Po-chang fue uno de los grandes maestros zen del siglo IX. Su fama era tal, que muchos acudían hasta su monasterio para seguir el camino de la iluminación, así que se vio obligado a abrir un segundo monasterio. Sin embargo, debía encontrar al maestro adecuado, de manera que ideó una prueba aparentemente muy sencilla para encontrarlo.
Reunió a los monjes y puso delante de ellos un jarro. Luego les dijo: “sin llamarlo jarro, decidme qué es”.
El monje principal respondió: “no se puede decir que sea un trozo de madera”.
Mientras los otros monjes pensaban en la respuesta, el cocinero del monasterio volteó el jarro de un puntapié y se marchó a realizar sus labores. Po-chang le confió la dirección del monasterio.
Esta historia en forma de koan nos enseña a lidiar con las preocupaciones que nos atenazan y que muchas veces terminan haciendo más daño que el propio evento que las originó. Cuando les damos vía libre, las preocupaciones se encadenan y se extienden, ocupando toda nuestra mente. Crecen como nubarrones negros y nos impiden encontrar la solución, arrebatándonos de paso nuestra paz interior.
Cuanto más nos preocupemos, más nos alejaremos de la solución
Cuando leemos, pero estamos distraídos no logramos captar la esencia. Entonces nos decimos mentalmente: “tengo que concentrarme”. En ese preciso momento entramos en un estado de hipervigilancia. Es decir, la mente comienza a supervisar su actividad para no divagar. Pero de esta manera tampoco logramos concentrarnos en las palabras porque la mente está ocupada haciendo de guardiana de sí misma.
Un proceso similar se produce con las preocupaciones. Cuando ocurre algo negativo, comenzamos a darle vueltas. Se activa el pensamiento catastrófico. Una preocupación llama a otra. Imaginamos un desastre y luego otro aún peor, hasta el punto de desconectarnos casi por completo de la realidad.
Preocuparnos en bucle nos ciega. Genera un profundo malestar y no suele ayudarnos a resolver el problema real. De hecho, esa cháchara mental a menudo solo sirve para crear confusión, haciendo que demos vueltas sobre un mismo punto sin llegar a ningún sitio. Sin solucionar nada.
En la filosofía zen, existe un método para detener ese flujo incesante de pensamientos y evitar quedarnos atrapados por su fuerza centrípeta: upaya. La palabra upaia proviene del sánscrito y significa literalmente “aquello que permite conseguir un objetivo”. Por tanto, podría traducirse como un “medio” que nos ayuda a alcanzar nuestras metas.
El método upaya es muy sencillo ya que consiste en apuntar directamente aquello que deseamos con el fin de acabar con el círculo vicioso de las preocupaciones y enfocar nuestra atención en lo que debemos hacer. Su fuerza radica en que nos permite volver a la realidad inmediatamente.
Por tanto, en vez de gastar energía inútilmente en preocuparnos, redirigimos nuestros esfuerzos a encontrar la solución. De hecho, la respuesta del cocinero del monasterio no estaba guiada por la impulsividad sino por ese conocimiento más profundo que nace de la inteligencia intuitiva, pero que a menudo no escuchamos debido a nuestra verborrea mental.
Upaya, un concepto zen para ver con claridad
Cuentan que una vez le preguntaron a T’ung-shan, otro gran maestro zen, “¿qué es el Buda?”. A lo que este respondió: “tres kilos de lino”.
Puede parecernos una respuesta irracional. Y lo es. Pero su objetivo es cortar por lo sano cualquier posibilidad de especulación. Evitar que el pensamiento se retuerza sobre sí mismo y se pierda entre las cavilaciones y las preocupaciones.
Esa también es la razón por la cual los grandes maestros zen hablan muy poco y prefieren confrontar a sus discípulos con la realidad. Esa realidad se denomina tathata y designa al “ser tal”, sin etiquetas verbales que puedan conducir a la confusión.
El método upaya tiene ese mismo objetivo: reconducir nuestra atención hacia lo que necesitamos solucionar. Nos permite salir del bucle de las preocupaciones para volver a la realidad. Despeja el camino a la inteligencia intuitiva, que muchas veces está silenciada pero que nos permite ver con más claridad lo que ocurre y el camino que debemos seguir.
De hecho, cuando logramos ver las cosas tal como son, sin las capas de significado que les agregamos – compuestas por nuestras expectativas, temores, creencias… – nos damos cuenta de que “no hay nada bueno, nada malo, nada intrínsecamente largo o corto, nada subjetivo y nada objetivo”, como señalara Alan Watts.
El método upaya no solo nos devuelve a la realidad, sino que despoja los eventos de las etiquetas negativas que generan la preocupación. Por eso nos ayuda a abrir la mente y buscar soluciones en 360 grados.
Una manera muy sencilla para comenzar a practicar el método upaya e ir entrenando la mente consiste en señalar un objeto cualquiera por la calle cuando estamos ensimismados en nuestras preocupaciones cotidianas. Podemos detenernos y señalar, por ejemplo, un árbol. Pero en vez de pensar inmediatamente en sus atributos colocándole etiquetas como “fresno”, “grande”, “frondoso” o “bonito”, solo debemos ver el árbol, por lo que es. Notar su color, la manera en que refleja la luz o las formas de sus ramas.
Puede parecer un ejercicio fácil, pero es extremadamente difícil para la mente acostumbrada a etiquetarlo todo. Sin embargo, cuantas más etiquetas usemos, más riqueza perderemos. Las etiquetas nos permiten avanzar rápido, pero a menudo solo en una dirección. El método upaya reconduce la atención al presente, sin juicios, alejándonos de nuestros pensamientos en bucle y, sobre todo, de esas etiquetas reduccionistas.
Por tanto, la próxima vez que algo te preocupe mucho, pero notes que esas preocupaciones te están conduciendo a un callejón sin salida, aumentando la angustia emocional, simplemente reconduce tu atención al verdadero problema. Presta atención al aquí y ahora. Deja hablar a tu inteligencia intuitiva. Es probable que te resulte muchísimo más fácil encontrar la solución.
Fuentes:
Watts, A. (1971) El camino del zen. Barcelona: Edhasa.
Chung-yuan, C. (1979) Teachings of Buddhism selected from the transmission of the lamp. Nueva York: Random House.
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