
Un hecho mediático que parece haber conmocionado a una buena parte del mundo y sobre el cual aún no se ha dejado de hablar en la televisión, la radio y la prensa escrita: la muerte de Michael Jackson. Se disparan las ventas de sus productos, no importa cuáles sean estos: cd’s dvd’s, t-shirts e incluso pequeños muñequitos de goma. ¿Por qué sucede esto?
La adoración de personajes públicos, importantes, poderosos y ¿por qué no? un tanto extraños o estrafalarios, no es un hecho circunscrito a la actualidad. Todos conocemos de la devoción de muchas damas e incluso de familias reales por algunos pintores o músicos de siglos anteriores.
Las celebridades, ya sea por el estilo de vida excéntrico que conducen o por las características llamativas del trabajo que desempeñan, suelen despertar un interés especial en las personas “comunes”, por llamarles de alguna manera. Este interés deviene cierta forma de escape de la realidad cotidiana ya que muchas personas vivencian pequeños momentos de alegría, gloria o excentricismo a través de las vidas de sus estrellas favoritas.
¿Por qué sentimos la necesidad de conectarnos de forma tan estrecha con algunas estrellas?
Porque en esta sociedad que gira vertiginosamente las personas experimentan cada vez más una sensación de vacío en sus vidas y esto les resulta altamente doloroso. Estamos rodeados de gente pero éstas significan muy poco para nosotros, así nos sentimos cada vez más aislados. De esta manera, los amores, desengaños, tragedias y éxitos de las estrellas no son una simple forma de entretenimiento sino una manera de vivir una existencia diversa a la que llevamos.
Sin embargo, las personas normalmente se enfrentan a la figura del personaje público con una suerte de pensamiento mágico que le confiere al ídolo un status de inmortalidad, muy alejado de la realidad. Precisamente por esto, resulta tan dolorosa su muerte. Independientemente de la desaparición física del ídolo nos vemos obligados a reestructurar nuestras creencias al respecto. Debemos aceptar que las desgracias le suceden a todos, no existe ese mundo idílico, el dinero, la fama o el poder no aseguran la felicidad. Aceptar esa realidad resulta equiparable a la experiencia infantil del descubrimiento de la falsedad de Papá Noel.
Así, cuando muere un ídolo, la pérdida se hace altamente personal.
A su vez, en muchas ocasiones ni siquiera conocemos con exactitud los detalles de las vidas de los famosos sino que los creamos fantasiosamente de forma que estos se correspondan con nuestro ideal de felicidad, que siempre debe ser lo más alejado posible de nuestra vida cotidiana. De esta manera, en muchas ocasiones no podemos percatarnos de las oportunidades que tenemos a la vuelta de la esquina porque tenemos nuestras miras enfocadas en puntos totalmente erróneos.
Poseer un modelo que guíe nuestros comportamientos es perfectamente normal; siempre que éste no se convierta en una barrera que impida nuestro pleno desarrollo como personas, siempre que no coarte la expresión de nuestra individualidad. Ser nosotros mismos y sentirnos satisfechos con lo que logramos a diario, es la mejor meta e ideal que podemos seguir.
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