Una antigua frase en latín reza: “facta non verba” que significa literalmente “hechos, no palabras”. Carl Jung estaba de acuerdo, nos advertía: “eres aquello que haces, no lo que dices que harás”. Y, sin embargo, muchas veces es fácil caer en la trampa de las palabras, los discursos vacíos y las entelequias intelectuales mientras se subestima el enorme poder de las acciones.
De hecho, imbuidos en plena posmodernidad, una era en la que los hechos parecen diluirse en diferentes narrativas y la verdad se relativiza, los actos parecen haber pasado a un segundo plano. Se habla mucho, pero se hace poco.
El antiguo origen de facta non verba
Pocas frases representan de manera tan concentrada el espíritu pragmático de la mentalidad romana. Las palabras “res non verba” se atribuyen a Catón el Viejo, un senador del siglo II a.C., cuyo nombre con el paso del tiempo pasaría a convertirse en un símbolo de virtudes como la frugalidad, el coraje, la determinación y el trabajo, cualidades que los romanos apreciaban y que, según creían, les habían permitido conquistar su imperio.
No obstante, una de las primeras referencias escritas de la frase “acta non verba” se encuentra en la obra «De Re Militari» del escritor romano Vegecio, el título más célebre sobre la táctica y estrategia de Occidente durante varios siglos. Aunque Vegecio no se identificó como militar, se piensa que era una persona cercana al emperador y en sus textos se puede comprobar que valoraba la disciplina y las acciones.
En general, para los ciudadanos romanos, “res non verba” era mucho más que una frase, era un principio que se aplicaba fundamentalmente a la manera de comprender y hacer política, aunque no se limitaba a esta, sino que se extendía a muchas otras facetas de su vida. Recurrían a esta frase para señalar el valor de los actos, más allá de las palabras o las buenas intenciones.
En la antigua Roma, la frase “acta non verba” también se solía utilizar para referirse a ciertos oradores y disertantes que utilizaban palabras grandilocuentes y rimbombantes, a menudo incomprensibles pero que causaban un gran efecto en el público. En esos casos, la frase «acta non verba» se convertía en una especie de advertencia para que pusieran los pies en el suelo, hablaran menos e hicieran más, de manera que no se dedicaran únicamente a predicar sino que pusieran en práctica aquello que decían.
Nuestros actos nos definen
Todos tenemos al menos tres “yos”: lo que somos, lo que creemos que somos y lo que los demás piensan que somos. En ocasiones esos “yos” viven en armonía, pero lo más habitual es que experimenten una gran disonancia, que se convierte en la fuente de muchas de nuestras tensiones, frustraciones e insatisfacciones.
Si decimos que haremos algo pero no lo hacemos, esos “yos” entran en conflicto y generan emociones negativas. Si nos identificamos con un valor, como puede ser el altruismo o la disciplina, pero cuando llega el momento de la verdad no actuamos movidos por ese ideal, experimentaremos una disonancia cognitiva que genera tensión y, de cierta forma, nos empuja a buscar justificaciones para nuestro comportamiento discordante.
Como resultado, la distancia entre nuestros “yos” aumenta y con ello crece la tensión. Por esa razón, las palabras y las buenas intenciones no bastan, somos lo que hacemos. Como dijera un antiguo proverbio, no puedes cruzar el puente hasta que no llegues hasta él.
Las palabras pueden allanarnos el camino y prepararnos para recorrerlo, pero en última instancia, somos cada paso que damos. Somos esas huellas que dejamos, el rastro que van dejando nuestros actos – ya sea ayudando a los demás y luchando por lo que queremos o asumiendo una actitud indolente y demasiado perezosa como para siquiera intentarlo.
Nuestras acciones son las que dan forma a nuestro futuro y lo que influye en los demás. Una reacción a tiempo o la actitud adecuada pueden marcar la diferencia. En resumen, lo que pensamos y sentimos debe estar en sintonía con lo que hacemos. No somos únicamente aquello que decimos, somos fundamentalmente aquello que hacemos. Por eso, quizá deberíamos convertir la frase «facta non verba» en nuestro mantra personal. Hechos, no palabras.
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