Uno de los pasatiempos humanos más destructivos es la culpabilidad. A lo largo del tiempo ha sido la causa de guerras, actos deleznables y, por supuesto, de muchísimas frustraciones humanas. El juego de la culpabilidad es muy sencillo y tiene una única regla: culpar a los otros de cualquier evento indeseable.
En la base de esta forma de comprender el mundo se esconden tres creencias bastante irracionales:
1. Si algo ha ido o puede ir mal, se debe identificar a alguien (que no sea yo) para que cargue con la responsabilidad.
2. La persona que ha causado el problema no se merece nuestro respeto (incluso si nosotros mismos le hemos imputado los cargos). Por ende, se puede ignorar o incluso, en casos extremos, llegar a la violencia verbal o física.
3. Yo no aceptaré ninguna cuota de responsabilidad por la situación. Jamás admitiré ninguna culpa y no merezco ningún tipo de trato denigrante por parte de los demás.
Vistas desde esta perspectiva, no es difícil darse cuenta de que estas creencias son completamente falsas pero si ponemos un ejemplo, veremos cómo gobiernan nuestras ideas y formas de comprender la realidad que nos rodea.
En la actualidad, debido a la crisis económica que está atravesando Europa, cada vez más personas se quedan sin trabajo y ven cómo sus derechos sociales se reducen. Si aplicamos las tres creencias anteriores, lo más lógico sería buscar a un culpable. Algunos culpan a los bancos, otros a los extranjeros y un tercer grupo pone la responsabilidad en los políticos. Una vez más, vemos que cualquier chivo expiatorio es válido con tal de no asumir nuestras propias cuotas de responsabilidad.
Y lo peor de todo, es que en algunos países ya se aplica la violencia física contra los “chivos expiatorios” (casi siempre sobre los extranjeros porque por el momento los banqueros y políticos son intocables), simplemente porque pensamos que no tienen derecho puesto que son los causantes de nuestra situación.
Obviamente, no estoy diciendo que estas figuras no tengan sus cuotas de responsabilidad en la crisis económica (porque todos la tenemos) sino que un pensamiento de este tipo, solo fomenta el odio, no nos convierte en mejores personas y, sobre todo, no resuelve de una vez y por todas los problemas reales, simplemente porque no vamos a las raíces de los mismos.
Este juego de culpabilidad también se aplica en las relaciones de pareja, sobre todo cuando hay una infidelidad por medio. Es obvio que quien cometió la infidelidad tiene una cuota de responsabilidad más alta pero eso no exime al “traicionado” de su propia dosis de responsabilidad en el quiebre de la relación.
¿Cómo cambiar el estado de las cosas?
En primer lugar, debemos concientizar que las tres creencias mencionadas anteriormente son del todo inciertas. Por ejemplo, no siempre hay a quien culpar cuando sucede un evento negativo, o al menos no existe una persona física o un grupo social determinado. Como ya he dicho, a veces la responsabilidad se diluye entre todos por lo que no siempre es constructivo buscar un chivo expiatorio, incluso si esto nos hace sentir bien. Debemos tener en cuenta que las personas nos sentimos cómodas cuando existe una imagen a quien responsabilizar pero esto no significa que sea la manera más inteligente de actuar o comprender el mundo.
La segunda creencia se refiere a nuestra tendencia a desestimar las necesidades y derechos del culpabilizado. Sin embargo, a veces las personas hacen cosas malas con buenas intenciones. No debemos equiparar un comportamiento erróneo con una persona “mala”. Por ejemplo, el hecho de que alguien saque malas notas en matemática no significa que sea “tonto” sino tan solo que no tiene habilidades en esta materia pero puede ser brillante en otros campos.
La tercera creencia es probablemente la más difícil de erradicar ya que se trata de aceptar nuestra cuota de responsabilidad en un evento negativo. Algo que nos hará sentir incómodos y que, por naturaleza, tendemos a rechazar. Sin embargo, la próxima vez que intentes culpar a otro, detente un segundo y pregúntate cuál es tu propia cuota de responsabilidad. No se trata de un acto masoquista sino de una forma de pensamiento madura donde aceptamos nuestros errores y trabajamos para no repetirlos.
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