Los abrazos son una medicina para el alma. No es casualidad que la psicoterapeuta familiar Virginia Satir dijera: “Necesitamos 4 abrazos al día para sobrevivir, 8 abrazos para mantenernos y 12 abrazos para crecer”.
Los efectos de los abrazos traspasan la frontera psicológica y se extienden al plano físico. Este tipo de contacto corporal disminuye el nivel de cortisol, la hormona del estrés, y genera sensaciones reconfortantes que nos ayudan a sentirnos mejor y alivian el dolor. Ahora se ha descubierto que su presencia – o ausencia – en etapas tempranas de la vida incluso podría afectar la expresión del ADN.
El contacto físico es esencial en la infancia
Investigadores de la Universidad de Columbia Británica descubrieron que el efecto abrazar a los bebés y tenerlos en brazos perdura incluso a los 4 años de edad.
Para llegar a estas conclusiones analizaron a 94 niños sanos de cinco semanas de edad y pidieron a sus padres que llevaran un diario del comportamiento de los pequeños en el que anotaran sus hábitos de sueño, alimentación y cuándo se mostraban inquietos o lloraban, así como la cantidad de contacto físico que mantenían. Cuando los niños cumplieron los 4 y 5 años de edad, los investigadores tomaron muestras de su ADN.
El equipo examinó una modificación bioquímica llamada metilación del ADN, en la que algunas partes del cromosoma están marcadas con pequeñas moléculas de carbono e hidrógeno. Estas moléculas actúan como “interruptores de atenuación” y ayudan a controlar la actividad de cada gen.
El grado de metilación y la parte del ADN donde ocurre depende en gran medida de las condiciones externas, sobre todo en la infancia. De hecho, esos patrones epigenéticos cambian de manera predecible a medida que envejecemos.
Los científicos encontraron diferencias de metilación en 5 zonas específicas del ADN entre los niños que recibían abrazos y aquellos que no. Uno de esos cambios juega un papel esencial en el funcionamiento del sistema inmunitario y el otro influye en el metabolismo.
Los bebés que experimentaron mayor angustia durante sus primeros meses de vida pero recibieron menos abrazos y contacto físico mostraron una “edad epigenética” menor a lo que correspondía a su edad biológica. Su perfil molecular era inmaduro, lo cual indicaba que se estaban quedando rezagados biológicamente.
“Creemos que un envejecimiento epigenético más lento puede indicar una incapacidad para prosperar”, apuntó Michael Kobor, profesor en el Departamento de Genética Médica de la Universidad de Columbia Británica.
De hecho, estudios anteriores han asociado la discrepancia entre la edad epigenética y la edad biológica a una mala salud. Cuando la metilación, un proceso que forma parte del desarrollo normal y es fundamental para algunos procesos clave del organismo, ocurre en etapas más tardías de la vida se incrementa el riesgo de desarrollar procesos anormales y/o patológicos, como revelaron investigadores del University College London.
Aunque no se conoce a ciencia cierta cuáles podrían ser los efectos a largo plazo de ese perfil epigenético inmaduro en los niños, hay una conclusión clara: los bebés necesitan los abrazos, las caricias y el contacto físico para su desarrollo emocional y físico.
Fuentes:
Moore, S. R. et. Al. (2017) Epigenetic correlates of neonatal contact in humans. Development and Psychopathology; 29 (05): 1517.
Jones, M. J. et. Al. (2015) DNA methylation and healthy human aging. Aging Cell; 14(6): 924–932.
Teschendorff, A.E. et. Al. (2012) Epigenetic variability in cells of normal cytology is associated with the risk of future morphological transformation. Genome Med; 4: 24.
Rodríguez, M. et. Al. (2004) Metilación del ADN: un fenómeno epigenético de importancia médica. Rev Invest Clín; 56(1): 56-71.
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