
Vivimos obsesionados con lo que los demás piensan de nosotros. Que si “¿y si le caigo mal?”, que si “¿qué van a decir si hago esto?”, que si “no quiero que piensen que soy un fracasado”. Nos pasamos media vida «editando» nuestra personalidad como si fuera un perfil de redes sociales, buscando la validación externa y sufriendo cada vez que alguien nos critica.
Pero lo peor de todo es que la mayor parte del tiempo, la gente ni siquiera está pensando en nosotros.
Sí, has leído bien. Creemos que somos el centro del universo cuando, en realidad, los demás están demasiado ocupados pensando en sus propias inseguridades como para dedicarnos más de cinco segundos de atención.
En Psicología, eso se denomina sesgo egocéntrico y es lo que nos lleva a pensar que los demás están pendientes de nosotros. Ese sesgo es lo que nos encadena al miedo al «qué dirán», como si nuestra existencia dependiera de la opinión de cuatro desconocidos con demasiado tiempo libre (o cuatro conocidos – también con demasiado tiempo libre).
¿Por qué nos afecta tanto lo que piensen los demás?
La respuesta corta: porque nuestro cerebro sigue anclado a la prehistoria.
Durante miles de años, ser aceptado por la tribu significaba sobrevivir. Si te excluían, tenías las de perder: sin comida, sin protección y con un billete directo para convertirte en la cena de algún depredador. Por eso, desarrollamos un miedo atroz a ser rechazados. Hoy en día, ya no vivimos en cuevas ni tenemos que preocuparnos por leones al acecho, pero nuestro cerebro sigue funcionando como si cualquier crítica fuera una sentencia de muerte.
Ese miedo se traduce en el famoso sesgo de la negatividad. Tenemos la tendencia a enfocarnos más en lo negativo que en lo positivo. Es una especie de asimetría natural en la manera de procesar los sucesos y comprender el mundo, la cual hace que los estímulos negativos tengan un impacto mayor y provoquen respuestas más rápidas y prominentes que los positivos. Eso explica por qué si una persona dice algo negativo sobre ti, sus palabras se quedan dando vueltas constantemente en tu cabeza.
Por supuesto, nuestro ego también juega un papel clave. Cuando alguien nos critica, sentimos que no solo están juzgando lo que hacemos, sino quiénes somos. El ego entra en modo defensivo, amplificando la importancia de esas palabras y haciéndonos creer que esa opinión tiene el poder de definir quienes somos.
Todo eso nos lleva a sufrir inútilmente por las opiniones de los demás, asignándoles un peso desproporcionado.
La libertad que aporta ser inmune a las críticas
Ser inmune a las opiniones de los demás no significa volverte un ermitaño ni hacer lo que te venga en nada sin pensar en nadie porque, a fin de cuentas, vivir en sociedad implica mostrar cierto grado de empatía y respeto. Ser inmune a las críticas implica dejar de sufrir innecesariamente por opiniones que no tienen un impacto real en tu vida.
Significa entender que las opiniones ajenas son solo eso: opiniones. No son hechos, no son verdades absolutas, y definitivamente no determinan quién eres.
¿Cómo empezar a construir esa inmunidad?
- Recuerda la regla del 90/10. El 90% del tiempo, la gente está demasiado ocupada con sus propios problemas como para prestarte demasiada atención. Y el 10% restante, probablemente proyectará en ti sus propios miedos e inseguridades.
- Filtra las opiniones con criterio. ¿La crítica proviene de alguien cuya opinión realmente valoras? ¿O es un comentario aleatorio en redes sociales de alguien que tiene un dibujo animado como foto de perfil? No todas las opiniones merecen tu atención y energía.
- Acepta que no puedes caerle bien a todo el mundo. Ni siquiera las personas más carismáticas y admiradas agradan a todos, sobre todo en una sociedad tan polarizada y sensible como la actual. Si intentas gustarle a todo el mundo, terminarás perdiéndote a ti mismo.
- Reformula tu perspectiva: Cada vez que alguien te critique, pregúntate: ¿Esa persona paga mis facturas? ¿Determina mi felicidad? ¿Será relevante dentro de cinco años? Si la respuesta es negativa, es probable que su opinión no sea tan importante.
- Practica el desapego. No te tomes las opiniones de los demás como algo personal. Aprende a calmar el ego. Así evitarás enfadarte, darles vueltas y, finalmente, sufrir por algo que no merece la pena. La mayoría de las veces, las críticas dicen más sobre ellos que de ti.
Cuando dejas de darle tanto peso a lo que piensan los demás, no solo te deshaces del sufrimiento inútil, sino que encuentras la libertad para ser tú mismo. Ya no te sientes obligado a seguir un guion. Ya no te preocupas por encajar en moldes que no son de tu talla. Y, lo más importante, empiezas a vivir más ligero, guiándote por tu voz interior.
Deja una respuesta