A todos nos encantan las historias, no solo aquellas que nos hacen soñar sino también las historias para reflexionar que tocan nuestras fibras más sensibles. No es casualidad que desde hace siglos, los grandes líderes espirituales de las tribus recurrieran a cuentos sabios para hacer reflexionar al resto de la tribu.
Milton Erickson, un psicólogo e hipnoterapeuta estadounidense, se dio cuenta del enorme poder que tenían las historias psicológicas y comenzó a aplicarlas en la hipnosis y la psicoterapia. Erickson se dio cuenta que las parábolas llegan a nuestro subconsciente, burlando las barreras de la mente consciente, de manera que pueden causar un cambio positivo más radical que el mejor discurso, por mucha lógica o bien hilvanado que esté.
El poder de los cuentos de Psicología radica en que no intentan convencernos, por lo que no asumimos una actitud defensiva a priori sino que nos mostramos más recepceptivos, escuchamos su mensaje y luego reflexionamos sobre ello.
Por eso, leer cuentos psicológicos también es una manera de prepararnos para la vida y de crecer emocionalmente ya que a veces nos permiten comprender de golpe, por insigth, dónde nos equivocamos y qué deberíamos hacer para desarrollar la paz interior.
Historias psicológicas con sabios mensajes
- El peso de un vaso de agua
Un psicólogo estaba desarrollando una sesión grupal cuando, de repente, levantó un vaso de agua. Todos esperaban la típica pregunta: “¿Está medio lleno o medio vacío?”
Sin embargo, preguntó:
– ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas variaron entre 200 y 250 gramos. El psicólogo les respondió:
– El peso absoluto no es importante. Depende de cuánto tiempo lo sostengo. Si lo sostengo un minuto, no representará un problema, pero si lo sostengo durante una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El peso del vaso no ha cambiado, siempre es el mismo. Pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve.
Moraleja: Este cuento psicológico nos recuerda que las preocupaciones, los pensamientos negativos, los rencores y el resentimiento son como ese vaso de agua. Si pensamos en ellos un rato, no pasa nada. Si pensamos en ellos todo el día, empiezan a doler. Y si pensamos en ellos durante toda la semana, acabaremos sintiéndonos paralizados e incapaces de hacer nada. Por eso, debemos aprender a dejar ir todo aquello que puede dañarnos.
- La roca en el camino
En un reino lejano, una vez un rey colocó una gran roca en medio del camino principal que conducía al reino, obstaculizando el paso. Luego se escondió para ver qué hacían sus súbditos cuando pasaban por allí.
No tuvo que esperar mucho. Pronto pasaron algunos de los comerciantes más adinerados y cortesanos del reino, quienes se limitaron a rodear la roca. Muchos se quedaron un rato delante de la roca quejándose y culpando al rey por no mantener los caminos despejados, pero ninguno hizo nada para retirar el obstáculo.
Al cabo de un rato llegó un campesino que llevaba una carga de verduras. Se quedó un momento observándola y luego colocó su carga en la tierra, al borde del camino. Intentó mover la roca solo con sus manos pero no pudo, así que usó un tronco para hacer palanca. Después de un gran esfuerzo, finalmente logró apartar la roca.
Mientras se inclinaba para recoger su carga, encontró una bolsa, justo en el lugar donde había estado la roca. La bolsa contenía una buena cantidad de monedas de oro y una nota del rey, indicando que se trataba de la recompensa para quien despejara el camino.
Moraleja: Esta historia psicológica nos recuerda que los obstáculos superados suponen una oportunidad para crecer como personas y mejorar nuestra condición. Muchas veces los problemas son oportunidades para cambiar, para reflexionar sobre nuestras formas de hacer o incluso llamadas de atención. El resultado final dependerá de la manera en que los abordemos.
- El coleccionista de insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurái que se dedicaba a enseñar el budismo a los jóvenes. Aunque tenía una edad avanzada, corría la leyenda de que era capaz de vencer a cualquier adversario.
Un día, un guerrero conocido por su falta de escrúpulos pasó por la casa del anciano samurái. Era famoso por provocar a sus adversarios y, cuando estos perdían la paciencia y cometían un error, contraatacaba. El joven guerrero jamás había perdido una batalla.
Conocía la reputación del viejo samurai, por lo que quería derrotarlo y aumentar aún más su fama. Los discípulos del maestro se opusieron pero el anciano aceptó el desafío.
Todos se encaminaron a la plaza de la ciudad, donde el joven guerrero empezó a provocar al viejo samurái:
Le insultó y escupió en la cara. Durante varias horas hizo todo lo posible para que el samurái perdiera la compostura, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, ya exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones sin responder, sus discípulos le preguntaron:
– ¿Cómo ha podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aunque pudiera perder en vez de mostrarse como un cobarde ante todos nosotros?
El anciano les contestó:
– Si alguien se acerca a ti con un regalo y no lo aceptas, ¿a quién le pertenece el regalo?
– A quien intentó entregarlo, por supuesto – respondió uno de los discípulos.
– Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos – explicó el maestro – Cuando no los aceptas, siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo.
Moraleja: Este cuento psicológico nos enseña que debemos medir nuestras reacciones ya que cuando nos enfadamos o frustramos con los demás, en realidad lo que estamos haciendo es cediéndoles el control. Muchas personas se comportan como camiones de basura, dispuestas a dejar sus frustraciones e ira donde se lo permitan.
- El frasco de la vida
Un profesor quería darle una enseñanza que animara a reflexionar a sus alumnos sobre la vida. De pie, frente a los jóvenes, sacó de debajo de la mesa un gran frasco y lo colocó sobre la mesa. Luego sacó una docena de pelotas de golf y empezó a colocarlas una por una dentro del frasco.
Cuando el frasco estuvo lleno hasta el tope y no podía colocar más pelotas, le preguntó a sus estudiantes:
– ¿Está lleno este frasco?
Todos dijeron un sí rotundo.
Entonces les preguntó:
– ¿Estáis seguros?
Y sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras pequeñas. Las echó dentro del frasco y las movió, de manera que las piedras se fueran acomodando en el espacio vacío entre las pelotas de golf.
Cuando terminó, volvió a preguntarles si el frasco estaba lleno.
Esta vez el auditorio ya suponía lo que vendría y uno de los asistentes dijo en voz alta: “Probablemente no”.
Muy bien contestó el expositor. Sacó de debajo de la mesa un cubo lleno de arena y empezó a echarlo en el jarro. La arena se acomodó en el espacio entre las piedras grandes y las pequeñas.
Una vez más pregunto al grupo: ¿Está lleno este jarro?
Esa vez, los estudiantes pensaron que sí estaría lleno, ¡era imposible meter nada más!
Una vez más, el maestro sacó arena de debajo de la mesa y la vertió en el frasco, de manera que ocupara los espacios que habían dejado las piedras pequeñas. Cuando terminó, miró al auditorio y preguntó:
– ¿Cuál creen que es la enseñanza de esta pequeña demostración?
Uno de los estudiantes levantó la mano y dijo:
– La enseñanza es que no importa cuán lleno esté tu horario, si lo intentas, siempre podrás incluir más cosas.
– ¡No! – replicó el expositor – la enseñanza es que si no pones las piedras grandes primero, no podrás ponerlas en otro momento.
Morajela: En la vida, como en el frasco, debemos preocuparnos por aquellas cosas o personas verdaderamente importante, que representan esas pelotas de golf. Si perdemos el tiempo en nimiedades o en proyectos que no nos reportan satisfacción ni son significativos, al final corremos el riesgo de no tener espacio para las cosas realmente importantes.
- El problema
Un gran maestro zen se encargaba de enseñar a los jóvenes discípulos que habían llegado al monasterio. Cierto día el guardián del monasterio murió y había que sustituirlo.
El maestro reunió a todos sus discípulos, para escoger a la persona que tendría ese honor.
– Os presentaré un problema – dijo- Aquel que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del monasterio.
Trajo al centro de la sala un banco y colocó encima un enorme y hermoso florero de porcelana en el que se hallaba una preciosa rosa roja.
– Este es el problema.
Los discípulos contemplaron perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor… ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados.
Después de algunos minutos, un alumno se levanto, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el vaso con determinación, lo retiró del banco y lo puso en el suelo.
– Usted es el nuevo guardián – le dijo el gran maestro, y explicó- Fui muy claro, os dije que estabais delante de un problema. No importa cuán fascinantes o raros sean, los problemas deben ser resueltos.
Moraleja: Este cuento psicológico nos advierte de los peligros de quedarnos atascados en la contemplación del problema, algo que ocurre a menudo en la vida cotidiana, cuando nos quedamos rumiando sobre la situación a resolver, aplazando la solución, muchas veces por miedo. En su lugar, solo debemos aprender a afrontarlos. Debemos recordar que muchas veces el peso de los problemas irresueltos es peor que las consecuencias del mismo.
- El anillo
En una lejana aldea, un joven desconsolado acudió a un viejo monje zen en busca de su sabiduría.
– Maestro, me siento mal. Todos me dicen que no valgo para nada y que soy torpe. ¿Qué puedo hacer para mejorar?
El monje zen, sin apenas mirarlo, le dijo:
– Tengo un problema más importante, pero si me ayudas a resolverlo, quizá podamos hablar luego.
El joven, deseoso de mostrar su buena voluntad, aunque tuviese que relegar su angustia a un segundo plano, se ofreció a darle una mano.
El monje zen se quitó un anillo de la mano y le pidió al joven:
– Debes vender este anillo, pero no aceptes menos de una moneda de oro.
El joven se dio prisa y comenzó a ofrecerle el anillo a los mercaderes, pero estos se reían de él cuando mencionaba la moneda de oro. Algunos se compadecieron de él y le ofrecieron dos monedas de plata. Sin embargo, el joven se mantuvo fiel a las orientaciones del maestro y no lo vendió, por lo que regresó compungido, ratificando su idea de que no servía para nada.
Al contarle lo ocurrido, el monje zen le dijo:
– Para conocer el verdadero valor del anillo, debes ir al joyero. Pregúntale a él, pero no se lo vendas.
Al poco rato, el joven regresó lleno de alegría.
– ¡Maestro, el joyero te ofrece 58 monedas e incluso 70 si no tienes prisa!
El viejo monje sonrió, se volvió a poner el anillo en el dedo y le explicó:
– Tú eres como ese anillo. Una joya valiosa y única, pero no puedes pretender que todos conozcan tu verdadero valor.
Moraleja: Este profundo cuento psicológico aborda la importancia de aprender a gestionar las opiniones ajenas. Todos tienen una imagen de nosotros, pero en realidad pocos nos conocen profundamente. Es importante dar a cada opinión el justo valor que merece, impidiendo que las críticas de quienes no han caminado con nuestros zapatos hagan mella en nuestra autoestima.
- Las siete maravillas
Un día, un profesor que le había enseñado a sus alumnos las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, les pidió que escribieran una lista de lo que deberían ser las Siete Maravillas del Mundo Moderno.
Los estudiantes se afanaron en buscar las obras más impresionantes de los últimos tiempos, desde el Canal de Panamá hasta el Empire State. Luego, el profesor las fue escribiendo en la pizarra para someterlas a votación y elegir las más extraordinarias.
Sin embargo, se dio cuenta que una alumna permanecía callada y aún no compartía sus elecciones, así que el profesor se acercó a ella y le preguntó si tenía algún problema para decidirse. Al ver que ya tenía su lista escrita, le pidió que la leyera en voz alta.
– Dinos lo que has escrito para poder ayudarte – la conminó.
La chica comenzó a leer: “Creo que las siete maravillas del mundo son:
Poder tocar
Poder saborear
Poder ver
Poder escuchar
Titubeando un poco continuó:
Poder sentir
Poder reír
Y… poder amar”.
Cuando terminó, toda la clase quedó en el más absoluto silencio.
Moraleja: Es muy fácil dejarse deslumbrar por los logros externos y las apariencias mientras damos por descontadas las auténticas maravillas que nos circundan o que incluso se encuentran en nuestro interior. Por tanto, si queremos vivir con mayor gratitud, no debemos dejar que el mundo exterior empañe el milagro que habita en nosotros.
Eudy dice
Interesante
lesly Dalmacia dice
fascinada
Jesús dice
El relato del «frasco de la vida» me recuerda que en la vida soy arena nunca he intentado ser especial en la vida de alguna persona siempre cuando me empieza a importar así sea un poco me alejo de esa persona 🙁