
En una época obsesionada con el control y las certezas, la idea del Premio Nobel de la Paz Dag Hammarskjöld resuena con una fuerza casi inquietante: “cuando todos actuamos de forma segura, creamos un mundo de máxima inseguridad”.
Muchas personas se preguntan cómo superar la inseguridad. Pero esa búsqueda encierra una paradoja: cuanta más seguridad busquemos, más se nos escapará. Como el agua se escurre entre los dedos cuando cerramos demasiado las manos, en realidad la inseguridad no se supera, se gestiona.
Una paradoja psicológica: la zona de confort como prisión
Desde una perspectiva meramente psicológica, la búsqueda de seguridad es una necesidad básica. Intentamos protegernos del peligro, minimizar los riesgos y evitar la incertidumbre. Así nos mantenemos a salvo.
Además, ¿a quién no le gustaría acallar por completo esa voz interior que nos dice que podríamos fallar, que no somos suficiente o que no merecemos lo que tenemos? ¿Quién no querría sentirse completamente seguro de sí mismo?
Sin embargo, a menudo exageramos en la búsqueda de esa seguridad y construimos zonas de confort demasiado limitadas, espacios donde todo parece estar controlado. No obstante, cuando nos mantenemos demasiado tiempo dentro de esos espacios predecibles, terminamos alimentando la inseguridad ya que cada vez somos menos capaces de lidiar con lo imprevisto.
La obsesión por evitar la incertidumbre, en una búsqueda permanente de la seguridad, fomenta una mentalidad fija. En este estado, el miedo al cambio paraliza nuestra capacidad para aprender y evolucionar. Así, la seguridad acaba convirtiéndose en una trampa: ese lugar aparentemente estable en realidad es frágil, de manera que cualquier perturbación puede desencadenar el caos.
La inseguridad, una compañera molesta pero humana
Desde pequeños, nos han enseñado que el objetivo es mostrarnos fuertes y seguros en todo momento. Pero esta meta no solo es poco realista, sino que en ocasiones también es contraproducente. Cuando intentas bloquear tus inseguridades o ignorarlas, estas tienden a amplificarse. Es como un niño que grita más fuerte porque nadie le presta atención. Además, esa lucha interna entre lo que sientes y lo que proyectas puede agotar tu energía emocional, dejándote menos recursos para lidiar con los verdaderos desafíos.
Lo cierto es que la inseguridad forma parte de la experiencia humana. Si algo nos define, más allá de nuestra capacidad de razonar, es la fragilidad. En un mundo lleno de incertidumbre, la inseguridad se presenta como un eco constante de nuestra condición finita. Es el recordatorio de que eres consciente de tus limitaciones y de que el mundo cambia constantemente planteándote nuevos desafíos.
De hecho, sentirnos inseguros en ciertos contextos incluso puede ser una señal de que estamos creciendo o enfrentándonos a retos importantes. El problema no es la inseguridad en sí misma, sino cómo reaccionamos cuando aparece en nuestra vida.
El arte de gestionar la inseguridad
La inseguridad no se supera porque realmente no hay un terreno firme al cual aspirar. Lo que hay es un constante devenir, y en ese devenir, la posibilidad de reinventarnos. Para Martin Heidegger, por ejemplo, la angustia vinculada a la inseguridad podía convertirse en un motor impulsor para encontrar significado a la existencia.
Lo cierto es que la vida está llena de preguntas sin respuestas, contradicciones y problemas, pero muchas veces es precisamente en ese caos donde nace nuestro potencial creativo. La inseguridad interior no es un enemigo a eliminar sino un estado que debemos integrar.
Para gestionar la inseguridad debemos dar tres pasos clave: reconocerla, comprenderla y actuar a pesar de ella.

- Reconócela, sin juicios. Cuando sientas la punzada de la inseguridad, no te castigues por ello. No la ignores, pero tampoco te obsesiones. Simplemente nota lo que está pasando. Puedes decirte: “me siento inseguro por la presentación del proyecto de mañana porque no quiero cometer errores”. Poner en palabras lo que sientes suele restarle poder a la emoción que se encuentra en la base.
- Investiga su origen. Pregúntate de dónde proviene esa inseguridad. A veces puede estar relacionada con experiencias pasadas, expectativas externas que pesan mucho sobre ti o incluso creencias que has asumido sin cuestionarlas. Identificar su origen te permitirá comprenderla mejor para que comiences a relacionarte con tus inseguridades de manera más madura y constructiva.
- Actúa a pesar de ella. La inseguridad no tiene que paralizarte. No tienes que tener toda la información para tomar una decisión. No tienes que estar 100% seguro para actuar. En realidad, la vida es una gestión de riesgos. La incertidumbre siempre existirá, por lo que nunca podrás eliminar el margen de error. En su lugar, piensa en los pequeños pasos que puedes dar para avanzar, aunque no te sientas completamente preparado. La acción genera confianza.
Obviamente, aprender a gestionar la inseguridad es un proceso. Habrá días en los que te sentirás imparable y otros en los que la incertidumbre parecerá más atemorizante. Ambas sensaciones son perfectamente normales. De hecho, no eres el único, todos lidiamos con un mundo en constante cambio donde nada está escrito sobre la piedra. Lo que marca la diferencia es cómo enfrentas esa inseguridad ya que no se trata de eliminarla por completo, sino de aprender a convivir con ella de manera saludable y constructiva.
Si somos capaces de sostener la paradoja de sentirnos vulnerables mientras avanzamos, descubriremos que aceptar nuestras limitaciones y aprender a fluir con un mundo siempre cambiante es una fuente de fuerza. Por tanto, la próxima vez que sientas esa punzada de inseguridad, no trates de ahogarla. Obsérvala, escúchala y deja que te guíe.
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