Nos gusta pensar que somos personas racionales y razonables. Lógicas. Objetivas. Esa creencia, sin embargo, puede jugar en nuestra contra. Puede hacernos pensar que tenemos la razón absoluta, una RAZÓN en mayúsculas que se niega a aceptar cualquier argumento y que en realidad tiene más de irrazonable que de razón.
Julia Galef nos advertía: “¿Deseas defender tus propias creencias o deseas ver el mundo lo más claramente posible? Porque a veces no es posible hacer ambas cosas”. Se refería a uno de los sesgos cognitivos más peligrosos que podemos experimentar: el razonamiento motivado.
¿Qué es el razonamiento motivado?
El razonamiento motivado es un sesgo mediante el cual nuestros deseos, creencias, miedos y motivaciones inconscientes moldean la manera en que interpretamos los hechos. Es la tendencia a ajustar la realidad a lo que ya sabemos y rechazar aquellos argumentos o hechos que van en contra de nuestras convicciones, creencias e ideas.
Se trata de una tendencia inconsciente mediante la cual ajustamos la manera en que procesamos la información a las conclusiones que habíamos extraído con anterioridad, para adaptarlas a nuestro sistema de creencias. Como resultado, perdemos la objetividad: asumimos algunos trozos de información como nuestras aliados, defendiéndolos a capa y espada; mientras que percibimos aquellos que no coinciden con nuestra visión como un enemigo a derribar.
La trampa del razonamiento motivado y la pereza intelectual
En la década de 1950, psicólogos de la Universidad de Princeton pidieron a un grupo de estudiantes de dos universidades que vieran una grabación en la que se apreciaba un conjunto de controvertidas decisiones de arbitraje durante un partido de fútbol entre los equipos de sus respectivas escuelas.
Tras el visionado, los estudiantes tenían más probabilidades de percibir las decisiones de los árbitros como correctas cuando favorecían al equipo de su universidad, pero cuando beneficiaban a su rival tendían a catalogarlas como incorrectas. Los investigadores concluyeron que el interés emocional de los estudiantes y su sentido de pertenencia con la universidad moldearon la manera en que analizaron el partido.
Esa visión sesgada se extiende a todas las esferas de nuestra vida. Nuestro juicio está influenciado por la parte que queremos que gane, y eso se aplica a todo aquello que nos toca de cerca. Influye en lo pensamos sobre nuestra salud y las relaciones, determina a quién votar o incluso lo que consideramos justo o no.
Si no creemos en el cambio climático, desvalorizaremos todos los estudios que muestren que el planeta está sufriendo por nuestras acciones. Si bebemos mucho café, desvalorizaremos los estudios que indican que es dañino. Si no creemos en la meditación, rechazaremos los estudios que señalan sus beneficios. Y así sucesivamente… Ad infinitum.
En práctica, procesamos la información de manera que se ajuste a nuestras creencias previas y deseos, para mantener el status quo interior y no vernos obligados a cambiar. Si nos muestran evidencias que van contra nuestras creencias, somos menos minuciosos a la hora de analizarlas e incluso es probable que las desterremos de nuestra mente.
De hecho, quizá en más de una ocasión, mientras razonábamos con una persona, esta ha reconocido que estaba equivocada y ha dado por válidos nuestros argumentos, pero luego vuelve a sostener la misma idea inicial.
El problema es que no somos conscientes de que no estamos siendo racionales, que no valoramos la información con objetividad sino que seleccionamos con pinzas los datos, eliminando todo aquello que no encaja en nuestra visión del mundo. Todo esto nos conduce a un razonamiento circular, a un inmovilismo intelectual donde no hay espacio para el crecimiento.
Nietzsche ya nos había alertado: “tenemos una tendencia enérgica a asemejar lo nuevo a lo antiguo, a simplificar lo complejo, a pasar por alto o eliminar lo totalmente contradictorio […] Una súbita resolución de ignorar, de aislarse voluntariamente, un cerrar sus ventanas, un decir interiormente no a esta o a aquella cosa, un no dejar que nada se nos acerque, una especie de estado de defensa contra muchas cosas de las que cabe tener un saber, un contentarse con la oscuridad, con el horizonte que nos aísla, un decir sí a la ignorancia y un darla por buena”.
¿Por qué estamos convencidos de tener la razón?
- Vínculo emocional. Las emociones son poderosos alicientes que actúan por debajo del nivel de nuestra conciencia dirigiendo nuestro pensamiento. Como resultado, si queremos que algo sea cierto, buscaremos las pruebas que lo afirmen e ignoraremos aquellas que lo refutan.
- Evitar la disonancia cognitiva. Cuando una información nueva contradice nuestro sistema de creencia, se produce una disonancia cognitiva que genera un estado de ansiedad. Muchas veces, para evitar el arduo trabajo intelectual que representa asumir una perspectiva diferente y cambiar nuestros puntos de vista, simplemente nos mantenemos atados a nuestra visión, víctimas de una pereza intelectual.
- Mantener una autoimagen positiva. Nuestras creencias, valores e ideas forman parte de nuestra identidad. Cuando una información nueva los pone en duda, podemos sentir que están atacando nuestro ego. Si tenemos un ego frágil, tendremos la tendencia a encerrarnos en nosotros mismos para “protegernos”. Como resultado, rechazaremos los argumentos contrarios y nos apegaremos aún más a los nuestros.
- Presunción de objetividad. Partimos del hecho de que somos personas racionales y asumimos que también somos objetivos. Asumimos que nuestras ideas son objetivas, por lo que un análisis realizado en la Universidad de Stanford reveló que los llamados a ser más “racionales”, “imparciales” o de “mente abierta” en realidad tienen el efecto contrario generando una resistencia a la nueva información, pensando que nos quieren manipular. Nos ponen a la defensiva y “apagan” nuestra mente racional.
- Validación cultural. Compartimos muchas de nuestras ideas, creencias y valores con otras personas. Esos puntos en común nos hacen pertenecer a determinados grupos que nos proporcionan lazos de afinidad que protegen nuestra identidad ya que terminan validando nuestra visión del mundo. Aceptar ideas contrarias al grupo al que pertenecemos puede generar una sensación de desarraigo que nos hace sentir mal.
¿La solución? Desarrollar la mentalidad del explorador
Cuando pensamos en algo, se ponen en marcha dos sistemas diferentes. El primer sistema es rápido, intuitivo y emocional, por lo que es propenso a sufrir todo tipo de sesgos cognitivos. El segundo sistema se activa posteriormente, siendo más reflexivo, lógico y exacto.
Eso nos permite separar la reacción emocional, y lo que nos gustaría que fuera, de los hechos. Nos permite pensar: “Me gustaría que el cambio climático no fuera cierto, pero quizá sí lo es. Será mejor que analice las evidencias”.
El razonamiento motivado no permite este tipo de análisis. Salta directamente a conclusiones precipitadas, basadas en las emociones, expectativas y creencias. Para evitar este sesgo, Julia Galef propone desarrollar la mentalidad del explorador.
Se trata de una mentalidad curiosa, abierta al cambio y dispuesta a explorar ideas nuevas. Esta mentalidad no se cierra a lo diferente o a lo que contradice sus pensamientos y expectativas, sino que siente interés por ello y lo investiga con mayor profundidad.
Esta mentalidad nos permite ser conscientes de que nuestra autoestima no depende directamente de cuánta razón podamos tener. Eso significa que, para ser más lógicos, objetivos y racionales en realidad no necesitamos ser más lógicos y racionales sino aprender a desligarnos del ego y comprender que, si nos equivocamos, significa que hemos aprendido algo nuevo. Y eso es motivo de celebración.
Recordemos la frase de Confucio: “Ni aprobar a una persona por expresar determinada opinión, ni rechazar una determinada opinión por provenir de determinada persona”. Debemos abrirnos a las ideas. Y valorarlas. Ni siquiera debemos dar por sentado que algunas ideas son más válidas solo porque provienen de nosotros. Así, y solo así, podremos crecer.
Fuentes:
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Cohen, G. L. (2012) Identity, Belief, and Bias. En: Ideology, Psychology, and Law. J. Oxford: Hanson (Ed.).
Ditto, P. H. & Lopez, D. L. (1992) Motivated skepticism: Use of differential decision criteria for preferred and nonpreferred conclusions. Journal of Personality and Social Psychology; 63: 568-584.
Kunda, Z. (1990) The case for motivated reasoning. Psychological Bulletin; 108: 480-198.
Kunda, Z. (1987) Motivated inference: Self-serving generation and evaluation of causal theories. Journal of Personality and Social Psychology; 53: 636-647.
Hastorf, A. H. & Cantril, H. (1954) They saw a game; a case study. The Journal of Abnormal and Social Psychology; 49(1): 129-134.
OscarMaria dice
Excelente, como siempre.