“Es imposible que el pasado nos angustie. El pasado se encuentra congelado. Todas nuestras angustias se encuentran en el presente”, escribió el filósofo Igor Sibaldi, cambiando así el foco de atención del pasado al presente, de lo inamovible a aquello que podemos cambiar.
No cabe duda de que el pasado puede convertirse en un fardo pesado que nos impide avanzar o nos mantiene paralizados en un punto de nuestro camino marcado por sentimientos como la culpa, la tristeza y/o el resentimiento. No podemos volver al pasado para cambiarlo. Lo hecho, hecho está. Sin embargo, lo que realmente nos molesta y ata – aunque a menudo nos cuesta reconocerlo – no es el pasado en sí, sino lo que ese pasado dice de nosotros, es lo que ese pasado trae al presente.
Nuestro cerebro se “ancla” al pasado
El único pasado que nos ata es aquel que no logramos aceptar. Un estudio realizado en la Universidad de Harvard comprobó que cuando vivimos una situación muy estresante, esas vivencias se quedan grabadas en el cerebro.
Estos neurocientíficos pidieron a personas que habían sufrido un trauma psicológico, que escucharan una descripción de lo que les había sucedido y, mientras tanto, escaneaban sus cerebros. Descubrieron que cuando las personas revivían el pasado, algunas partes de su cerebro se activaban, especialmente la amígdala, el núcleo del miedo, y el córtex visual. No obstante, también comprobaron que el área de Broca, la zona responsable del lenguaje, se desactivaba.
Esto significa que cuando vivimos una situación muy intensa desde el punto de vista emocional y miramos al pasado, la revivimos como si fuera real, volvemos a experimentar las mismas emociones con idéntica intensidad, porque no hemos podido aceptarla y convertirla en una experiencia narrativa.
Convertir el pasado en una experiencia narrativa significa que le hemos conferido un sentido y lo hemos incorporado en nuestra historia de vida. Eso nos permite seguir adelante. No obstante, muchas veces nos quedamos atrapados en ese pasado porque no logramos integrar en nuestro “yo” lo que esa experiencia dice de nosotros.
Cuando no queremos aceptar partes de nosotros
La disonancia cognitiva implica un conflicto en nuestro sistema de ideas y creencias, una incompatibilidad entre dos cogniciones simultáneas. Se trata de una incoherencia interna entre la imagen que tenemos de nosotros y la nueva imagen que una experiencia ha sacado a colación.
Cuando una situación del pasado implica un cambio en la manera en que nos vemos a nosotros mismos, es más difícil de aceptar. Si hemos infringido nuestras propias normas, valores y creencias, nos resulta muy difícil asumir la escisión que se ha generado en el “yo” ideal que habíamos construido.
Ya en 1980, Weinstein, un psicólogo de la Universidad de Nueva Jersey, había descubierto que solemos mirarnos bajo una luz muy positiva, tan positiva que rompe con las probabilidades hasta el punto de hacer que alberguemos expectativas poco realistas sobre nosotros mismos.
En sus estudios apreció, por ejemplo, que las personas creían que tenían menos probabilidades de desarrollar una adicción que los demás y, a la vez, que tenían más posibilidades de llegar a la vejez con buena salud en comparación con el restod e sus coetáneos.
Eso significa que podemos vernos bajo una luz excesivamente optimista, la cual nos impide aceptar nuestras sombras. Quizá ese pasado nos obliga a aceptar que no somos tan sinceros, empáticos, altruistas y/o fuertes como pensábamos.
Cuando una situación saca a relucir esas sombras, nos resulta difícil aceptarlas porque ello conlleva un cambio en la imagen del “yo”, lo cual significa replantearnos quiénes somos en realidad y comprender que no somos tan perfectos o buenos como creíamos.
Aceptar nuestras sombras no es sencillo, pero es la única manera de conocernos realmente. Es un viaje interior que todos debemos emprender y que nos permitirá liberarnos del peso de nuestro pasado, aceptando nuestros errores, debilidades e incongruencias.
Fuentes:
Rauch, S. L. et. Al. (1996) A symptom provocation study of posttraumatic stress disorder using positron emission tomography and script-driven imagery. Arch Gen Psychiatry; 53(5): 380-387.
Weinstein, N. D. (1987) Unrealistic optimism about susceptibility to health problems: Conclusions from a community-wide sample. Journal of Behavioral Medicine; 10: 481-500.
Weinstein, N. D. (1980) Unrealistic optimism about future life events. Journal of Personality and Social Psychology; 39: 806-820.
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