Deberes. Solo pensar en esa palabra le pone los pelos de punta a más de un estudiante porque significa más esfuerzo y menos tiempo libre. Después de una intensa jornada lectiva, es probable que lo menos que les apetezca sea seguir estudiando. Y es comprensible.
A pesar de ello, muchos profesores siguen dictando deberes como si no hubiera un mañana, pensando que su asignatura es la única en el plan de estudios y fijando fechas límite bastante ajustadas que obligan a los alumnos a hacer malabares para llegar a todo. ¿Se nos está yendo la mano? ¿Tienen los estudiantes demasiados deberes? ¿Hasta qué punto son beneficiosos?
Más no siempre es mejor, ¿dónde está el límite?
El dilema sobre la carga académica que los estudiantes se llevan a casa existe desde hace tiempo. No es nuevo. También se han realizado varias investigaciones para intentar dilucidar hasta qué punto son beneficiosas esas tareas y, sobre todo, cuándo dejan de serlo.
El razonamiento que empuja a los profesores a poner deberes siempre ha sido: si un estudiante dedica más tiempo a las tablas de multiplicación, a estudiar la gramática o a comprender la química, debería mejorar en esas materias. Sin embargo, nuestro cerebro no funciona de manera tan lineal.
No cabe dudas de que las tareas escolares ayudan a los estudiantes a comprender mejor las materias y retener los conceptos importantes, pero no en la misma medida. O sea, más no siempre es mejor.
Existe un límite más allá del cual la exposición a determinado contenido no nos aporta ningún beneficio. Como regla general, los niños de primer grado no deberían dedicar a los deberes más de 10 minutos. Ese tiempo va aumentando conforme mejora su capacidad atencional, hasta un máximo de dos horas a partir del instituto.
Más allá de ese tiempo sobreviene el cansancio, nuestra atención se dispersa y comenzamos a sentirnos frustrados. Cometemos más errores, nos estresamos y no absorbemos información útil. Es como si nuestro cerebro se “bloqueara”, de manera que seguir estudiando es contraproducente.
En este sentido, un estudio realizado en la Universidad de Oviedo constató que a los estudiantes que les asignaban deberes de matemáticas y ciencias con regularidad obtenían mejores resultados en los exámenes. Sin embargo, también comprobó que la cantidad de deberes solo explicaba un 6% de la variación en los resultados. Por encima de los 90 o 100 minutos al día, las puntuaciones bajaban.
Estos investigadores concluyeron que “es más importante el cómo se hacen los deberes que la cantidad” y que “la duración óptima es de 1 hora al día”. También señalaron que la capacidad previa de los estudiantes y sus conocimientos sobre la materia eran esenciales para sacar provecho de los deberes.
No obstante, una encuesta realizada en Estados Unidos reveló que los estudiantes de instituto se llevan 3 horas de deberes a casa cada día. A pesar de esa carga – o quizá debido precisamente a ella – esos alumnos no se mostraron más interesados en los deberes, reportaron mayores niveles de estrés y, obviamente, menos tiempo libre para desconectar y relacionarse con la familia o amigos. También experimentaron más problemas de salud, como dolores de cabeza, problemas estomacales y falta de sueño.
El necesario equilibrio entre la exigencia académica y el descanso
Las tareas escolares siempre han sido una fuente de estrés para los estudiantes, no es nada nuevo. De hecho, ese tipo de exigencia es importante, no solo desde el punto de vista académico para reforzar los conocimientos o aplicar lo aprendido en el aula, sino también para el desarrollo integral de la personalidad.
Los deberes escolares tienen como misión:
- Enseñar a los estudiantes a gestionar mejor su tiempo.
- Potenciar la autonomía de los alumnos y el trabajo independiente.
- Estimular el pensamiento crítico a través de la solución de problemas
- Reforzar valores como la disciplina, la organización y la responsabilidad.
Incluso el eustrés que pueden generar los deberes puede ser útil para poner a punto estrategias de afrontamiento del estrés que serán providenciales más adelante en la vida. Pero todo tiene un límite.
Nadie discute que la principal obligación de los niños, adolescentes y jóvenes es estudiar, pero también es importante que tengan tiempo libre para desarrollar otras habilidades en diferentes áreas de su vida. Prepararse académicamente y desafiar nuestros límites es importante, pero también lo es priorizar nuestra salud y bienestar. Aprender Matemáticas o Filosofía es importante, pero también lo es desarrollar las habilidades sociales, ser capaces de ponerse en el lugar del otro o aprender a desconectar antes de alcanzar el punto de no retorno.
De hecho, a menudo pensamos en nuestro cerebro como en un ordenador con capacidad ilimitada, pero en realidad se parece más a una aspiradora, como explican desde la Universidad de Harvard. Puede absorber mucha información, pero pasado cierto punto, el nivel de atención disminuye y la memoria a corto plazo se sobrecarga. En ese momento, seguir estudiando es contraproducente porque sería como continuar aspirando con la bolsa de polvo llena.
Los deberes escolares no van a desaparecer – y no deberían hacerlo – pero quizá sea hora de dosificar su cantidad. Una investigación llevada a cabo en la Universidade do Minho reveló que la percepción de los alumnos sobre la calidad de los deberes y su propósito era determinante en su rendimiento.
Si a los estudiantes se les asignan demasiados deberes que no les aportan nada, los verán como una fuente de estrés y pensarán que son una pérdida de tiempo. ¿Por qué asignar 20 problemas de Matemáticas cuando 10 serían suficientes? Los profesores también deberían tener en cuenta que no todos los estudiantes tardarán lo mismo haciendo esas tareas. Lo que a un alumno le puede llevar media hora, a otro puede llevarle dos.
En resumen, el concepto de aprendizaje significativo también debería extenderse a la planificación de los deberes escolares, de manera que estos sean una herramienta útil, en vez de percibirse como un mal necesario del que queremos deshacernos lo antes posible porque esa actitud no ayuda a nadie.
Referencias Bibliográficas:
Rosário, P. et. Al. (2018) Homework purposes, homework behaviors, and academic achievement. Examining the mediating role of students’ perceived homework quality. Contemporary Educational Psychology; 53: 168-180.
Fernández-Alonso, R. et. Al. (2015) Adolescents’ Homework Performance in Mathematics and Science: Personal Factors and Teaching Practices. Journal of Educational Psychology; 107(4): 1075–1085.
Galloway, M. et. Al. (2013) Nonacademic Effects of Homework in Privileged, High-Performing High Schools. The Journal of Experimental Education; 81(4): 490–510.
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