La ansiedad es un enemigo sigiloso que te va robando la serenidad. Sin darte cuenta, te va enredando en su maraña de pensamientos catastróficos, miedos y recelos hasta que ocupa prácticamente todo el espacio disponible en tu mente y no logras pensar en otra cosa.
Muchas veces se desencadena en periodos de cambios, incertidumbre y tensión, pero luego no te abandona. Se convierte en una acompañante indeseada que está siempre al acecho para hacer acto de presencia apenas las cosas se tuercen un poco. Entonces vuelves a sentir esa punzada de ansiedad, la respiración se entrecorta, el corazón se desboca y la cabeza va a mil.
Comprender la raíz de la ansiedad, así como los factores que la alimentan, es fundamental para aprender a lidiar con sus síntomas y mantener bajo control tu reacción. De hecho, la ansiedad no se combate como si fuera un adversario que se puede derrotar por la fuerza, sino que se supera con inteligencia – y para eso es necesario identificar sus desencadenantes.
¿Cuáles son los principales desencadenantes de la ansiedad?
Sentirse ansioso no es agradable, pero intentar ignorar sus síntomas no hará que desaparezcan. En cambio, zambullirte en esas sensaciones te ayudará a temerle menos y romper el círculo vicioso que suele crear a tu alrededor.
1. Aprensión
La aprensión es uno de los signos más característicos de la ansiedad. El psicólogo David H. Barlow la calificó como un “estado de ánimo orientado al futuro en el que el individuo se prepara para afrontar eventos negativos que se aproximan. Está asociado con un afecto negativo elevado, una sobreexcitación crónica, la sensación de impredecibilidad y falta de control, así como con una atención enfocada en los signos de amenaza o peligro”.
La aprensión ansiosa son todos esos sentimientos que acompañan a la preocupación. Es la sensación de estar caminando sobre cristales frágiles a punto de romperse o la impresión de que algo malo está a punto de ocurrir. Es una sensación que no te abandona, por lo que puede llegar a convertirse en tu segunda piel.
Como resultado, no es extraño que termines viendo el mundo a través de su cristal. La aprensión te mantiene en un estado de alerta constante, escudriñando tu entorno en busca de peligros reales o inexistentes. Es lo que te impide relajarte durante el día y dormir bien por las noches. Por tanto, te genera un estado de tensión permanente, como si vivieses pisando el acelerador a fondo.
2. Angustia
La ansiedad y la angustia son diferentes, pero se conectan a través del miedo. La angustia es una sensación intensa de incomodidad emocional, que generalmente se acompaña de un estado de inquietud extrema y una profunda sensación de impotencia frente a un peligro que parece inminente, pero al mismo tiempo resulta vago y difuso.
La angustia se suele experimentar como una sensación física de constricción y opresión. En ese estado predominan los síntomas fisiológicos, como la sudoración, la respiración entrecortada, la aceleración del ritmo cardíaco, la tensión muscular e incluso los temblores, náuseas o mareos. Es la responsable de que te paralices o te sobrecojas.
También es la responsable de que no puedas pensar con claridad. Cuando te sientes angustiado tu pensamiento se restringe y la racionalidad disminuye porque entran en juego las estructuras más primitivas del cerebro. Esa sensación de pérdida de control debido a la angustia a menudo termina alimentando la ansiedad, que poco a poco puede irse convirtiendo en tu respuesta predeterminada ante todos aquellos sucesos que encierren cierto grado de incertidumbre.
3. Aversión
La aversión es el tercer factor desencadenante de la ansiedad y cierra el bucle de la aprensión y la angustia. Se trata de un profundo sentimiento de desagrado, por lo que genera una respuesta automática: alejarte para evitar la situación que te está causando ese malestar, aunque no siempre sepas muy bien el motivo que te empuja a ello pues muchas veces se trata de una reacción visceral.
El instinto de repulsión es útil porque te aleja de aquello que podría dañarte, pero en el caso de la ansiedad termina creando un círculo vicioso. Al alimentar el miedo a tus propias reacciones fisiológicas, la aversión te empuja a mantenerte en un espacio cada vez más limitado para evitar los posibles desencadenantes de la ansiedad. Por ese motivo, las personas que padecen ansiedad social se recluyen en su casa y quienes tienen alguna fobia huyen de lo que temen.
Si has vivido una situación límite que te ha puesto a prueba en la cual perdiste el control, como puede ser un accidente de coche, un ictus o incluso un episodio de fuertes mareos, es probable que te hayas sentido angustiado. La angustia cede, pero su recuerdo queda ya que genera una huella aversiva en tu cerebro. Como resultado, es probable que a partir de ese momento cada situación en la que imagines que puedes perder el control te genere una gran aversión. Te hará temer lo peor y aumentará la ansiedad. Así se cierra el ciclo.
Sin embargo, lo más importante es que recuerdes que la ansiedad es un estado que se autoalimenta. Por tanto, cuanto más te agites o intentes evitar la situación temida, peor será. Practicar estos ejercicios de respiración te ayudará a recuperar el control, pero recuerda que debes indagar en la causa de esa ansiedad porque generalmente es la expresión de un miedo no afrontado. Eso significa que tendrás que bucear en tu interior para identificar tus desencadenantes de la ansiedad y desactivarlos antes de que tomen el mando y te conviertan en un manojo de nervios.
Referencias Bibliográficas:
Burdwood, E. N. et. Al. (2016) Resting-State Functional Connectivity Differentiates Anxious Apprehension and Anxious Arousal. Psychophysiology; 53(10): 1451–1459.
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Sierra, J. C.; Ortega, V. & Zubeidat, I. (2003) Ansiedad, angustia y estrés: tres conceptos a diferenciar. Revista malestar e Subjetividade; 3(1).
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