
Durante siglos hemos ensalzado valores como la solidez, la permanencia y la estabilidad. Incluso alabamos a quienes siguen siendo los mismos a lo largo de los años mientras echamos en cara el cambio diciendo: “ya no eres el mismo”. Como resultado, es natural que desde pequeños veamos el movimiento, la incertidumbre y el flujo con cierto recelo y que muchas veces incluso nos generen miedo. Esa concepción cultural se encuentra en la base de la resistencia al cambio personal.
Nos negamos a cambiar, aferrándonos a nuestro “yo” y a los valores que hemos aprendido como si fueran una tabla de salvación en medio del mar de cambios que nos circunda. No nos damos cuenta de que “el cuerpo humano vive porque es un complejo de movimientos, de circulación, respiración y digestión. Resistirse al cambio es, pues, como retener el aliento: si persistes, te matas”, como escribiera Alan Watts.
¿Por qué la gente se resiste al cambio?
No somos la misma persona que hace 10 años y no seremos la misma persona dentro de 10 años. De hecho, si nuestro “yo” permaneciera inmutable deberíamos preocuparnos porque significa que no hemos vivido experiencias significativas, que no hemos salido de nuestra zona de confort, que no hemos aprendido nada a lo largo del camino y que no hemos desafiado nuestras creencias.
Durante muchas décadas existió la idea de que la personalidad, una vez formada, era bastante inmutable. Sin embargo, en los últimos años esa concepción se ha puesto en tela de juicio. Psicólogos de la Universidad de Georgia, por ejemplo, comprobaron que el matrimonio produce cambios importantes en nuestra personalidad tan solo después del primer año de convivencia mientras que otro grupo de psicólogos del Instituto Nacional del Envejecimiento en Baltimore constataron que el divorcio también genera transformaciones relevantes en nuestros rasgos personológicos.
En 2016, psicólogos de la Universidad de Edimburgo recopilaron los resultados de las pruebas de personalidad realizadas a 174 adolescentes en 1947 y volvieron a aplicar el mismo test 60 años después. Constataron que somos una persona bastante diferente a los 14 y a los 77 años. Sin embargo, a pesar de esos resultados, seguimos aferrándonos a la idea de un “yo” inmutable.
Se trata de una paradoja antinatural según la cual el “yo” se resiste al cambio, tanto en el propio “yo” como en el universo que lo circunda. Alan Watts explica que “la conciencia, eso que llamamos ‘yo’, es en realidad una corriente de experiencias, sensaciones, pensamientos y sentimientos en constante movimiento, pero debido a que estas experiencias incluyen los recuerdos, tenemos la impresión de que el ‘yo’ es algo sólido e inmóvil, como una tablilla en la que la vida inscribe su crónica”.
“No obstante, esa ‘tablilla’ se mueve con los dedos que escriben, como el río fluye junto a las ondas del agua, de modo que la memoria es como una crónica escrita en el agua, no una crónica con caracteres grabados sino con olas que las otras olas, llamadas sensaciones y hechos, ponen en movimiento”.
La memoria es en gran medida la que genera esa ilusión de solidez en el “yo”, la que nos hace pensar que nuestras características de personalidad, valores o creencias son inmutables. Eso nos lleva a vernos como un “producto terminado” en vez de percibirnos como una “obra en continua evolución”.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Stanford desveló que quienes tienen una visión rígida de sí mismos se apegan más a la identidad que han construido, de manera que terminan viviendo muchas experiencias con más angustia puesto que perciben el cambio como un ataque personal.
Por tanto, la resistencia al cambio personal suele terminar generando sufrimiento. Si no fluimos y nos negamos a aceptar que nuestro “yo” también se encuentra en continua transformación, intentaremos buscar un sentido al mundo y a las experiencias intentando fijarlos. Entonces se produce un conflicto entre nuestro deseo de permanencia y el flujo inevitable.
Watts advierte que se trata de un conflicto fútil y frustrante, un círculo vicioso, “como una serpiente desorientada que intenta morderse su propia cola”. Para vivir debemos cambiar. Si no aprendemos a fluir, sentiremos que nos estamos quedando detrás y el mundo nos parecerá más caótico y hostil porque nos negamos a comprenderlo. Por ende, la resistencia al cambio del “yo” solo producirá dolor y sufrimiento.
¿Cómo superar la resistencia al cambio personal?
“La vida, el cambio, el movimiento y la inseguridad son otros tantos nombres de la misma cosa”, decía Watts. “Toda forma es realmente una pauta de movimiento, y todo ser vivo es como el río, el cual, si no fluyera, nunca podría desembocar”.
El cambio no es simplemente una fuerza de destrucción. No es algo a lo que debamos temer o de lo que debamos protegernos. Por supuesto, todo cambio encierra la semilla de la incertidumbre, y eso puede generar miedo, pero también podemos verlo como una oportunidad para explorar nuevas facetas de nosotros mismos.
Necesitamos dejar de pensar en nosotros mismos como entes estáticos y comenzar a comprender que la conciencia también se mueve porque es un producto del cambio y del mundo que la circunda. El universo no responde a las leyes inmutables que hemos establecido o a la imagen estática que nos hemos formado.
Necesitamos actualizar constantemente tanto la imagen que tenemos del mundo como la que nos hemos formado de nosotros mismos para ir incorporando los elementos cambiantes y poder fluir con el curso de los acontecimientos. Así evitaremos el conflicto y el miedo que este genera.
¿Cómo hacerlo? Watts afirmaba que “la única manera de hacer que el cambio tenga sentido consiste en sumergirse en él, moverse con él, participar en el baile […] Para comprender la inseguridad no hay que enfrentarse a ella, sino incorporarla”. Esa es la vía para superar la resistencia al cambio personal y convertirnos en personas más flexibles, abiertas y, en última instancia, felices.
Fuentes:
Watts, A. (1994) La sabiduría de la inseguridad. Barcelona: Kairós.
Lavner, J. A. rt. Al. (2018) Personality change among newlyweds: Patterns, predictors, and associations with marital satisfaction over time. Dev Psychol; 54(6): 1172-1185.
Harris, M. A. et. Al. (2016) Personality Stability From Age 14 to Age 77 Years. Psychology of Aging; 31(8): 862–874.
Howe, L. C. & Dweck, C. S. (2016) Changes in Self-Definition Impede Recovery From Rejection. Pers Soc Psychol Bullan; 42(1):54-71.
Costa, P. T. et. Al. (2000) Personality at Midlife: Stability, Intrinsic Maturation, and Response to Life Events. Assessment; 7(4): 365-378.
Deja una respuesta