en tu contra. Quizá asumes implícitamente que las personas con quienes te relacionas deberían venir “educadas” de casa. Asumes que deberían tratarte con cierto respeto e incluso amabilidad. Asumes que no deberían hacerte daño ni traspasar tus límites.
Sin embargo, la distancia entre ese «deberían» y lo que realmente sucede se denomina realidad.
Cuando en lugar de ese respeto y consideración encuentras a personas que intentan manipularte, te presionan, sobrecargan de responsabilidades o incluso te tratan mal; necesitas cambiar la manera en que afrontas esas relaciones. Es probable que tengas que enseñarles cómo te gusta que te traten.
Límites, la asignatura pendiente
A la mayoría de las personas les cuesta poner límites porque han crecido escuchando que decir “no” es de mala educación o que siempre deben estar dispuestas a ayudar al otro. Si esas ideas te resultan familiares, es probable que hayas desarrollado una mentalidad que te lleve a anteponer constantemente las necesidades de los demás a las tuyas. Es probable que te cueste expresar lo que necesitas o pedir lo que deseas, de manera que a menudo acabas conformándote con mucho menos de lo que mereces o incluso resignándote a sufrir tratos que no deberías tolerar.
Cuando no pones límites, no le enseñas a las personas cómo te gustaría que te traten. En realidad, les transmites la idea de que no pasa nada por aprovecharse de ti y que no merece la pena respetarte. Cuando dejas la amabilidad, el respeto y la consideración a su libre albedrío corres el riesgo de convertirte en un espectador pasivo de tu propia vida, permitiendo que sean los demás quienes decidan cómo tratarte.
En realidad, cada día enseñas a las personas cómo tratarte, según tus reacciones a sus comportamientos. Tu respuesta a su amabilidad o antipatía, por ejemplo, refuerza ese comportamiento y aumenta la probabilidad de que se repita o, al contrario, lo extingue. Debemos recordar que “atrevernos a establecer límites implica tener el coraje de amarnos a nosotros mismos incluso cuando corremos el riesgo de decepcionar a los demás”, como escribiera Brené Brown.
El arte de enseñar a los demás a tratarte
1. Empieza por ti
Si quieres enseñar a las personas a tratarte, no debes comenzar por ellos, sino por ti. Fíjate en cómo te hablas a ti mismo y la manera en que te tratas. A fin de cuentas, lo que exiges y esperas de los demás también debes exigírtelo. Eso te convertirá en una persona coherente, lo cual terminará proyectándose en tu comportamiento y dará sus frutos.
El autorespeto es clave. La estima que te tengas y las palabras que te diriges son el estándar que debes exigir a los demás. La gente aprenderá a tratarte en función de lo que aceptas de ti. Por eso, enseñar a los demás a tratarte comienza con un ejercicio de autoconciencia. Pregúntate: ¿cómo me trato? ¿Qué valoro de mí? ¿Qué quiero? ¿Qué creo merecer? Comienza brindándote amabilidad, comprensión y respeto y luego pide esas mismas cosas a los demás.
2. Diseña tu manual de instrucciones
Muchas veces esperamos que las personas adivinen nuestras necesidades y pensamientos, pero lo cierto es que la mayor parte del tiempo la gente está demasiado ensimismada en sus problemas y preocupaciones como para notar lo que nos ocurre o medir el verdadero alcance de sus actitudes, palabras y comportamientos. Por esa razón, es importante que crees una especie de “manual de instrucciones” en el que establezcas algunas reglas básicas.
Tener acceso al mismo “manual de instrucciones” facilita la sintonía en las relaciones interpersonales porque clarifica los límites y expresa directamente las expectativas. Puedes aprovechar un momento en el que estéis relajados y de buen humor para sacar a colación el tema pues abordarlo en medio de una discusión suele ser contraproducente. Algunas reglas básicas de ese manual pueden ser: no insultarse, no gritar, escuchar atentamente, dar el beneficio de la duda y realizar solo críticas constructivas.
3. Comunícate de manera clara y empática
No podemos esperar de los demás lo que no estamos dispuestos a dar. Por tanto, todo comienza con una comunicación empática y clara. Gran parte de enseñar a los demás cómo tratarte radica en expresarte de manera sincera y asertiva. En vez de atacar al otro o irte por las ramas, debes comunicar de forma clara lo que necesitas o deseas, sin más.
Por ejemplo, por muy enfadado que estés, en vez de gritar “nunca me escuchas”, es más conveniente decir “me gustaría que me prestarás atención porque tengo que decirte algo importante”. De esta forma le enseñas a esa persona cómo esperas que te trate cuando necesite expresar algo. Así eliminas la frustración y los reproches de la ecuación dejando la puerta abierta a un diálogo sincero y empático.
4. Trata como te gusta que te traten
Sé la persona que quieres que los demás sean. Así de simple. Trata como te gusta que te traten. Si esperas amabilidad y respeto, trata a los demás de manera amable y respetuosa. Si esperas que tu pareja sea romántica y cariñosa, haz lo mismo con ella/él. Todo lo que emites, de alguna forma te es devuelto. Si transmites rabia, desconsideración o indiferencia, esas emociones regresarán a ti.
También es importante que tu comportamiento sea consistente. O sea, si pareces un monje zen cuando las cosas van bien pero apenas se tuercen te conviertes en Hulk, tu mensaje carecerá de coherencia. De esta forma estás diciendo inconscientemente que, según las circunstancias, es válido tratar mal al otro. Por tanto, asegúrate de que el comportamiento que quieres ver en los demás está asentado en tu interior. Es probable que tu ejemplo termine sentando un precedente en la dirección correcta.
5. Refuerza lo que te gusta
El principio básico del condicionamiento operante sigue siendo válido en las relaciones, lo cual significa que la manera en que respondas al comportamiento de los demás hacia ti puede reforzarlo y aumentar las probabilidades de que se repita en el futuro. Si cedes a un intento de manipulación, lo reforzarás y si respondes con ira a un ataque personal, acrecentarás la rabia.
En cambio, enfócate en reforzar los comportamientos positivos que deseas ver florecer. Por ejemplo, podrías decir: “agradezco que me hayas escuchado con tanta atención ayer” o “valoro mucho el detalle que tuviste”. Si alguien te trata con respeto y consideración, esfuérzate por expresar tu aprecio. No des por sentado que la otra persona lo sabe, demuéstrale que lo has apreciado. Así será más probable que repita ese comportamiento en el futuro mientras las conductas indeseadas se deben ir extinguiendo paulatinamente.
Ajusta tus expectativas: no esperes peras del olmo
No obstante, recuerda mantener bajo control tus expectativas. Este proceso llevará tiempo. Cuanto más tiempo haya estado presente el patrón disfuncional, más tiempo tardarás en deshacerlo. Cuanto más arraigado esté un comportamiento, más difícil será cambiarlo, así que tendrás que armarte de paciencia.
Por otra parte, aunque trates a los demás como te gustaría que te traten, tampoco puedes esperar que todo el mundo muestre la misma disposición ni respeto. Por desgracia, la empatía, la tolerancia, el respeto o la comprensión no son universales.
A veces también hay que reconocer que algunas personas no aprenderán a tratarte mejor, independientemente de cuánto te esfuerces. Si necesitan sentirse superiores porque tienen un problema de autoestima, no te tratarán como a un igual. Si intentan manipularte emocionalmente porque tienen un vacío existencial, no tendrán presentes tus necesidades.
No significa que debas dejar que te traten como basura. Pero debes saber
Si esas personas no aprenden, no es culpa tuya. Y tampoco es tu misión “arreglarlos”. Eso no significa que debas permitir que te traten mal. Simplemente déjalas ir. Y si es necesario, corta la relación. Si los demás no están dispuestos a tratarte con el respeto, la amabilidad y la cortesía que les demuestran, no vale la pena que formen parte de tu vida.
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