
A todos nos ha pasado. Alguien viene, te cuenta su drama, tú te lo tomas en serio, te remangas mentalmente, ofreces el mejor consejo que se te ocurre (¡de corazón!)… Y luego esa persona va y hace lo contrario. O directamente nada. Y tú te quedas con cara de: ¿en serio? ¿Para qué me preguntas entonces?
En ese punto comienza a cocerse un enfado silencioso. Ese pequeño fuego interno que empieza con un “qué pérdida de tiempo”, pasa por un “si no me va a hacer caso, que no me cuente nada”, y acaba en un “la próxima vez que no cuente conmigo”. ¿Te suena?
Un consejo no es un contrato
Ante todo, pongamos las cartas sobre la mesa: cuando alguien nos pide un consejo, no está firmando un contrato. Nos está consultando. Es un poco como cuando vas al médico y, tras oír su diagnóstico, decides seguir el tratamiento… o buscar una segunda opinión. En cualquier caso, la decisión final es tuya.
La confusión aparece cuando, sin darnos cuenta, añadimos una expectativa implícita: “si me pides consejo, me harás caso”. Pero esa expectativa no está incluida en el trato. Es una creación interna, una trampa sutil de nuestro ego. Si estamos convencidos de que somos capaces de dar buenos consejos y alguien no los sigue, asumimos que no valora nuestro criterio y sentimos que nos ignora o nos hace perder el tiempo.
De hecho, a veces confundimos el acto de aconsejar a alguien con tener razón. Cuando partimos de ese supuesto, que no nos hagan caso se percibe como un rechazo personal – no solo a la propuesta que hicimos sino a nuestra identidad, a lo que somos.
Sin embargo, las personas deciden no seguir un consejo por innumerables razones. Puede ser que no lo vieran tan claro. Que no fuera el momento. O que simplemente no querían hacerlo. Incluso las emociones que estaban experimentando en ese momento influyen en la probabilidad de seguir el consejo, según un estudio realizado en las universidades de Harvard y Pensilvania.
Por tanto, la regla de oro para aconsejar a alguien y no enfadarse si no nos hace caso es recordar que: “un consejo no es un mandato, solo un punto de vista”. Aconsejar a alguien es como ofrecer un mapa: el otro debe querer llegar al destino y elegir el camino.
Dar consejos sin apego, un arte que se entrena
Dar un consejo con la mejor de las intenciones… y ver cómo lo ignoran olímpicamente es frustrante. Es como preparar un regalo con mimo y que lo dejen olvidado en un rincón. Sin embargo, la ciencia nos recuerda que solo entre el 30-40% de los consejos son aceptados y puestos en práctica, incluso los que provienen de expertos. Por tanto, necesitas cambiar el chip: un consejo no es una obligación sino una forma de acompañar. Así vivirás más tranquilo.
1. Suéltalo y déjalo ir
Cuando des un consejo, hazlo como quien lanza una botella al mar. Podría llegar a su destino. Pero también podría quedarse flotando en el agua durante muchísimo tiempo. Y no pasa nada. Si lo que dijiste era valioso, quizá la persona lo valore más adelante. Y si no… no te obsesiones. A fin de cuentas, no es tu batalla ni tu decisión.
2. Pregunta antes de lanzarte a opinar
Muchas veces damos consejos no solicitados. Y eso suele irritar a quien los recibe, además de aumentar exponencialmente las probabilidades de que caigan en saco roto. ¿La solución? Antes de lanzarte a aconsejar, pregunta: “¿Quieres que te diga lo que pienso o solo necesitas desahogarte?” Parece una tontería, pero cambia completamente la dinámica. Recuerda que muchas veces las personas solo necesitan validación emocional, no alguien que resuelva sus problemas.
3. Recuerda que tú también has ignorado consejos – probablemente muchos
Sé honesto: ¿cuántas veces te han dado un consejo que no seguiste? ¡Exacto! Y no porque despreciaras a la persona que lo dio. Simplemente, no te cuadraba. No estabas listo. O querías probar algo diferente por tu cuenta. Eso mismo le pasa al resto del mundo. Por tanto, no te enfades si alguien no sigue tus consejos.
4. No conviertas el consejo en un examen de lealtad
A veces nos ofende más que no sigan nuestro consejo que el problema en sí mismo. Como si aconsejar a alguien y que no haga lo que decimos fuera un acto de traición o una afrenta personal. Pero no lo es. Es una decisión. Y nuestra madurez emocional también se mide por la manera en que gestionamos ese desacuerdo sin romper la relación. La persona que te pide consejo valora tu opinión, experiencia o conocimiento, pero no siempre tiene que coincidir contigo.
5. Pon límites si el patrón se repite
Ahora bien… todo esto no significa que tengas que estar siempre disponible para quien solo te pide consejo para después ignorarlos. Si alguien viene una y otra vez con los mismos problemas, te pide consejo, pero nunca te hace caso y tú no tienes energía para más… tienes derecho a decir “no”.
No con rencor. No con sarcasmo. Simplemente con claridad: “mira, lamento lo que estás pasando, pero creo que cada vez que hablamos de esto no sirve de mucho. No quiero repetir la misma conversación. Si en algún momento realmente estás dispuesto a cambiar algo, aquí estoy.”
Y punto.
Referencias Biliográficas:
Gino, F. & Schweitzer, M. E. (2008) Blinded by anger or feeling the love: How emotions influence advice taking. Journal of Applied Psychology; 93(5): 1165–1173.
Bonaccio, S. & Dalal, R. S. (2006) Advice taking and decision-making: An integrative literature review. Organizational Behavior and Human Decision Processes; 101(2): 127-151.
Deja una respuesta