Delicada y dura, romántica y descarnada, “Solo para mí” muestra con qué rapidez esa relación de pareja aparentemente perfecta con la que todas soñamos puede tomar un giro muy oscuro.
La adaptación cinematográfica de la premiada novela “L’Amour et les Forêts” de Eric Reinhardt cabalga las contradicciones de las relaciones románticas siguiendo la trayectoria de una mujer que termina atrapada bajo el yugo de un hombre extremadamente posesivo y controlador.
La película de Valérie Donzelli se desarrolla con una previsibilidad trágica. Imaginas, supones o intuyes lo que va a pasar. No hay golpes de efecto ni giros argumentales que nos descoloquen sino más bien un descenso lento e inexorable a los infiernos. Sabemos que el castillo de naipes de su vida perfecta se va a desmoronar.
Pero ese spoiler no arruina la visión, porque su genialidad consiste en captar los sutiles matices que hacen que sea tan complicado escapar de los vínculos tóxicos una vez establecidos. Es precisamente en ese detenerse en los detalles donde radica el valor de esta película sobre el maltrato psicológico en la pareja. Como resultado, “Solo para mí” termina siendo un cuadro realista – y a veces sofocante – de una relación abusiva en la que cualquiera puede caer.
Cuando el amor ciega y daña
La protagonista, Virginie Efira, parece haber encontrado a su media mitad, un hombre “infinitamente tierno” y atento, de manera que se lanza precipitadamente y sin reservas a vivir su propio cuento de hadas. Sin embargo, poco a poco comienza a desfilar por la pantalla un goteo de señales de alarma.
De las pequeñas imposiciones y recriminaciones aparentemente inocuas, Melvil Poupaud, el coprotagonista, pasa a decidir por los dos para, finalmente, imponer un control económico total a su pareja. El amor degenera en posesión y los gestos románticos transmutan en juegos de manipulación emocional.
Aislándola de su familia, llevándola a una ciudad desconocida y mientras espera un hijo, Poupaud crea el terreno psicológico para poner en marcha un meticuloso plan de abuso mental, emocional y físico. Cuando la víctima no tiene con quién hablar, cuando no puede ver lo que le ocurre a través de los ojos de un tercero, es más fácil que dude de sí misma y caiga en la red del manipulador.
Eso fue precisamente lo que le ocurrió a Efira, una realidad que todavía sigue siendo dolorosamente común para demasiadas mujeres. Y es que el amor nos hace bajar la guardia. No esperamos que la persona que más queremos sea quien más nos dañe. Esa incredulidad inicial, ese pensar “no puede ser” o “me lo estaré inventando” consolida las bases del abuso porque erosiona la confianza de la víctima, dejándola aún más expuesta al maltratador.
Crónica de un maltrato anunciado
Donzelli también ha tenido especial cuidado en retratar el ciclo del abuso, poniendo el foco en la fase de arrepentimiento o luna de miel. Una y otra vez, Poupaud se arrepiente, pide perdón, exagera los gestos románticos, llora si hace falta, busca excusas para explicar su conducta y, por supuesto, promete cambiar.
Sin palabras, Efira logra transmitir esa contradicción emocional que experimentan muchas mujeres maltratadas: el amor y el dolor, el rechazo y la atracción, el rencor y el perdón. Con hijos de por medio y una vida construida juntos esa ambivalencia se amplifica, sobre todo cuando el manipulador culpa y desestabiliza a su víctima poniendo en duda su entrega y cariño.
“No me debes querer mucho si has dejado que me convierta en un monstruo”, le reprocha en cierto punto Poupaud. Y esa fue la gota que colmó el vaso, el momento en el que Efira logra ver su situación desde fuera y comprende que está inmersa en una relación abusiva. Pero ni siquiera así logra encontrar la fuerza necesaria para escapar.
Es difícil reconocer que te has equivocado. Reconocer que realmente no conoces a la persona que has amado y por la que lo has dejado todo. Es difícil reconstruir los lazos sociales rotos después de tantos años de distancia. Y es difícil reconstruir una vida fuera cuando en tu vida interior reina la inseguridad.
La vergüenza y el miedo también juegan en su contra. Así la protagonista pasa por diferentes “modos de supervivencia”, desde el desafío inicial en el que intenta recuperar al menos parte de su libertad hasta el derrumbe psicológico y la rendición pasiva.
No es hasta que su seguridad física corre peligro que Efira comienza a pensar seriamente en ponerle fin a esa relación. Por desgracia, ese cuadro de violencia doméstica es demasiado habitual. Basta pensar que, en el mundo cinco mujeres son asesinadas cada hora por alguien de su propia familia. Y más de la mitad de ellas mueren a mano de sus parejas, según un informe de Naciones Unidas.
Entender las infinitas ataduras del maltrato psicológico
Donzelli explora en esta película sobre el maltrato psicológico y la violencia intrafamiliar el camino de la dominación y el control. Como si de un rompecabezas se tratase, la historia va tomando forma pieza a pieza, dibujando un cuadro cada vez más angustiante.
A diferencia de sus predecesores, se centra en esa ansiedad cotidiana que genera la violencia doméstica y la aniquilación del “yo” que produce la dominación emocional, generando un efecto cada vez más sofocante y desorientador para que podamos entender por qué a las víctimas les resulta tan difícil escapar de esa prisión psicológica.
De hecho, es una película ideal para comprender los signos de alarma antes de que sea demasiado tarde. Es probable que sus escenas y las emociones que transmiten sus protagonistas sean dolorosamente familiares para quien haya vivido o haya sido testigo de una relación abusiva, pero no solo nos deja una lección sobre los horrores del abuso y los factores psicológicos que lo secundan, sino que también es una historia de toma de conciencia y de búsqueda de la libertad física y emocional.
Es una obra pensada para comprender. Y, si bien es cierto que como espectador podemos intuir el sentido de la trama, su capacidad para rastrear un caso de abuso doméstico hasta sus orígenes hace que valga la pena verla porque nos ayuda a ganar empatía, identificar las señales tempranas de la violencia psicológica y tomar conciencia como sociedad de un problema que sigue produciéndose muchas veces oculto bajo un fino velo de vergüenza y culpa, justo delante de nuestros ojos.
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