“El hombre está condenado a ser libre porque, una vez arrojado al mundo, es responsable de todo lo que hace”, escribió Jean Paul Sartre. Y, sin embargo, la palabra responsabilidad aparece cada vez menos en las conversaciones cotidianas y en los medios, como si estuviera quedándose desfasada o su esencia se hubiese difuminado entre miles de nuevos términos modernos.
Por ese motivo, no debe extrañarnos que el número de personas que no dan la cara esté creciendo a un ritmo vertiginoso en todos los niveles, desde quien rompe una relación de pareja dejando de contestar a las llamadas y los mensajes hasta los líderes de naciones que se desentienden de sus obligaciones y hacen dejación de sus funciones. En la sociedad líquida por la que navegamos, no dar la cara, escapar y evadir las responsabilidades es cada vez más común.
La estela de daños que dejan a su paso quienes no asumen responsabilidades
Hay personas que generan grandes expectativas, hacen promesas, elaboran planes conjuntos y luego, cuando las cosas se tuercen y es necesario comprometerse o pasar a la acción, simplemente se niegan a dar la cara y desaparecen. A la hora de asumir responsabilidades, es prácticamente imposible encontrarlos.
Al inicio, esa evasión de responsabilidades puede parecer insignificante, pero si una persona acostumbra a no dar la cara, a la larga deteriorará cualquier tipo de relación que establezca, ya sea laboral, familiar o de amistad, ya que irá desgastando un pilar tan importante como la confianza.
Como resultado, suele dejar a su paso una estela de problemas y conflictos pendientes, así como de desconcierto y frustración en sus “víctimas”, quienes a menudo se sienten abandonadas y engañadas.
No asumir responsabilidades crea una cadena de desgaste y frustración. Cuando alguien falla, las tareas pendientes, los problemas y los conflictos se acumulan en las manos de quienes deben suplir esa falta. Eso no solo representa una sobrecarga adicional, sino que también alimenta el resentimiento.
En ocasiones, las víctimas también caen en una espiral de preguntas sin respuestas. Nuestro cerebro está programado para sacar conclusiones y realizar cierres, por lo que la desaparición del otro puede condenarnos a un estado de ofuscación, intentando comprender qué ha ocurrido, cayendo incluso en las recriminaciones y culpándonos por lo ocurrido.
¿Por qué hay personas que no dan la cara?
Todos preferimos uno u otro estilo de afrontamiento. Hay personas que prefieren afrontar directamente los problemas y personas que prefieren evadirlos. Sin embargo, como dijera Abraham Lincoln “no se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiendo la responsabilidad de hoy”.
Esa reticencia a dar la cara suele ser una mezcla de miedo, vergüenza, cinismo y egocentrismo. Quien no asume sus responsabilidades sabe o intuye que ha hecho algo reprobable y no quiere asumir las consecuencias de sus actos. También es posible que tenga miedo a la reacción de los demás o que se sienta profundamente avergonzado porque es consciente de que su comportamiento es censurable, de manera que la opción más cómoda es desaparecer.
Sin embargo, detrás de la oleada actual de personas que intentan escapar de sus responsabilidades también suele haber mucho cinismo y egocentrismo. Son personas que no piensan en las consecuencias de su desaparición, no intentan ponerse en el lugar del otro para comprender cómo se sentirá, sino que deciden egoístamente eligiendo el camino más fácil para ellos mismos.
Por tanto, su decisión también denota una profunda falta de respeto. Cuando alguien no da la cara, pretende resolver el asunto ignorando al otro, por lo que asume que no merece ni un minuto más su atención y le niega las explicaciones o argumentos que le ayudarían a poner punto final.
Desaparecer también envía otro mensaje claro: da a entender que no existe ningún interés en reparar el daño causado o disculparse. De hecho, muchas lo menosprecian pensando que “no es para tanto”. Esas personas se deshacen de su responsabilidad y dejan que el afectado cargue con las consecuencias como buenamente pueda, muchas veces a sabiendas de que causarán un problema serio o un daño emocional importante.
¿Cómo lidiar con las personas que no dan la cara?
“Si cada uno barriera delante de su puerta, ¡qué limpia estaría la ciudad!”, dice un antiguo proverbio ruso. Por supuesto, no podemos obligar a nadie a asumir responsabilidades – sobre todo en el plano afectivo – de las que desea escapar, pero podemos aprender a lidiar con esas personas que no dan la cara para mitigar en la medida de lo posible el daño que causan.
Cuando ponen sobre tus hombros la responsabilidad de cerrar una situación que era un problema de dos, no te queda otra alternativa que asumir el desafío. Por tanto, es conveniente que:
- Renuncies a la fantasía de que el otro vuelva para asumir sus responsabilidades o darte una explicación ya que eso solo te mantendrá en un bucle tóxico de ilusión y dependencia.
- Asumas que en ocasiones no es necesario tener una explicación para cerrar una historia o un capítulo de tu vida.
Curiosamente, la desaparición no rompe las ataduras, sino que las mantiene. La persona que no da la cara deja la resolución de la situación en tus manos. Como resultado, el conflicto o la relación se queda en una especie de “limbo” que puede prolongarse durante mucho tiempo – con todas las consecuencias emocionales negativas que ello conlleva – si no eres capaz de cortar por lo sano.
Por tanto, deja ir a quien no quiere dar la cara. Probablemente esa persona no merece tu tiempo, preocupación y esfuerzo. Resuelve lo que puedes resolver y sigue adelante. No esperes a ser dos para poner punto final. Es lo más sabio y, a la larga, te ahorrará muchas penas.
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