Hace muchos años, en la ciudad de Tokio, vivió un carpintero famoso por la calidad de sus construcciones. Su trabajo precioso y meticuloso era particularmente apreciado por los nobles, ricos comerciantes y otros notables de la ciudad.
Todos sabían que Kota buscaba incansablemente la excelencia y siempre estaba aprendiendo nuevas técnicas, incluso al final de su carrera.
Sin embargo, tras décadas de trabajo incesante, Kota comenzaba a sentirse cansado y deseaba jubilarse. Durante más de 40 años había construido las casas más hermosas de Tokio y ahora solo soñaba con viajar con su esposa y pasar tiempo con sus nietos.
Kota le comunicó al jefe de la empresa su decisión de dejar el negocio de la construcción para poder descansar y disfrutar de sus últimos años de vida.
El jefe se mostró muy agradecido con el carpintero, pero le hizo una última petición: “Kota, nuestra empresa siempre estará en deuda contigo por tu estupendo trabajo. Sin embargo, nos gustaría pedirte un último favor. ¿Estarías dispuesto a construir una última casa? Es un proyecto fundamental para nosotros, es para uno de nuestros clientes más importantes. ¡Necesitamos tus manos mágicas!”.
Kota se sintió muy frustrado porque tenía que posponer un sueño largamente acariciado, pero finalmente aceptó, por compromiso.
En todos sus trabajos, el carpintero siempre se había mostrado muy diligente: elegía cuidadosamente los mejores materiales y supervisaba el trabajo de los demás para asegurarse de que cada detalle fuera perfecto. Pero no fue así en esta casa.
Le pesaba demasiado la idea de realizar este proyecto, por lo que delegó muchas de sus responsabilidades en trabajadores inexpertos, de manera que la calidad final se resintió. El carpintero no puso mucho esmero ni entusiasmo.
Por supuesto, al entregar la casa, esta cumplía con todos los estándares, pero estaba lejos de ser una de sus obras maravillosas. El carpintero sabía, en el fondo de su corazón, que no había trabajado como solía hacer porque su mente estaba en otra parte.
Una vez finalizado el trabajo, el carpintero invitó a su jefe a visitar la. Hicieron un recorrido y el jefe le dijo: “¡Gracias Kota, muchas gracias! Solo tenemos una última cosa para ti”.
Ante estas palabras, la frustración y la ira del carpintero fueron creciendo imaginando que su jefe querría darle otro encargo, pero para su sorpresa, este le presentó un pequeño paquete con un lazo rojo y le dijo: “Te estamos muy agradecidos por tu trabajo durante todos estos años, este regalo es nuestra forma de mostrártelo”.
Cuando Kota abrió el regalo, encontró unas llaves dentro. El jefe sonriendo le dijo: “¡La casa que acabas de construir es tuya!”.
El corazón del carpintero se detuvo por un instante. Sus ojos se llenaron de lágrimas y agradeció el regalo, pero también se sintió avergonzado por su actitud descuidada y todos los errores cometidos. Si hubiera sabido que estaba construyendo su casa, se hubiera esmerado mucho más. Ahora ya no podía hacerlo.
¿Cómo estás construyendo tu vida?
Esta historia se aplica perfectamente a cada uno de nosotros. Al igual que el carpintero, todos los días trabajamos en nuestra “casa”, construimos nuestra vida ladrillo a ladrillo, pero muchas veces no nos damos cuenta o no somos plenamente conscientes de ello.
Como resultado, estudiamos solo para pasar los exámenes, no para aprender. Trabajamos sin entusiasmo, más por el salario que por superarnos profesionalmente. Entrenamos distraídamente, más porque es algo que hay que hacer que por cuidar realmente de nuestro cuerpo. Incluso tomamos decisiones a la ligera, sin prestar demasiada atención, porque dejamos que las cosas intrascendentes nos agoten u ocupen nuestra mente. Así también terminamos descuidando lo que verdaderamente importa, como nuestro descanso, la familia, la conexión con los demás o incluso nuestros sueños.
A veces vivimos demasiado ocupados con las obligaciones del día a día, como para prestar atención al resultado final. Pero cada una de las decisiones que tomamos a diario, cada una de nuestras acciones, tienen un peso en el resultado final.
Solo estando plenamente presentes, poniendo alma y cuerpo, lograremos alcanzar nuestros sueños. Todos los días construimos nuestra vida. La vida no es una entelequia sino el resultado de nuestras actitudes y elecciones del pasado… El mañana será el resultado de nuestras actitudes y elecciones de hoy.
Será mejor que tomemos la enseñanza del cuento del carpintero y afrontemos cada día con la conciencia de que estamos construyendo nuestra “casa”, nos estamos construyendo a nosotros mismos. Recuerda que la forma en que haces las pequeñas cosas determina los grandes resultados finales.
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