La satisfacción vital es un juicio que hacemos sobre nuestra vida. Anclados en el presente, miramos al pasado para valorar si nuestras condiciones de vida actuales y las metas que hemos logrado se corresponden con nuestras aspiraciones y sueños.
Nuestro nivel de satisfacción vital es un factor esencial para el bienestar subjetivo. O sea, cuanto más satisfechos nos sintamos con nuestra vida, mayor será nuestro bienestar. Sin embargo, la satisfacción vital no solo es gratificante y contribuye a nuestro bienestar emocional, sino que también se ha relacionado con un rendimiento cognitivo mayor en los jóvenes y una salud mejor en la vejez.
Obviamente, la satisfacción vital depende de una infinidad de factores. Hace poco, psicólogos de la Universidad de Mannheim descubrieron que una de las variables más importante es la sensación de conexión y ser uno con el todo.
Ser uno con el todo impulsa la satisfacción vital
Los investigadores realizaron dos encuestas en las que participaron casi 75.000 personas. En una de ellas incluyeron una serie de afirmaciones especialmente pensadas para evaluar la creencia en la unidad, por ejemplo: “Creo que todo en el mundo se basa en un principio común” o “Todos somos interdependientes”.
También incluyeron afirmaciones para medir aspectos relacionados con la unidad, como la conexión social, el vínculo con la naturaleza y la empatía, así como la satisfacción con la vida. Hallaron una correlación significativa entre la sensación de unidad y la satisfacción vital.
Las personas que se sentían más conectadas con el mundo, los demás o una divinidad y estaban firmemente convenidas de que formaban parte de ello, se sentían mucho más satisfechas con su vida, con las cosas que habían logrado y con sus condiciones actuales.
La sensación de unidad no es privativa de las religiones
En una segunda encuesta, los investigadores exploraron si esa sensación de unidad se originaba fundamentalmente en la religión. De hecho, existen diferentes religiones que transmiten esa idea de unidad, así como sistemas filosóficos y experiencias trascendentales, como la meditación o el yoga, que permiten conectar con el universo y sentirse en armonía.
Sin embargo, tras analizar a personas que profesaban diferentes creencias religiosas, así como a ateos, estos psicólogos descubrieron que todos los participantes podían experimentar esa sensación de conexión y unidad, independientemente de su orientación religiosa, si bien esta aportaba diferentes matices a la experiencia, como es lógico.
¿Cómo ser uno con el universo?
No existe separación entre personas, animales, objetos, planetas o galaxias, todos somos una misma y única cosa. Esa es la base de la sensación de unidad. Sin embargo, comprender ese mensaje a nivel cognitivo, sin llegar a interiorizarlo, no servirá de mucho pues seguiremos sintiéndonos individuos separados y solos.
“A pesar de todas las teorías, en tanto que estemos interiormente divididos, sentiremos que estamos aislados de la vida”, advirtió Alan Watts. Por tanto, necesitamos experimentar la sensación de unidad a nivel vivencial.
De hecho, es importante comprender una distinción terminológica importante: no es lo mismo formar parte del todo que ser uno con el todo. Cuando creemos que formamos parte del todo, simplemente asumimos que somos una pieza más, un engranaje más en la maquinaria universal. Esa sensación nos convierte en átomos aislados y puede empequeñecernos. En cambio, ser uno con el universo borra cualquier distinción y nos permite crecer porque ampliamos enormemente nuestros límites.
Para lograrlo, debemos aceptar que todo cuanto nos rodea tiene su contrapartida en nuestro interior. Edwin Arnold nos da una pista: “renunciando a uno mismo, el universo se convierte en mí”. Debemos dejar de sentirnos aislados de todo lo que nos rodea para comprender que no existe un “yo” separado de lo que percibimos, conocemos o sentimos. Se trata de dejar de sentirnos superiores, establecer distancias o marcar límites divisorios entre “yo” y “ustedes” o entre el “yo” y el “mundo”.
Por supuesto, esa sensación de conexión universal no es un estado mental nebuloso en el que se pierde toda distinción e individualidad, sino que implica la coexistencia de estados aparentemente antagónicos – como unidad y multiplicidad, identidad y diferencia – los cuales en realidad no se excluyen, sino que se manifiestan al unísono de diferentes maneras.
Cada día de nuestra vida, somos nosotros mismos, como entidad única e independiente, pero al mismo tiempo formamos parte de nuestra familia, el grupo de amigos, la sociedad, el país donde vivimos, la naturaleza y el universo. Todo ocurre a la vez. La diferenciación solo existe en nuestra mente, en la atención que le prestemos a uno u otro aspecto. Por eso, en determinados momentos podemos sentirnos más entes aislados mientras que cuando estamos en un grupo esa individualidad se desvanece.
Para experimentar esa sensación de unidad y conexión con el todo, para realmente ser uno con el universo, debemos ser conscientes de que, para conocer la realidad, no podemos colocarnos fuera de ella diseccionándola y catalogándola como si fuéramos observadores externos, sino que necesitamos penetrar en ella, ser ella y sentirla.
Si queremos lograrlo, el camino más directo y práctico consiste en aprender a fluir: vivir cada momento en su totalidad, estando plenamente presente aquí y ahora, de manera que se borren las barreras entre el “yo” y el “mundo”. Así podremos sentirnos más satisfechos con la vida, simplemente porque estamos viviendo – de verdad.
Fuente:
Edinger-Schons, L. M. (2020) Oneness beliefs and their effect on life satisfaction. Psychology of Religion and Spirituality; 12(4): 428–439.
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