En los últimos años, fundamentalmente a raíz de la popularización de la Psicología Positiva, muchos gurús del Crecimiento Personal nos animan a no desistir nunca, a no cejar en el empeño, a no abandonar el camino que nos hemos trazado. Sin embargo, en el plano de los negocios, los buenos emprendedores saben perfectamente que detectar el momento de abandonar es tan importante como saber apreciar las oportunidades, de lo contrario, solo perderán tiempo, dinero y esfuerzo.
En la vida cotidiana también es importante saber cuándo abandonar porque la perseverancia y la obstinación están divididas por una línea muy sutil que no siempre sabemos distinguir con precisión, sobre todo cuando están las emociones de por medio. Hay algunas situaciones en las cuales abandonar es la alternativa más inteligente. Puede ser que te hayas planteado una meta que ahora es inviable porque han cambiado las circunstancias a tu alrededor, o que te hayas equivocado al elegir el objetivo o que este ya no te resulte tan interesante como antes. Las causas son muchas pero el factor común es el mismo: te hace más daño persistir que desistir.
¿De dónde surge la resistencia a desistir?
No damos lo mejor de nosotros si no considerásemos que nuestra meta o relación es valiosa. Esto significa que somos nosotros mismos quienes nos ponemos el bastón en la rueda, quienes nos engañamos o nos negamos a ver la realidad. De hecho, el problema es que a veces le damos un valor exagerado a las cosas, creemos que algo es más apetecible o que no podremos vivir sin ello, cuando en realidad no es así. Este se convierte en el principal obstáculo que nos lleva a empecinarnos en la realización de un proyecto o en una relación que no tiene futuro y que solo consume inútilmente nuestras fuerzas.
Es probable que al inicio hubiésemos estado plenamente convencidos de que nuestro propósito era válido pero a medida que avanzamos en el camino, descubrimos que nos embarga una sensación de vacío o quizás nos vemos envueltos por un huracán de emociones y conflictos que nos desgastan. En ese momento, podemos recurrir a la racionalización para explicar lo que nos sucede pensando que son obstáculos en el camino y que tenemos que persistir pero cuando la sensación de incomodidad no nos abandona, ha llegado el momento de detenerse y replantearse algunas cosas.
Tomar esta decisión no es fácil porque estamos vinculados emocionalmente con esos proyectos o relaciones que en su momento fueron significativos para nosotros y también porque desistir implica, de alguna que otra manera, enfrentar cierto grado de incertidumbre. De hecho, otra de las causas que nos impiden abandonar un proyecto o relación es el miedo a aceptar que nos equivocamos o la reticencia a cambiar nuestros planes por el temor a lo desconocido. Sin embargo, en algunos casos, es la decisión más inteligente.
Las señales que te indican que deberías abandonar
– Tienes continuas dudas sobre el proyecto o la relación, preguntas para las cuales no encuentras respuestas satisfactorias.
– En vez de experimentar satisfacción, la sensación de angustia se hace cada vez más intensa.
– Al avanzar en el camino, no experimentas la felicidad que esperabas sino que sientes un gran vacío.
– Comienzas a funcionar de manera mecánica, por el poder de los hábitos, pero no encuentras satisfacción en lo que haces porque esas actividades ya no te llenan como antes.
– Cuando al hacer un balance de cuentas, te percatas de que la fuerza, el tiempo y los recursos que estás empleando en lograr esa meta sobrepasan con creces los beneficios y satisfacciones que obtienes.
– Cuando tu salud mental o física se comienza a resentir.
Como punto final, recuerda siempre las palabras de Henry Ward Beecher: «La diferencia entre perseverancia y obstinación es que una viene de una fuerte voluntad, y el otro de un fuerte no«.
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