
Vivimos en la era de la palabra. En redes, en la sobremesa de los domingos, en los encuentros con amigos… Nunca antes se habló tanto de emociones, traumas, límites, heridas y procesos psicológicos.
Hay quienes pueden narrar su infancia como si leyeran un informe clínico. Describen sus patrones emocionales con precisión quirúrgica. Saben dónde se gestaron sus inseguridades, quién les inculcó la culpa y qué estilo de apego han desarrollado.
Pero, curiosamente, no cambian nada.
Siguen arrastrando los mismos conflictos latentes, los mismos bloqueos, los mismos bucles. ¿Por qué? Sencillamente porque hablar de las emociones no equivale a trabajarlas, gestionarlas y transformarlas.
El espejismo de la expresión emocional
Hay una creencia muy extendida: creer que hablar de tus emociones equivale a trabajarlas. Pero no. Hablar no es transformar.
Por supuesto, hablar de lo que duele alivia. Soltar lo que te reconcome por dentro es catártico. Poner en palabras tu lío emocional es beneficioso. Todo eso nos acerca un poco más al sitio donde deseamos estar o a la persona en la que queremos convertirnos. Pero no basta.
Es positivo que reconozcas que estás enfadado o frustrado. Es positivo que lo expreses con palabras. Y es positivo que indagues y comprendas sus causas. Pero todo eso, por sí solo, no es suficiente para cambiar.
Reconocer que te has enfadado no evitará que ardas en ira la próxima vez. Comprender la herida que te ha causado el abandono no evitará que elijas, una vez más, a alguien que te abandona. Solo lo explicarás mejor.
Hablar no es cambiar. Saber no es hacer. Y entender no es transformar.
La palabra puede ser bálsamo, pero también un refugio
Hablar de las emociones es el primer paso. Pero quedarse ahí, eternamente, es otra manera de evitar la transformación. Una forma disfrazada de “trabajo interior” que en realidad es una resistencia al cambio personal.
Y es que las palabras pueden ser un bálsamo para el alma, pero también un refugio donde esconderse para no tomar decisiones incómodas, poner límites, asumir responsabilidades, no decepcionar a los demás, afrontar verdades incómodas o salir del rol de víctima.
Hablar del trauma infantil no es lo mismo que dejar de culpar a tus padres. Contar que sufres ansiedad no es lo mismo que renunciar a la hiper exigencia con la que te estresas cada día.
Y repetir que tienes miedo al abandono no es lo mismo que aprender a vivir solo cuando alguien se va.
Por supuesto, no es todo culpa nuestra. Nuestro cerebro es, en gran parte, responsable.
- Porque se obsesiona con buscar patrones y explicaciones. Le encanta darle vueltas a lo mismo. Racionalizar. Nombrar. Explicar.
- Porque siempre busca el atajo más rápido y sencillo para ahorrar energía. Aunque a veces eso significa quedarse paralizado en el mismo lugar.
- Porque se aferra a lo conocido y familiar a través de las férreas conexiones neuronales que hemos creado y que nos brindan la sensación de seguridad y tranquilidad.
Todo eso cumple su función. Pero también puede conducirnos a mecanismos de defensa sofisticados como la racionalización que nos mantienen atados a lo conocido, precisamente a esos patrones emocionales que nos están dañando.
El caos emocional no se resuelve solo con palabras
A veces, el cambio empieza con un silencio incómodo. Con una elección difícil. Con una acción pequeña, pero valiente. No siempre implica entender más o mejor, sino tan solo atreverse a hacer algo distinto, aunque todavía no lo entiendas del todo.
Sanar no es solo reconocer “me siento triste”, sino permitirte vivir esa tristeza sin anestesia. No es solo hablar de tus heridas, sino dejar de usarlas como excusa para no moverte o lastimar a los demás. No es solo comprender tu miedo al rechazo, sino atreverte igual, aunque te tiemble todo por dentro.
La emoción necesita ser vivida, no solo narrada. Y el cambio necesita acción, aunque sea pequeña o imperfecta. Implica asumir que nunca vas a tener todas las certezas, a veces estas van apareciendo cuando te pones en marcha.
¿Qué hacer para no quedarse atrapado en el relato?
Hablar sirve. Y mucho. Puede abrir puertas internas que llevan años cerradas. Puede descomprimir el alma. Hacer visible lo invisible. Darle sentido al caos emocional. Pero no es el destino. Es tan solo el primer paso. El verdadero trabajo comienza después de la palabra, cuando aparece la incomodidad de cambiar, la tentación de repetir los viejos hábitos y la decisión de hacer otra cosa.
- Busca una salida práctica. El autoconocimiento sin acción conduce al estancamiento. Siempre que descubras algo de ti, intenta traducirlo en una microdecisión o en un gesto concreto. No tiene que ser algo trascendental, solo tiene que moverte un poco del sitio donde estás. Por tanto, después de cada reflexión pregúntate: “¿y ahora qué hago con esto?”.
- Enfócate más en el presente y menos en el pasado. A veces, para sanar el hoy hay que mirar al ayer. Pero asegúrate de no quedarte atrapado en ese pasado. En vez de seguir preguntándote por qué te pasa algo, prueba con otro enfoque: “¿Qué estoy haciendo hoy que sostiene este patrón?” o “¿Qué estoy evitando?”. A veces no necesitas saber más, sino tan solo actuar de manera diferente, emprender otro camino o atreverte a tomar nuevas decisiones.
- Actúa, aunque tengas miedo. Hazlo con miedo, con dudas, aunque no lo tengas todo claro. El cambio emocional no siempre es cómodo. De hecho, muchas veces puedes sentirte peor al principio porque lo desconocido genera vértigo, dudas e inseguridades. Pero eso no significa que no esté funcionando. A veces se siente peor porque por fin estás saliendo del sitio de siempre.
En resumen, no basta con hablar de tus emociones. No basta con entenderte. No basta con hacer listas de tus heridas y mapas de tus patrones emocionales. Todo eso es valioso, sí. Pero el verdadero trabajo empieza cuando dejas de narrarte y empiezas a transformarte. Así que la próxima vez que sientas que estás “trabajando en ti”, pregúntate si realmente te estás moviendo… o solo estás hablando mucho porque no te atreves a moverte.
Andrea Carolina Suarez Monzón dice
De acuerdo contigo, hablar es importante, sin embargo, la dificultad radica en el miedo a confrontar el malestar. El sufrimiento hace parte de la vida y huir o evitar el malestar se vuelven en anestesia emocional que impiden abrazar el dolor y tomar acción para mejorar. Quizás vivimos en un mundo que nos ha enseñado que el cambio empieza en los demás y asumir las riendas de nuestra vida implica ser responsables de nuestros miedos para comprender que finalmente somos los que decidimos.
Jennifer Delgado dice
Hola Andrea Carolina,
En efecto, vivimos deseando que los demás cambien. Pero no tenemos el poder para hacer que los demás cambien, solo tenemos el poder de cambiar nosotros, ya sea alejándonos de lo que nos daña o transformando la manera en que vemos las cosas.
En ambos casos, debemos tomar una decisión consciente y atrevernos a actuar, aunque tengamos miedo, aunque sea incómodo… Caso contrario nos quedamos en una zona en la que no crecemos, haciendo catarsis continuamente.
Por desgracia, veo ese inmovilismo cada vez más en la sociedad.