La infancia es fundamental para nuestro desarrollo, sobre todo desde el punto de vista emocional. La forma en que nuestros padres satisfagan nuestras primeras necesidades determinará en gran medida el tipo de apego que desarrollemos y, en última instancia, influirá en nuestro equilibrio emocional como adultos y en la forma de relacionarnos con los demás.
Si nuestros padres se mantuvieron atentos a nuestras necesidades y supieron brindarnos el apoyo adecuado, desarrollaremos un apego seguro y es probable que nos convirtamos en personas con una autoestima sana que confían en sus potencialidades y a las que no les asusta descubrir el mundo ni asumir retos.
Sin embargo, si nuestros padres no supieron satisfacer adecuadamente nuestras necesidades, ya sea porque se mostraron distantes emocionalmente o porque fueron demasiado sobreprotectores, es probable que desarrollemos un apego resistente, evasivo o desorganizado, lo cual significa que nos resultará más difícil establecer relaciones sanas con los demás, que tendremos una tendencia a la dependencia emocional o, al contrario, a la filofobia.
En este proceso, el sistema corticolímbico desempeña un papel esencial ya que desempeña un rol protagónico en nuestras reacciones emocionales, así como en los trastornos del estado de ánimo como la depresión y la ansiedad. Este sistema está compuesto por la amígdala, el hipocampo, la corteza cingulada anterior y la corteza prefrontal ventromedial.
Ahora un estudio realizado en la Universidad de Stanford revela que el sistema corticolímbico, que es el principal encargado de regular nuestras respuestas emocionales, tiene un componente hereditario, lo cual podría explicar por qué en diferentes estudios se ha apreciado que algunos trastornos, como la depresión, tienen una elevada incidencia en madres e hijas.
El sistema emocional de las madres y las hijas es similar
Este grupo de neurocientíficos escanearon los cerebros de 35 familias y descubrieron que el volumen de materia gris era bastante similar en algunas áreas vinculadas con las emociones, tanto en las madres como en sus hijas, así como la morfología del «cerebro emocional».
Esta correlación no se encontró con los padres. De hecho, todo parece indicar que el sistema emocional se transmite con mayor facilidad de madre a hija, no tanto de la madre a los hijos varones. Los padres, al contrario, son menos propensos a transmitir sus circuitos cerebrales emocionales a sus hijos.
Para comprender mejor las implicaciones de este hallazgo, podemos imaginar el sistema corticolímbico como una gran autopista construida a base de conexiones neuronales sobre la cual se mueven las experiencias, sobre todo las de índole emocional. En este sistema se almacenan los recuerdos significativos, es el encargado de custodiar la memoria episódica, aquella relacionada con los hechos autobiográficos, así como los momentos y lugares más importantes desde el punto de vista emocional.
Según estos neurocientíficos, la forma en que se estructure ese sistema, dependerá, en gran medida, de la estructura del sistema materno. Esto significa que las respuestas emocionales de las hijas serán bastante parecidas a la de las madres.
Por supuesto, no se trata del primer estudio que encuentra un vínculo entre las respuestas emocionales de las madres y las de sus hijos. Por ejemplo, se ha apreciado que el estrés materno durante el embarazo produce un aumento de la producción de corticotropina, la cual influye en el ARN mensajero que llega a la amígdala.
También se ha apreciado que el cuidado que las madres les brindan a sus bebés tiene una influencia epigenética. Investigadores de la Universidad de Montreal descubrieron trabajando con animales que el cuidado materno influye en el mecanismo de metilación, lo cual significa que interviene en la regulación del silenciamiento de los genes, siendo capaz de provocar alteraciones en la transcripción genética sin que se produzca una alteración en la secuencia del ADN. Curiosamente, estos efectos son más intensos de madres a hijas. De hecho, el estrés materno durante la gestación provoca cambios en el volumen de la amígdala en las hembras, no en los varones.
Más allá de los genes
Cuando un bebé nace, tiene millones de neuronas pero muy pocas conexiones neuronales, estas se formarán con el paso del tiempo. No obstante, las principales “autopistas neuronales” están trazadas biológicamente, lo cual significa que las bases están creadas, pero son las experiencias de vida las que consolidan esos caminos o, al contrario, los desdibujan.
Por eso, aunque las mujeres tienen más probabilidades de heredar el sistema corticolímbico de las madres, esta no es la única causa de los trastornos emocionales. Para que se desarrolle un cuadro depresivo, por ejemplo, no basta con que exista una predisposición genética, también influyen factores sociales y las experiencias de vida. El aporte hereditario de la madre es tan solo una pieza de un gran rompecabezas.
Sin embargo, tampoco podemos obviar el hecho de que las madres nos legan su forma de ver la vida, nos transmiten un sentido, a través del cual le daremos un sentido a nuestro mundo. Por eso, si hemos sido criados en las quejas y el pesimismo, existen mayores probabilidades de que desarrollemos una visión negativa de la vida. Al contrario, si nos han criado en la resiliencia y la perseverancia, es probable que seamos más abiertos a las experiencias y sepamos lidiar mejor con la adversidad.
Esto también significa que, a pesar del legado genético y psicológico que pueden habernos transmitido, en cualquier momento podemos cambiar nuestras respuestas emocionales. El condicionamiento genético seguirá existiendo, y para algunos será más difícil que para otros, pero nuestra respuesta ante los acontecimientos depende, en última instancia, del significado que le confiramos y, por ende, de la actitud que asumamos ante la vida.
Fuentes:
Yamagata, B. et. Al. (2016) Female-Specific Intergenerational Transmission Patterns of the Human Corticolimbic Circuitry. The Journal of Neuroscience; 36(4): 1254-1260.
Champagne, F. A. et. Al. (2006) Maternal care associated with methylation of the estrogen receptoralpha1b promoter and estrogen receptor-alpha expression in the medial preoptic area of female offspring. Endocrinology; 147:2909 –2915.
Ardila, R. & Bunge, M. (2002) Filosofía de la Psicología. Barcelona: Ariel.
Cratty, M. S. et. Al. (1995) Prenatal stress increases corticotropin-releasing factor (CRF) content and release in rat amygdala minces. Brain Res; 675:297–302.
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