Las relaciones más cercanas también suelen ser las más complejas. Cuanto más amamos a una persona o más tiempo pasamos con ella, más intensas son las emociones involucradas y más aumentan las probabilidades de que surjan conflictos. La relación entre padres e hijos no escapa a esa regla. Y la llegada de una nuera o un yerno no siempre facilita las cosas. De hecho, a veces abre aún más la brecha conduciendo a un distanciamiento paulatino o incluso a una ruptura exprés con la familia de origen.
Buscando un chivo expiatorio a quien culpar
Un estudio realizado en la Universidad Estatal de Ohio con más de 1.000 madres que se habían distanciado de sus hijos adultos desveló que casi el 80% de ellas creía que la pareja de su hijo o su ex esposo los habían puesto en su contra.
Aunque este estudio solo analizó las opiniones de las madres, sus resultados coinciden con otras investigaciones que sugieren que padres e hijos a menudo no coinciden en las razones de la ruptura. “Existe una desconexión real entre lo que dicen las madres y lo que dicen sus hijos adultos sobre por qué no hablan”, indicaron los psicólogos.
Curiosamente, los desacuerdos en los valores o la forma de ver el mundo solo fueron mencionados por un tercio de las madres como causa de la ruptura y apenas el 18% dijeron que la culpa del distanciamiento era suya.
Contradictoriamente, es más común que los hijos adultos expliquen su distanciamiento de los padres como resultado del abuso emocional, las expectativas contradictorias sobre los roles que deben desempeñar y los choques de personalidad.
Muchas madres y padres ven a sus hijos como una extensión de sí mismos, lo cual significa que les cuesta ver los defectos y sombras de sus retoños. A menudo desarrollan una imagen idealizada de ellos que los lleva a pensar que son los más inteligentes, amables o competentes del mundo.
No es, necesariamente, algo negativo. De hecho, ver a las personas que amamos bajo una luz más favorecedora en realidad facilita las relaciones. Si solo nos centráramos en sus defectos, probablemente alimentaríamos los conflictos y terminaríamos expulsándolas de nuestra vida. Ese sesgo positivo nos ayuda a perdonar sus errores, ser más comprensivos y actuar con paciencia.
Sin embargo, en ocasiones también puede nublar la percepción de lo que ocurre, transfiriendo la responsabilidad de los hechos fuera de la díada de la relación. Es más fácil pensar que existe un culpable externo, que cambiar la imagen que tenemos de nosotros mismos como padres o de nuestros hijos.
En otras palabras, es más fácil encontrar un chivo expiatorio que reconocer que algo no anda bien en la relación y debemos esforzarnos por cambiarlo. Por esa razón, muchas veces los padres culpan a la persona recién llegada a la familia y achacan a los yernos o nueras la responsabilidad del distanciamiento. No siempre se equivocan, o al menos no al 100%.
El otro lado de la historia
Todas las experiencias que vivimos influyen en nosotros, de una manera u otra. A veces se trata de cambios pequeños e imperceptibles y otras veces pueden ser un verdadero tsunami. La relación de pareja también nos transforma. Poner en común nuestra vida con la de otra persona implica un proceso de negociación de valores, hábitos y formas de ver el mundo. Algunos de esos cambios serán positivos, otros quizá no tanto.
Los padres pueden percibir esos cambios en sus hijos y sentirse incómodos con ellos, sobre todo cuando son difíciles de encajar o se alejan demasiado de las tradiciones familiares. Entonces suelen ver al recién llegado como el culpable de ese “lavado de cerebro”.
En algunos casos, no andan desacertados. Cuando una persona arrastra problemas emocionales o sufre un apego inseguro, puede sentirse amenazada por la relación de su pareja con la familia o amigos, en especial cuando es una relación muy estrecha. Por tanto, puede fomentar de manera más o menos consciente la disolución de esos lazos. Así se garantiza toda la atención y el amor de la pareja.
Este fenómeno es más habitual en los hombres, que suelen quedar más “a merced” de sus parejas, fundamentalmente por la necesidad de expresar su masculinidad y su deseo de protección. Como resultado, puede ser más fácil manipularlo recurriendo a frases hirientes como “eres un hijo de mamá”. También es más común que los hombres corten con su familia de origen porque generalmente prefieren evitar los conflictos en la relación amorosa, de manera que son más propensos a ceder a los deseos de su pareja, aunque ello signifique distanciarse de sus padres.
En otros casos ese distanciamiento se debe a las diferencias en el sistema de valores y forma de ver el mundo. Si la pareja percibe que los padres son demasiado invasivos o intentan imponer sus costumbres e ideas, es probable que termine ejerciendo presión para que el hijo/a establezca una distancia de seguridad con sus padres. Este problema suele volverse más evidente o recrudecerse cuando nacen los niños si los abuelos intentan imponer su método de crianza.
¿Qué hacer cuando te ponen a tu hijo en contra? Recuperar la relación enterrando el hacha de guerra
En nuestra sociedad, se espera que la relación entre los padres y sus hijos dure toda la vida. Existe la idea de que es un vínculo amoroso indestructible que puede sobrevivir a cualquier altibajo. Sin embargo, no siempre es así.
Cuando ese vínculo se resquebraja y un padre o una madre no puede mantener la relación que le gustaría con sus hijos, puede sentir que ha fallado en su papel, lo que provoca intensos sentimientos de dolor y vergüenza. Sin embargo, si se desea recuperar la relación, es importante salir de la mentalidad inculpatoria.
Independientemente de quién sea el culpable, el desafío consiste en comprender qué ha salido mal en la relación e intentar repararlo. Culpar a la nuera o el yerno no hará que el hijo regrese. Al contrario, a menudo genera la reacción contraria y lo aleja cada vez más.
Las culpas y recriminaciones terminan añadiendo más tensión, de manera que probablemente los hijos se alejarán aún más, aunque solo sea para escapar de los reproches de sus padres. De hecho, muchas veces los hijos simplemente se distancian porque no soportan el conflicto, de manera que toman el camino más fácil.
Para enterrar el hacha de guerra y retomar la relación es importante que todos tengan en cuenta que cada generación ve las cosas de manera diferente, por lo que hay que hacer el esfuerzo por ponerse en el lugar del otro.
Los cambios sociales que hemos vivido en los últimos años, por ejemplo, han ahondado la brecha entre lo que se considera un comportamiento de crianza apropiado, de manera que lo que es adecuado para unos padres jóvenes, podría no serlo para los abuelos. Y viceversa.
Las perspectivas sobre lo que se considera abusivo, dañino, negligente o traumático también han cambiado bastante, de manera que lo que una vez se consideraba normal hoy puede verse como demasiado intrusivo o incluso abusivo. Para reparar la relación, a menudo hay que cerrar esas brechas y acercar posturas, lo cual significa que todos tienen que hacer concesiones.
A menudo eso también implica actualizar la imagen del hijo para incluir los cambios que ha experimentado – incluso los que no nos gustan – y comprender que está formando su propia familia, de manera que es probable que la relación no sea como antes.
La clave, en definitiva, consiste en aportar valor a la vida de nuestros hijos y, por supuesto, a la de nuestras nueras o yernos. Para ello, hay que escucharlos y comprender sus necesidades. Intentar adaptarse y dejarles espacio. Aunque eso, por supuesto, no significa ceder en todo o adoptar una actitud sumisa. Hay que exigir el mismo respeto y tolerancia que se brindan.
Fuentes:
Schoppe-Sullivan, S. J., et. Al. (2021) Mothers’ attributions for estrangement from their adult children. Couple and Family Psychology: Research and Practice; 85856-001.
Carr, K. et. Al. (2015) Giving Voice to the Silence of Family Estrangement: Comparing Reasons of Estranged Parents and Adult Children in a Non-matched Sample. Journal of Family Communication; 15: 10.1080.
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