Los caprichos suelen estar mal vistos. Normalmente los entendemos como una idea, propósito o comportamiento arbitrario que no tiene un objetivo pragmático o que escapa a la razón. Es una idea o deseo que surge de manera súbita y que a menudo tiene un componente fantástico o irracional. Como resultado, pensamos que deberíamos eliminar los caprichos o reducirlos a su mínima expresión, de manera que no es inusual que cuando nos demos algunos, por pequeños que sean, terminemos sintiéndonos culpables.
Sin embargo, la misma palabra que en términos populares tiene una acepción negativa, en el ámbito artístico cambia su significado ya que se entiende como aquello que se ejecuta motivado por la fuerza del ingenio, más que por la observancia de las reglas. En música, el capriccio es una composición de carácter libre, vivo y animado.
Por tanto, la disonancia se produce porque solemos pensar que el capricho surge por ligereza o poca reflexión y que implica cierta testarudez en su consecución. Sin embargo, a veces no hay nada de malo en desear cosas que no son imprescindibles o en alejarse un poco de los caminos de la razón para conectar con esa parte de nosotros más intuitiva, imaginativa o incluso hedónica.
El capricho como una forma de autocuidado
Permitirnos pequeños caprichos de vez en cuando sin sentirnos culpables puede ser muy positivo para nuestro bienestar. De hecho, los caprichos pueden ser gestos de autoafirmación. Nos hacen sentir bien y nos transmiten un mensaje claro: nos queremos y mimamos.
Concedernos pequeños caprichos implica, ante todo, estar en sintonía con lo que deseamos, no solo con lo que necesitamos. Implica comprender lo que nos gusta y hace sentir bien. Es un recordatorio para no olvidar que debemos prestar atención a los detalles que nos generan bienestar y promueven emociones positivas.
Los pequeños caprichos incluso pueden ayudarnos a reafirmar nuestro valor ya que son una manera de decirnos que nos tenemos presentes, a pesar de las prisas o lo que se tuerzan las cosas. Por tanto, transmiten un mensaje reconfortante ya que confirman nuestra capacidad para cuidarnos, lo cual nos hará sentir más seguros. A la larga, esas pequeñas indulgencias también pueden ayudarnos a enfrentar situaciones difíciles con mayor confianza.
Esos pequeños placeres nos proporcionan momentos de alegría y satisfacción, por lo que también fungen como antídoto ante el estrés cotidiano. De cierta forma, nos ayudan a compensar las tensiones a las que nos sometemos en los diferentes ámbitos de la vida. Nos permiten desconectar y disfrutar, lo que puede generar una sensación de alivio y satisfacción que nos ayude a recargar las pilas. Por esa razón, esos gestos pueden tener un impacto muy positivo en nuestra salud mental.
La fina línea entre el escapismo y el autocuidado
Los pequeños caprichos también pueden convertirse en una vía de escape. Tampoco hay nada de malo en ello. Al igual que la catarsis emocional, de vez en cuando necesitamos una dosis de hedonismo en nuestra vida, en especial cuando las cosas no van bien o las tensiones se acumulan.
Sin embargo, debemos asegurarnos de no traspasar la fina línea entre el autocuidado y el escapismo. Caer en la evitación experiencial puede convertirse en un arma de doble filo. Si usamos esos pequeños caprichos con asiduidad para escapar de las situaciones que nos estresan, agobian o entristecen corremos el riesgo de desarrollar una dependencia de los mismos, convirtiéndolos en una estrategia de afrontamiento desadaptativa.
Darnos pequeños caprichos para sentirnos mejor en momentos puntuales es beneficioso. Utilizarlos como única vía para equilibrar los sentimientos es dañino porque escapar en realidad es una forma de invalidación emocional pues no prestamos atención al mensaje que nos intenta transmitir nuestro “yo” interior.
Por otra parte, escapar es evadirnos del problema, pero ignorarlo no hará que desaparezca. Al contrario, se mantendrá latente, generando una gran tensión psicológica, o incluso seguirá creciendo. Evadirnos es una especie de autoabandono, por lo que a la larga afectará nuestra seguridad en nosotros mismos y la confianza en que somos capaces de resolver los problemas. En esos casos, los caprichos solo nos sirven para ignorar situaciones que deberíamos afrontar.
¿Cómo saber si hemos traspasado la línea roja? Los caprichos como vías de escape saludables se convierten en una estrategia de evasión dañina cuando los usamos para ignorar completamente nuestros estados emocionales, preocupaciones o responsabilidades.
Sí a los pequeños caprichos, pero bajo control
No cabe dudas de que a veces necesitamos un descanso de la realidad, sobre todo cuando esta se vuelve particularmente estresante o difícil de gestionar. Darnos un pequeño capricho al final del día para sentirnos mejor en una jornada en la que todo fue mal, no implica evadir nuestras responsabilidades o problemas, sino proporcionarnos un respiro temporal. Y eso es bueno porque nos ayuda a reequilibrarnos.
Para gestionar los caprichos de forma saludable, lo ideal es establecer ciertos límitesy planificarlos. Asignar un presupuesto solo para los caprichos, por ejemplo, nos permitirá mantener bajo control nuestras finanzas.
Sin embargo, también deberíamos ampliar nuestro concepto de capricho para incluir esos placeres que no implican un gran gasto y que quizá hemos desterrado de nuestra vida debido a las prisas cotidianas, las obligaciones y las tensiones. Dar un paseo a solas en la naturaleza, disfrutar de una taza de té en silencio o darnos un baño de burbujas relajante son pequeños caprichos que pueden ayudarnos a recargar las pilas. A fin de cuentas, como dijera Sydney J. Harris, “el tiempo para relajarte es cuando no tienes tiempo para ello”.
Básicamente, la idea es damos permiso para disfrutar sin sentirnos culpables por ello. Reconectar con nuestros deseos y nuestro lado más hedonista también es cuidarnos.
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