
Si piensas que los deberes se han multiplicado en los últimos años y que cada vez ocupan más espacio, no andas completamente desacertado. Un estudio realizado en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan descubrió que el tiempo que los niños de 6 a 8 años dedicaban a estudiar en casa aumentó más del doble entre 1981 y 1997.
Una investigación más reciente realizada en la Universidad de Stanford reveló que la tendencia no ha disminuido, sino que se ha extendido a todos los niveles escolares. En el instituto, los estudiantes destinan más de 3 horas cada noche a realizar las tareas y proyectos académicos.
¿Cómo los deberes moldean el comportamiento infantil?
Mientras el debate sobre si los alumnos tienen demasiados deberes continua, debemos recordar que las tareas escolares no van solo de Matemáticas o Historia, sino que son más bien un ensayo para la vida adulta. Podemos verlos como un taller donde se cultivan valores como la disciplina y la responsabilidad mientras se desarrolla la capacidad para gestionar el tiempo o incluso pensar autónomamente – siempre que no sean excesivos, obviamente.
1. Promover un aprendizaje significativo
Los deberes tienen como objetivo principal ayudar a los estudiantes a practicar y consolidar los contenidos impartidos en las clases, facilitando su retención y una mejor comprensión. Gracias a esa actividad, la información que antes flotaba en el aula comienza a sedimentarse en la mente del estudiante.
Durante ese trabajo autónomo en la tranquilidad del hogar, el aprendizaje teórico se convierte en conocimiento práctico y los alumnos desarrollan o consolidan nuevas habilidades, en especial cuando son pequeños. En el aula se presentan los conceptos, pero el tiempo es limitado, de manera que los deberes fomentan un aprendizaje más pausado y significativo.
Dan la oportunidad de reflexionar atentamente, volver atrás y replantearse las cosas, todo a su ritmo. En ese proceso, lo que antes era una fórmula o una teoría abstracta empieza a convertirse en algo propio. Sin el proceso de consolidación de esas conexiones neuronales que fomentan los deberes, el conocimiento que parecía claro en el aula se desvanece.
2. Desarrollar habilidades de planificación y gestión del tiempo
A veces las jornadas de los estudiantes parecen un acto de malabarismo entre clases, actividades extracurriculares, amigos y, por supuesto, el tiempo para sí mismos. Los deberes añaden una capa extra de complejidad, pero también introducen una variable esencial: la gestión del tiempo.
Aunque a veces las tareas escolares parezcanmuchas, lo cierto es que completarlas en plazos específicos enseña a los estudiantes a gestionar su tiempo de manera más eficaz, una competencia que será crucial más adelante en la vida. Cada vez que un alumno tiene que decidir cómo distribuir sus horas entre una tarea urgente y otra que puede esperar, está aprendiendo a priorizar.
En el mundo real, esa capacidad de planificación es fundamental porque hay que decidir continuamente qué tareas requieren una atención inmediata y cuáles pueden aplazarse o incluso delegarse. Los deberes enseñan a los estudiantes a organizar sus jornadas, lidiar con los plazos ajustados y comprender que el tiempo no es infinito, por lo que deben aprovecharlo bien, una habilidad que a menudo marca la diferencia entre el éxito y el fracaso en la vida.
3. Crear hábitos sólidos para el futuro
Somos criaturas de hábitos. Sin embargo, en la niñez y la adolescencia es más fácil formar buenos hábitos, muchos de los cuales a menudo se mantienen durante la etapa adulta. Los deberes son particularmente importantes para que los niños desarrollen y mantengan hábitos de estudio regulares, algo que les será muy útil cuando cursen niveles superiores, adquieran más autonomía y no estén bajo la supervisión constante de los padres.
Aunque puedan parecer tediosos, los deberes contribuyen a instaurar una rutina diaria de estudio en base a la repetición. Sentarse cada tarde en el mismo escritorio, abrir el cuaderno y enfrentarse a los problemas consolida un patrón positivo a largo plazo.
Es en esos momentos cotidianos donde se forja la constancia, el esfuerzo, la sistematicidad y la estructura. Cuando un niño se acostumbra a estudiar un poco cada día, creará una base sólida que facilitará su transición a desafíos más grandes en la vida adulta. La universidad, el trabajo, el cuidado personal… todo requiere la capacidad de implantar y seguir pequeñas rutinas que nos acerquen a nuestros objetivos. Y eso comienza precisamente con esos minutos dedicados a los deberes en casa.
4. Fomentar la responsabilidad y la disciplina
Al realizar los deberes sin la supervisión constante del profesor, los niños van desarrollando un sentido de la responsabilidad personal y la disciplina que les será muy provechoso a lo largo del tiempo. Es en ese punto donde los deberes empiezan a hacer su magia silenciosa: empujan poco a poco al estudiante a asumir el control de su aprendizaje.
De cierta forma, cada tarea escolar es una promesa que el alumno hace, no solo a sus maestros o a sus padres, sino a sí mismo. Cumplir con esa promesa, aunque sea difícil o a veces incluso tedioso, es una lección de autodisciplina.
La capacidad para decir “hoy no tengo ganas, pero lo haré de todos modos” se va fraguando en esos instantes y es esencial para lograr metas más ambiciosas en la vida. Al mismo tiempo, los niños van responsabilizándose por sus decisiones, comprendiendo que estas tienen consecuencias. De hecho, investigadores de las universidades de Columbia y Misisipi constataron que los deberes contribuyen a desarrollar la responsabilidad y motivan a los niños a gestionar mejor las tareas.
5. Potenciar la autonomía y el pensamiento propio
Los beneficios de los deberes no se limitan a la adquisición de conocimientos, también promueven la capacidad para aprender de forma autónoma. Cuando un estudiante está solo en su habitación con el libro abierto, no tiene compañeros de clase a los que consultar ni un profesor al que acudir en busca de respuestas rápidas.
Se encuentra a solas con sus pensamientos y el problema que tiene delante. En ese escenario se forjan dos de las habilidades más valiosas para la vida: la autonomía y el pensamiento propio. Tener que lidiar con los problemas y la ambigüedad sin depender de una ayuda externa constante, los empuja a desarrollar la autonomía intelectual.
Esa independencia va preparando el camino hacia una forma más madura de pensar, de manera que el estudiante deja de ser un receptor pasivo de información y se convierte en un agente activo de su proceso de cambio. Los deberes también “obligan” a los niños a desplegar y evaluar sus propias estrategias de resolución de problemas. Así van desarrollando habilidades como el análisis y la reflexión, que son la base del pensamiento crítico.
Por tanto, aunque muchas veces los deberes sean vistos como un “mal necesario” o una carga, también son una oportunidad para que los niños y adolescentes desarrollen habilidades que les serán muy útiles para afrontar con mayor confianza, seguridad y eficacia las complejidades de la vida. La clave, como en todo, radica en el equilibrio. Pero debemos recordar que cada tarea completada es un paso más hacia el crecimiento y cultiva competencias que acompañarán a ese estudiante mucho tiempo después de que cierre los libros.
Referencias:
Galloway, M. et. Al. (2013) Nonacademic Effects of Homework in Privileged, High-Performing High Schools. The Journal of Experimental Education; 81(4): 490–510.
Corno, L., & Xu, J. (2004) Homework as the job of childhood. Theory Into Practice: 43: 227-233.
Hofferth, S. L., & Sandberg, J. F. (2001) Changes in American children’s time, 1981–1997. Advances in Life Course Research; 6: 193-229.
Warton, P. M. (2001) The forgotten voice in homework: Views of students. Educational Psychologist, 36, 155-165.
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