“La satisfacción en el amor individual no se puede alcanzar sin verdadera humildad, valentía, fe y disciplina”, escribió Erich Fromm a mitad del 1900, a lo que Zygmunt Bauman hoy añade que “en una cultura donde dichas cualidades son raras, la consecución de la capacidad de amar es un extraño logro”.
En un mundo donde todo es impermanente y cambia a velocidad de vértigo, nuestras relaciones también están cambiando, se han convertido en relaciones líquidas. Así han surgido los amores de usar y tirar, tan efímeros y superficiales que prácticamente mueren antes de nacer dejando a su paso un rastro de desilusión y alguna que otra herida emocional.
El amor consumista en la era de la inmediatez
“Cuando la calidad te decepciona o no es asequible, uno tiende a redimirse en la cantidad”, apuntó Bauman. Ese pensamiento consumista, lo queramos o no, se ha infiltrado en nuestra visión del mundo y del amor. Así terminamos imbuidos en una marea de relaciones tan cortas como superficiales, en la que cada cual encierra una promesa destinada a romperse tan pronto como comiencen a resquebrajarse las condiciones ideales.
“Buscamos amor para encontrar socorro, confianza, seguridad, pero los aciagos y tal vez interminables trabajos del amor gestan a su vez confrontaciones, incertidumbres e inseguridades. En el amor no hay apaños rápidos, soluciones de una vez por todas, seguridad alguna de perpetua y total satisfacción, no hay garantía de que te devuelvan el dinero en el caso de que la satisfacción total no sea instantánea”.
Bauman se refería a que la incertidumbre propia de las relaciones sentimentales entra en conflicto con la satisfacción asegurada e instantánea a la que nos ha acostumbrado la sociedad de consumo.
Sin embargo, “todos esos mecanismos antirriesgo de pago que nuestra sociedad de consumo nos ha acostumbrado a esperar no se dan en el amor. Malcriados por los tenderos, hemos perdido la habilidad requerida para enfrentarnos a los riesgos y atajarlos por nosotros mismos. Así desarrollamos la tendencia a aplanar a golpes nuestras relaciones amorosas al estilo ‘consumista’, el único con el que nos sentimos cómodos y seguros”, añadió.
Cuando esa satisfacción cesa, ya sea por el desgaste natural del objeto/relación, porque nos hemos aburrido o porque hay una nueva versión/persona más estimulante, desechamos el objeto/amor y nos lanzamos a la búsqueda de otro con la esperanza de satisfacer, aunque sea por un tiempo prudencial, nuestras nuevas necesidades.
La idea del amor hasta que la muerte nos separe se ha quedado obsoleta. Ha sido sustituida por “un amor confluente, que solo dura en la medida en que – y ni un instante más – satisfaga a ambos miembros de la pareja. En el caso de las relaciones, uno quiere que el permiso para entrar conlleve un permiso para salir en cuanto uno vea que no hay motivo alguno para quedarse”, en palabras de Bauman.
Las trampas de las relaciones de usar y tirar
Ese cambio en la manera de asumir las relaciones de pareja puede parecer extremadamente liberador. No cabe dudas. Pero al tratar el amor como un objeto nos olvidamos de que el comienzo de una relación siempre demanda el consentimiento mutuo, pero su fin suele ser unidireccional. Eso significa que las relaciones de usar y tirar están condenadas a la ansiedad que genera el miedo a ser abandonados/desechados.
Lo que en un primer momento se percibe como una extrema libertad, un estar juntos sin condiciones ni ataduras, sin compromisos ni promesas, nos conduce a una dolorosa ambivalencia. Buscamos el amor para satisfacer nuestras necesidades de afecto, conexión y validación emocional, pero esas relaciones de usar y tirar en realidad nos alejan de la estabilidad y el vínculo afectivo que necesitamos.
Si pensamos que adquirir compromisos y obligaciones a largo plazo carece de sentido, es contraproducente, insensato o incluso peligroso para nuestra libertad personal, no nos esforzaremos mucho por lograr que la relación funcione. Si la relación viene con una fecha de caducidad, ni siquiera nos esforzaremos por conectar emocionalmente e intentar comprender, de verdad, a la otra persona.
Ello nos llevará a saltar de una relación a otra, cada vez más insatisfechos, gestando la convicción de que el amor no existe o de que no hay nadie allí afuera que valga la pena. Apuntamos el dedo acusatorio hacia afuera, cuando el problema real es que “no sabemos qué hacer para tener las relaciones que deseamos y, lo que todavía es peor, no estamos seguros de qué tipo de relaciones deseamos”.
El amor maduro y comprometido como antídoto al amor consumista
“Amar significa estar decidido a compartir dos biografías, cada una con su diferente carga de experiencia y recuerdos y su propia singladura. Por la misma razón, significa un acuerdo de cara al futuro.
“También significa hacerse dependiente de otra persona dotada de una libertad parecida y con voluntad para mantener dicha elección y, por tanto, de una persona llena de sorpresas e imprevisible”, escribió Bauman.
El amor maduro, a decir de Erich Fromm, es aquel en el que dos personas se comprometen sin perder su individualidad, creando un espacio común que se convierte en algo mayor que ellas y les permite crecer juntos mirando en la misma dirección.
Las relaciones maduras no están exentas de conflictos, pero cada conflicto es una oportunidad para crecer, compenetrarse y fortalecerse. En las relaciones de usar y tirar los conflictos son la excusa para desechar a esa persona y buscar a alguien más. Ese estilo de afrontamiento evitativo no solo nos impide crecer sino que nos condena, una y otra vez, a cometer los mismos errores.
Debemos comprender que la ansiedad que generan las relaciones consumistas por la inminente separación que siempre se vislumbra en el horizonte se exorciza gracias al compromiso, la dedicación y la voluntad de ambas partes de esforzarse por resolver los problemas y conflictos que surjan.
El amor maduro no garantiza que la relación sobreviva, pero es una garantía de compromiso mutuo. Y eso suele bastar.
Fuente:
Bauman, Z. (2004) Identidad. Buenos Aires: Losada.
Deja una respuesta