
A lo largo de la vida experimentamos diferentes emociones y sentimientos pero hay uno que nos marca profundamente: el sufrimiento. Podemos sufrir por una herida física que provoca dolor pero también podemos sentirnos mal a raíz de una decepción, un desengaño, una pérdida… No importa la edad, algunos problemas suelen aparecer sin previo aviso y nos golpean con toda su fuerza.
Lo cierto es que nadie es inmune al sufrimiento pero es vital que sepamos afrontarlo y gestionarlo porque de lo contrario, puede convertirse en un estado que nos acompañe por doquier, se hace crónico y nos envuelve en una cáscara de dolor que nos impide disfrutar del mundo. De hecho, cada vez hay más psicólogos convencidos de que el sufrimiento también puede llegar a ser adictivo, se trata de esas personas cuyo primer pensamiento apenas se levantan es doloroso y esa sensación las acompaña a lo largo de todo el día.
Dejar de sufrir está en nuestras manos
¿Es posible evitar el sufrimiento? ¡No! A veces el sufrimiento forma parte de un proceso que debemos atravesar para salir fortalecidos, como es el caso del duelo por la pérdida de un ser querido. El sufrimiento también nos hace más fuertes y nos ayuda a aceptar la nueva realidad.
Obviamente, el sufrimiento tampoco se apaga oprimiendo un interruptor que nos devuelva la serenidad y el equilibrio emocional pero eso no significa que debemos abandonarnos a su tela de araña. El sufrimiento no siempre se puede evitar pero se puede manejar de una manera más constructiva y podemos controlar sus consecuencias.
Debes tener en cuenta que cuando la vida nos golpea con decepciones, tragedias y desencanto, es normal que nos sintamos sacudidos por el impacto de estas situaciones y sentiremos dolor durante algún tiempo. Sin embargo, solo durante un periodo limitado en el cual debemos bucear dentro de nosotros mismos.
De hecho, el sufrimiento está compuesto por varias capas, como si fuese una cebolla, y al ir arrancando cada capa, saltan las lágrimas. Es algo natural, son las fases que debemos superar: negación, abatimiento, ira, culpa, autocrítica, resignación, racionalización…
Sin embargo, para dejar de sufrir es necesario que exista una voluntad de superación. De saber que hoy estamos mal pero que estamos dando un paso hacia un mañana que será mejor. Cuando asumimos el sufrimiento como parte de un aprendizaje emocional, le quitamos gran parte de su maléfico poder sobre nosotros.
La trampa de la negación
Un aspecto importantísimo que debes tener presente es que para «estar bien” no puedes caer en la negación. Si has fracasado admite tu error, si tu relación de pareja no va bien, reconócelo y evita un sufrimiento innecesario. No niegues lo que ha sucedido porque eso solo servirá para atrasar la sanación emocional.
Todos tenemos dentro diferentes “personas”. Por ejemplo, por un lado se encuentra la persona que observa y, por otro lado, la que experimenta. Identifica estas partes que conviven en tu interior porque el observador es la clave para la curación ya que te ayudará a comprender qué ocurre (no solo a tu alrededor sino también en tu interior).
Por tanto, obsérvate, deja que las emociones fluyan y pregúntate qué puedes hacer para sentirte mejor, para dejar de sufrir. La respuesta está en ti. Esfuérzate cada día por dejar atrás el sufrimiento inútil, no metas el dedo en la llaga impidiendo que esta se cure. Acepta el sufrimiento, vívelo y, después, supéralo.
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