
La venganza es uno de los impulsos más humanos y, paradójicamente, también uno de los más autodestructivos. Desde la severidad del Código de Hammurabi que data de 1754 a. C. hasta el «impondrás como castigo, vida por vida, ojo por ojo, diente por diente…» de la Biblia, los antiguos especificaban cómo debía ejecutarse el impulso de venganza estableciendo lo que se conoce como «principio de proporcionalidad».
Y es que cuando alguien nos lastima, el deseo de venganza no versa tanto sobre el daño en sí mismo, como en la necesidad de restablecer el equilibrio y la justicia que sentimos que nos han arrebatado. Sin embargo, los estudios psicológicos han confirmado que las formas tradicionales de venganza y los sentimientos que la acompañan (el contraataque, la humillación o el resentimiento) rara vez traen paz interior. Hay un camino mejor.
¿Por qué la venganza tradicional no funciona?
El cerebro humano está programado para buscar justicia. Estudios de neurociencia social muestran que cuando percibimos una ofensa, la amígdala – el centro emocional del cerebro – se activa, generando ira y un deseo casi automático de «devolver el golpe». De hecho, neurocientíficos de la Universidad de Ginebra comprobaron que cuanto mayor es la activación neuronal, mayor es el impulso interno de castigo.
Como resultado, las personas que buscan venganza suelen presentar una agitación sistémica, lo que se traduce en una rumiación constante, un estado de hiperactivación e irritabilidad, insomnio y dificultades para concentrarse. Ya nos había advertido Confucio: “antes de embarcarte en un viaje de venganza, cava dos tumbas”.
Sin embargo, esta reacción, aunque natural, tiene tres problemas fundamentales:
- Mantiene el ciclo de dolor. La venganza directa puede proporcionar una satisfacción momentánea, pero rara vez cierra heridas. En lugar de liberar, suele generar más rumiación y generalmente conduce a una escalada de conflicto.
- Te ancla al pasado. Cada vez que reflexionas sobre los agravios, amplificas su importancia y agravas lo que desencadenó la ira. Eso te lleva a revivir el daño original, dándole más poder sobre tu presente, de manera que te atas a lo ocurrido. Como dijera Francis Bacon, “quien estudia la venganza mantiene abiertas heridas que de otra forma sanarían bien”.
- Te convierte en lo que criticas. Buscar venganza – que no es lo mismo que justicia – te acerca a quien te dañó. Como decía Nietzsche, “quien lucha con monstruos debe cuidar de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”.
La venganza inteligente: prosperar como respuesta
La forma más efectiva de “vengarse” no es hundir al otro, sino elevarse por encima del daño recibido. Eso no significa justificar lo que hizo, perdonar o fingir que no pasó nada, sino usar esa energía emocional como combustible para lograr una transformación. Podríamos calificarlo como una “venganza constructiva”. ¿Cómo lograrlo?
Reemplaza la obsesión con la venganza con una meta de crecimiento
El rencor consume una gran cantidad de recursos mentales que podrías dedicar a perseguir tus sueños. Un estudio de la Universidad de Texas comprobó que las personas que canalizan su ira e indignación hacia objetivos personales (como mejorar su carrera, salud o relaciones) no solo superan antes ese resentimiento, sino que experimentan una sensación de justicia más profunda: la de haber convertido una derrota en un triunfo.
Asumir esa actitud implica, de cierta forma, dejar de prestar atención a la persona que nos hizo daño, algo que también es positivo. De hecho, la venganza es tan dolorosa porque la mentalidad del ojo por ojo mira hacia atrás y se enfoca en el insulto original. Pero si dedicas esa energía a perseguir tus objetivos, estarás obligado a mirar hacia adelante.
Dar ese paso suele ser profundamente liberador, sobre todo porque impulsa el crecimiento y desata los nudos que te mantenían cautivo del agravio o el daño pasado. Lograr esas metas, a pesar de lo ocurrido, también te devolverá la autoconfianza y reparará la sensación de vulnerabilidad o indefensión.
Convierte la injusticia en legado
Algunas de las mayores contribuciones al arte, la ciencia o la justicia social nacieron de experiencias muy dolorosas. Cuando Viktor Frankl fue deportado a los campos de concentración nazis en 1942, perdió todo: su familia, su libertad e incluso el manuscrito de su primer libro, que había cosido en el forro de su abrigo.
En ese lugar diseñado para destruir no solo los cuerpos, sino también las almas, descubrió una verdad que cambiaría la Psicología: incluso en las condiciones más deleznables y terribles, el ser humano puede elegir su actitud. Mientras otros prisioneros se hundían en la desesperación, Frankl observó que quienes encontraban un “por qué” – un motivo para seguir adelante, por pequeño que fuera – tenían más probabilidades de sobrevivir.
Auschwitz y Dachau no solo no lo quebraron, sino que le dieron la materia prima de su teoría: la logoterapia. Frankl no se vengó de sus verdugos, los trascendió. Tras su liberación en 1945, dedicó su vida a demostrar que incluso el sufrimiento puede transformarse en significado si somos capaces de reencuadrarlo.
Propuso que la fuerza más motivadora del hombre es la búsqueda de sentido y ayudó a muchísimas personas a encontrarlo tras pasar por experiencias traumáticas. Su enfoque influyó en la psicología humanista, la resiliencia moderna y hasta en tratamientos para depresión y el trastorno de estrés postraumático. En una ocasión, cuando un estudiante le preguntó si debería perdonar a los nazis, respondió: «No hablo de perdón. Hablo de responsabilidad: la de elegir qué hacemos con nuestro dolor».
Así cerró el círculo: lo que intentó destruirlo terminó cimentando su obra. Su mayor venganza fue convertir el vacío y horror del campo de concentración en un faro para ayudar a millones de personas a atravesar sus crisis. Usar tu historia como motor para crear algo valioso (ya sea un proyecto o ayudar a otros en una situación similar) es una forma de «venganza constructiva».
Cuando eliges prosperar en lugar de vengarte, ocurren dos cambios profundos:
- A nivel interno, recuperas el control narrativo. Ya no eres la víctima, sino el protagonista de tu propia evolución. Dejas de estar a merced de lo que te ha ocurrido y decides seguir adelante.
- A nivel externo, el mensaje implícito también es claro: «no me destruiste, me hiciste más fuerte». Esto, curiosamente, suele ser lo que más desconcierta y en algunos casos hasta remuerde a quien intentó dañarte.
La mejor manera de vengarse no es dañar al otro, sino demostrarte a ti mismo que ese daño no te definió. Como escribiera el filósofo estoico Marco Aurelio: “la mejor venganza es no ser como tu enemigo”. Al final, el mayor triunfo no es que quien te lastimó sufra, sino que hayas logrado pasar página y seguir creciendo a pesar de ese dolor y sufrimiento.
Referencias Bibliográficas:
Lench, H. et. Al. (2024) Anger Has Benefits for Attaining Goals. Journal of Personality and Social Psychology: Attitudes and Social Cognition; 126(4): 587-602.
Klimecki, O.M.: Sander, D. & Vuilleumier, P. (2018) Distinct Brain Areas involved in Anger versus Punishment during Social Interactions. Sci Rep; 8: 10556.
da Cunha-Bang, S. et. Al. (2017) Violent offenders respond to provocations with high amygdala and striatal reactivity. Soc Cogn Affect Neurosci; 12(5): 802-810.
angel mora dice
tenia deseos de venganza de todos los que me hirieron de mi novia, de algunos de mis supuestos amigos y de otros, pero he pensado y reflexionado que no vale la pena amargarse la vida y seguir adelante cambiar la pagina de verdad gracias
Jennifer Delgado dice
Hola Ángel,
Cuando alimentas el deseo de venganza, le das poder a quien te hizo daño y te mantienes atado a eso. Generalmente es mejor soltar. Viajas más ligero y, sobre todo, maduras porque ganas en estabilidad emocional.
Me alegra que lo hayas entendido 😉