Tener hijos es una experiencia maravillosa. No cabe dudas. Sin embargo, la paternidad y la maternidad también entraña retos que ponen a prueba nuestra paciencia y estiran los límites de nuestra comprensión. Las paredes pintarrajeadas, la ropa manchada apenas salir de casa o ese adorno roto de un pelotazo son pequeños accidentes cotidianos que para los adultos adquieren tintes de desastre pero que para los niños son valiosas oportunidades de aprendizaje.
Cuando tu hijo empieza a querer hacer las cosas solo
Antes o después, todos los padres enfrentan ese momento en que sus hijos quieren comenzar a hacer las cosas sin su ayuda. De hecho, es una gran noticia porque significa que están empezando a tener iniciativa y que se sienten lo suficientemente seguros como para poner a prueba sus habilidades.
Sin embargo, ese camino hacia la autonomía no siempre está asfaltado de rosas. A lo largo del trayecto de aprendizaje los niños se equivocan, tardan lo indecible, rompen cosas… En definitiva, hacen lo que se supone que no deben hacer – al menos desde nuestra mentalidad de adultos.
Hace unos años, Melissa Sher compartió una historia que ilustra cómo malinterpretamos esos pequeños desastres infantiles. Contó que un día su hija corrió hacia ella toda emocionada y orgullosa. “Luego rompió un crayón nuevo en dos. ‘¡Maggie! ¿Por qué diablos acabas de romper una cera nueva?’, le grité. Mi hija me miró con los ojos muy abiertos, pero la alegría y el orgullo que expresaban hacía un segundo se habían desvanecido. Luego se echó a llorar, diciendo entre sollozos: ‘¡solo quería mostrarte lo fuerte que era!’”.
Como adultos, muchas veces nos cuesta comprender que la mentalidad infantil no sigue nuestra misma lógica y derroteros. Nos cuesta comprender que muchas veces los niños no hacen las cosas para molestarnos, sino simplemente porque no saben hacerlas de otra forma o están experimentando. Las travesuras de los niños pueden generar caos y desorden, pero para ellos también son oportunidades de aprendizaje divertidas que apuntalan su autoconfianza y autoeficacia.
Pausar por un momento nuestra mentalidad de adultos
Algunas de las cosas que hacen nuestros hijos pueden sacarnos de quicio, sobre todo cuando tenemos prisa o hemos tenido un mal día, pero a veces vale la pena pausar nuestra mentalidad de adultos para ver lo ocurrido a través de sus ojos.
Donde tú ves una simple pared, tu hijo ve un lienzo en blanco en el que puede desplegar su creatividad.
Donde tú ves una simple cera partida por la mitad, tu hijo ve una proeza de fuerza.
Donde tú ves una habitación desordenada, se esconde la recién estrenada habilidad de tu hijo para vestirse solo.
Donde tú ves una alfombra manchada, se esconde el intento de tu hijo de sostener la taza para beber solo.
Donde tú ves pasta de dientes tapizando el baño, se esconde la iniciativa de tu hijo de lavarse los dientes sin tu guía.
Donde tú ves un sofá manchado, se esconde el intento de tu hijo de levantarse sin tu ayuda, sosteniéndose con sus propias fuerzas.
Donde tú ves simplemente una ropa sucia y manchada, se está gestando la habilidad de tu hijo para comer solo.
Donde tú ves una cocina hecha un desastre, se esconde la ilusión de tu hijo por darte una sorpresa o explorar un nuevo universo de texturas y sabores.
Donde tu ves un jarrón roto, se esconde el intento de tu hijo de ayudarte a barrer o limpiar – guiño a mi madre 😉
Es probable que cada vez que pienses “¡no, qué desastre!”, hay una habilidad que se está gestando, una capacidad que se está poniendo a prueba, un límite que tu hijo está intentando superar o un área nueva que desea explorar.
¿Todo está permitido?
No. Por supuesto. Los niños necesitan normas y reglas claras. Permitir que hagan y deshagan a su antojo implica caer en la permisividad, lo cual es extremadamente dañino. Sin embargo, de la permisividad al catastrofismo hay un buen trecho. Entre permitirles todo y no permitirles nada hay un punto intermedio que se denomina equilibrio razonable.
Como padres, debemos asegurarnos de que los niños tengan la libertad y el espacio que necesitan para que puedan experimentar e intenten hacer las cosas por sí mismos. Y debemos ser conscientes que mientras exploren y aprendan, ocurrirán pequeños “desastres”.
Es importante retener el impulso de correr a corregirlos, reprenderlos o, lo que es aún peor, hacer las cosas en su lugar porque de esa manera los niños perderán la confianza en sí mismos y se volverán dependientes.
Quizá deberíamos reconsiderar el nivel de exigencia con los niños y comenzar a reetiquetar esos “pequeños desastres” como pasos en su camino de aprendizaje. A lo largo de ese trayecto, es normal que se equivoquen y que hagan cosas que no deberían. En vez de perder la paciencia, enfadarnos y gritarles, deberíamos explicarles por qué no lo deberían volver a hacer, mostrarles las consecuencias o enseñarles a hacerlo mejor.
A fin de cuentas, lo que para nosotros parece un desastre, puede ser tan solo un paso de nuestro hijo hacia su autonomía y autosuficiencia. Quizá necesitamos aprender a poner más en pausa nuestra mentalidad de adultos para comprenderlos mejor y acompañarlos en ese proceso de ensayo y error con una actitud más constructiva y relajada. Una pared se puede volver a pintar, pero cuando la creatividad de un niño se cercena, es difícil que pueda volver a recuperarla.
Fuente:
Ortega, L. (2019) Donde tú ves un desastre, tu hijo ve una capacidad o habilidad nueva. En: Bebés y más.
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